Es fácil ser gigante en tiempo de enanos
Comedia dramática, 122 min, Italia, 2010. Dirección: Paolo Virzi. Guión: Paolo Virzi, Francesco Piccolo, Francesco Bruni. Intérpretes: Valerio Mastandrea, Micaela Ramazzotti, Stefania Sandrelli, Claudia Pandolfi, Marco Messeri, Fabrizia Sacchi. Fotografía: Nicola Pecorini. Música: Carlo Virzi. Cines: Alameda, Avenida, Cinesur Nervión Plaza.
¿Es una coincidencia que esta película, que como C'eravamo tanto Amati de Ettore Scola pretende contar un trecho de la vida de Italia a través de una historia familiar, empiece con la elección de una miss veraniega que recuerda, por su tratamiento a la vez cruel y tierno, al inicio de I vitelloni de Fellini? Creo que no. Paolo Virzi (Caterina se va a Roma, Napoleón y yo, Tutta la vita avanti) es uno de los directores empeñados en volver a dar al cine italiano el brillo que tuvo inspirándose en los maestros. "Somos enanos a hombros de gigantes", ha dicho. Añadiendo: "Es verdad que hubo una crisis de talentos. Pero creo que estamos saliendo de ella. El año pasado el cine nacional ocupó el 40% del mercado italiano". Lo primero es cierto. Pero lo segundo no.
La caída creativa del cine italiano sólo puede medirse por la distancia que separa los últimos 20 años del esplendor de entre 1945 y 1975, las tres décadas prodigiosas de Rossellini, De Sica, Visconti, Fellini, Antonioni, Pasolini, Germi, Monicelli o Risi. Industrialmente está recuperando su público; pero creativamente no ha recuperado la altura que tuvo. La prima cosa bella ha sido el gran éxito de la pasada temporada italiana. Una gigante que lo es sobre todo por estar rodada en un tiempo de enanos. Hay algo en ella, es cierto, de los maestros italianos de la comedia, sobre todo esa mirada a la vez cruel y compasiva sobre las pequeñas miserias humanas que tejen la cotidianidad; a lo que se añaden unos toques modernos a lo Nani Moretti y a lo Woody Allen en la construcción del protagonista.
Aquella bella y joven Miss de un verano del 71 con cuya elección se inicia la película es hoy una mujer mayor agonizante. El premio sólo sirvió para empeorar los celos de un marido violento y mediocre, provocando su fuga con sus dos hijos pequeños. A la fuga siguió una vida errante llena de amores equivocados, irrupciones del marido para arrebatarle los niños, pequeñas felicidades y grandes desilusiones, sueños siempre rotos nunca seguidos de un despertar. Los hijos crecieron en un ambiente de inestabilidad. La hermana se repuso. El hermano quedó marcado. Ahora, mientras la madre muere, este escritor fracasado, amargado profesor de instituto, demasiado aficionado al alcohol, los porros y los sedantes, recuerda su vida: las trifulcas entre sus padres, el peregrinar tras la madre siempre imprevisible, siempre contenta, siempre desdichada; su madurez inmadura, su huida de la familia y de Livorno, la ciudad en la que creció, a la que odia y a la que su hermana le obliga a regresar para asistir a los últimos días de vida de la mamma.
¿Qué separa a Paolo Virzi de los maestros que admira? La incapacidad para trascender la anécdota. La dificultad para trenzar en un mismo cordel la risa y el dolor, la crueldad y la compasión: las suministra, sí, pero en dosis casi siempre separadas. La tosca caricatura del padre. Y un abuso poco elegante del gran angular. Por la parte de Micaela Ramazzoti (la madre joven) se echa de menos una mayor capacidad para interpretar uno de esos tipos simples y conmovedores, tontas y alocadas de buen corazón y mala suerte, que bordaron las grandes divas italianas. ¿Qué le aproxima al mejor cine italiano? Los delicados, nunca forzados, viajes por el tiempo. El tipo del vecino solterón eternamente enamorado en silencio de la madre, un hallazgo de guión. La espléndida interpretación de Valerio Mastandrea como el hijo destruido/reconstruido por la madre agonizante, a su vez admirablemente interpretada por una madura, matriarcal, siempre hermosa y explosiva Stefanía Sandrelli. Y una ajustada, sensible pero nunca banalmente sentimental, banda sonora de Carlo Virzi.
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