Tontxu, entre el amor y la paz
El cantautor vasco ofreció el jueves ante un nutrido público un gran concierto con el que se clausuró el ciclo de música de autor organizado por la Universidad de Cádiz
Los prejuicios son como las orejeras que colocan a los caballos para que no adviertan lo que los aparta de su camino impuesto; y queramos o no, todos tenemos una buena colección de ellos porque son absolutamente necesarios para no naufragar en la muchedumbre de estímulos ordinarios que nos asaltan en cada esquina. En cierto sentido, despreciar es amar.
Por mera economía mental debemos descartar millones de hechos para quedarnos los que, a priori, nos resultan más útiles para el desempeño de nuestras inquietudes. Así que esa ceguera a medias es en realidad la condición de posibilidad de lo que elegimos ver; o también obcecación. Pero, obviamente, los prejuicios demasiado rígidos ahogan cualquier forma de espontaneidad y terminan conduciéndonos a la estupidez y al equívoco, como me sucedió a mí hasta el concierto del jueves con Tontxu.
Yo siempre he sido más de cantautores oscuros, existencialistas, del corte Nacho Vegas, Leonard Cohen o Nick Drake. El amor termina aburriéndome y necesito bofetadas de realidad. Así que pensé que el cantautor vasco tenía poco que decirme salvo obviedades.
A la tercera canción de su recital en el Edificio Constitución 1812 me sentí culpable (me educaron los jesuítas) porque me había equivocado de lado a lado. Sí, Tontxu había participado en el reality que más detesto y había intentado representar a nuestro país en Eurovisión (festival sobre el que prefiero callar); pero además de ser un tipo muy salao, toca la guitarra muy bien, interpreta de manera inquietante y es honesto como las piedras.
Las dos primeras canciones de la noche (entre ellas Para tocar el cielo) eran bisoñas, describían un amor plano; pero, como él mismo anunció antes de interpretarlas, eran composiciones de su adolescencia; sus primeras tentativas para convertirse en un cantautor que aún guardan cierto encanto.
Gabi Exeni, que acompañó al artista rapado casi todo el recital, hacía aún más preciosistas y bellas las letras con sus coros delicados y sus continuas sonrisas; pero para mí, que me acerco a la edad provecta, no era suficiente.
Con Vuelvo empecé a sentir cierta curiosidad. La melodía me recordaba a Rosana pero había en ella cierto ímpetu o cierto atractivo que no sabía definir con claridad. La letra era mucho más elaborada, y aunque giraba nuevamente en torno al amor, contenía otros registros mucho más cercanos a mi orejeras volubles.
El público (todas las sillas ocupadas), mayormente curtido y entusiasta, comenzó muy pronto a festejar la lírica de Tontxu, y poco a poco me fui contagiando del alborozo generalizado gracias a Medicamentos para amar y una de sus estrofas: "La valeriana viene y va", que podía formar parte perfectamente de un texto de Lautreamont.
Finalmente me rendí a La guerra más hermosa del mundo (absoluta madurez de Tontxu), Margot y Corazón de mudanza (que emplea una casa para describir una ruptura), en las que las variaciones en torno a la temática del amor alcanzó su versión más compleja y bella.
Mención aparte merece la única canción de la noche que saltó por encima de los cariños para situarse sobre uno de los asuntos más espinosos de nuestra historia reciente: ETA.
Antes de comenzar con En el medio, Tontxu dijo a los concurrentes que les traía un regalo. Así que se levantó un momento y volvió con el periódico del pasado jueves del diario La Razón, en cuya portada, junto a una gran bandera rasgada de España, se podía leer: "Aire para ETA".
El cantautor vasco (de "Eskádiz", según sus propias palabras) dijo sentirse preocupado por esa política del rencor, por esa forma de desviar la atención de lo que verdaderamente está sucediendo en este país. Describió su propia experiencia en el seno del conflicto y agradeció al público su inteligencia para comprender que portadas así describen una mentira interesada, a lo que éste respondió con la ovación más extensa y rotunda de la noche.
Finalmente, tras una hora y media de recital, Tontxu invitó a Fernando Lobo a que le acompañase a la armónica para interpretar Con un canto en los dientes y comenzó a despedirse para desesperación de los más inquietos; aunque antes de marcharse definitivamente advirtió que cuando se reencarne lo hará, con toda seguridad, en un andaluz.
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