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Efemérides

El cumpleaños de Ory, sin Ory y con Ory

Una imagen del 'oleaje' por el centenario de Carlos Edmundo de Ory en el patio del Palacio Provincial.

Una imagen del 'oleaje' por el centenario de Carlos Edmundo de Ory en el patio del Palacio Provincial. / Lourdes de Vicente

Hubo un cumpleaños en el que Carlos Edmundo de Ory quiso hacer “un llamamiento al Gobierno y a Europa” para destituir el mes de febrero del calendario. Tocó aquel día los 84 años y la noche antes durante un sueño, aseguró, le había sido revelado el día y el mes de su muerte, “aunque no el año”. Recuerdo ese cumpleaños y el presagio que el 11 de noviembre de 2010 quedaría invalidado... Fue también en el Palacio Provincial de su Cádiz natal, el mismo lugar en el que este jueves 27 de abril, sin él, se conmemoraba que el poeta más original de los poetas de su tiempo hubiera cumplido 100 años. ¿Un homenaje? No, un oleaje, de versos materiales, de besos metafóricos, de los amigos, de la familia, de los seguidores. Fue un bonito cumpleaños, pero no como aquel cumpleaños. Cuando Ory estaba vivo, lúcido, haciendo gala (robándole la descripción al inolvidable Félix Grande) de esa “inocencia de niño descarado y alegre” y de “las llagas y la gravedad de un recién llegado de los siglos”. Ory estaba vivo, en aquel cumpleaños, y todo era inesperado, fantástico, imaginativo. El 27 de abril de 2023 se le invocó, pero él no estaba.

No estaba y había un hueco enorme como el que dejan sus aerolitos, que recordó José Ramón Ripoll, cuando aterrizan en la lógica. Descolocándonos. No estaba y la canción que grabó con Fernando Lobo no pudo ser tocada por el cantautor gaditano “porque ya no tiene sentido”. No estaba y ya, definitivamente, no podrá haber campamento de “los hermanolis” en el jardín de Thézy-Glimont, como Alejandro Luque rememoraba el deseo platónico “del vanguardista más lleno de emoción” y “del clásico más lleno de travesura” (perdón, que de nuevo se me ha metido un Félix Grande en las teclas).

No estaba. Carlos Edmundo de Ory, que quería llegar a los 120 años, “no más”, no se presentó a su centenario pero, quizás, como sueña Juan José Téllez, “al igual que decía que escuchaba el mar desde el vientre de su madre, ahora nos escucha a nosotros desde el vientre del mar”.

Pensándolo bien... Quizás se asomó Ory al patio con el guiño que Ana Sofía Pérez-Bustamante hace ofreciendo a su alumna Marta Romero, finalista del último Adonais, en performance de Tótum revolútum que, además, nos compensa otra ausencia, la del amigo Fernando Polavieja, lastimado por una caída que le impide llegar hasta Cádiz.

Quizás deambuló Ory entre las secuencias que hilan los recuerdos de Inma Marcos, aquellos donde “caían aerolitos” alrededor de los jóvenes poetas mientras Carlos “danzaba como un dios”. ¿Carlos, te hiciste presente en las imágenes que la poeta conjuró de la cabaña de Amiens? ¿Tomaste cuerpo en la revelación del nuevo relato que el rapero Fran Serrano hizo de tus aerolitos? ¿Sonreías cuando Carmen Camacho contó que aquella fotocopia de la parte de atrás de un libro (que resultó que era de tuyo) expidió a su favor “un certificado de libertad”?

Uno de los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, en la fachada de su Fundación. Uno de los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, en la fachada de su Fundación.

Uno de los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, en la fachada de su Fundación. / Julio González

A Ory o nunca, traía un soneto Lobo recién salido del whatsapp. Cartas (“hermanito mío”) a Jesús Fernández Palacios (leída por Katia Carrasco), a Roberto Bolaños (“¿que cómo estoy?, estoy vivo en el espacio) rescatada por Nieves Vázquez Recio. Poemas y más poemas. Ditirambo del gaditano (en boca de Bea Aragón); Soy lo que no tengo (en la de Marta Dylan), Entierro del pasaporte (en la de Juanjo Téllez), Ovario materno (en la boca de la mujer que dice que los demás “hablan mejor” que ella sobre el hombre al que amó y que la amó, Laure Lachéroy). Versos y más versos. También musicados. Cuando no cante más (interpretado por Fernando Lobo), Denise (por Juan Luis Pineda)... No estaba pero estaba. Sin Ory y con Ory en el cumpleaños de Ory. Con su recuerdo pero sin su locura. No estaba, no, porque a buen seguro hubiera roto la solemnidad y tendría que haber sido llamado al orden (Este chico..., le reprendería dulcemente Luque).

No estaba Ory, como tampoco Caballero Bonald. Pero Pepa Parra los trajo a ambos (y recordó que el primero murió el día del cumpleaños del segundo) con un texto del Premio Cervantes al creador del Postismo, “ese primer acto de rebeldía de un poeta que en todo lo que hizo dejó prendida la llama de la imaginación”, como nos grabó a todos a fuego Jaume Pont en su intervención.

No estaba Ory, al final, no vino. No pudimos jugar a La habitación vacía a la que Juan Vicente Piqueras nos invitaba a través de la pantalla donde, por momentos, también se aparecía el Ory que fue y que confesaba que hay cosas que no podía decir a nadie, “casi todas se refieren a las matemáticas”.

Ese Ory. El de antes de ser “la sombra de lo que fue” evocada deliciosamente por su amigo Jesús Fernández Palacios que invocó su biblioteca, su banco preferido, su tesoro epistolar. Jesús, su amigo, su “hermanito”, legatario de su grandeza que lo dibujó “caprichoso, insolente, sensible, tierno, lúdico, intolerante, de imaginación portentosa, original”. Oryginal.

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