Cultura

Retrato íntimo de familia

  • El bailaor Juan José Villar recibió 'la bendición' del cante de su abuelo, Juan Villar, en un montaje donde también compartió escena con sus padres

De negro doloso él y de negro doloso la voz del abuelo. La soleá raja la atmósfera de arriba abajo. La voz de cuchillo canta a un reloj, a un tiempo que se para. El nieto olfatea en el aire, como quien quiere cazar el duende. Levanta los brazos, levanta una ceja. Traduce con su cuerpo la voz que lo alimenta. La voz, a su vez, se crece en cada movimiento del cuerpo que se pasea de un lado a otro de la escena, encogiéndose y expandiéndose. Dos hombres, uno frente a otro; uno tras el otro; uno junto a otro. Dos hombres admirándose, comunicándose y queriéndose. El abuelo y el nieto. Juan Villar y Juan José Villar que se buscan y que se encuentran. Que se emocionan, como todos los presentes, cuando en el primer ayeo del patriarca de los Jineto, el nieto se planta como nadie por soleá. Ni un segundo antes, ni un segundo después, como si ambos estuvieran sometidos a las órdenes del mismo metrónomo. En el instante cumbre de Es el momento, el primer espectáculo en solitario del joven bailaor gaditano, Juan José Villar abre la puerta a la cámara del tesoro, lo que todo aficionado busca, la cara más íntima del flamenco, su faceta más familiar y pura o, aunque sea, su retrato.

Así se siente el público que el sábado asiste a la escena más impactante del debut del joven Villar. Como convidado a un ritual ancestral, más viejo que el mar, donde un legado viaja de océano a océano de tiempo. El veterano cantaor en pie, enmarcado su cuerpo por un haz de luz en una Lechera a oscuras, amasando la soleá para su chico que dejaba atrás el ímpetu con el comenzó el espectáculo y opta por templarse, centrarse, sentir y recibir la bendición.

Retrato íntimo de familia, instantánea de la cara bonita de la doble cadena de ADN que Juan José Villar quiere regalar al respetable en algunas escenas de Es el momento. Porque si el cuadro con el abuelo supone el cenit sentimental del montaje, tampoco se queda atrás la visión del protagonista de la noche en paso a dos con su madre, Susana Gómez, y con el cante de su padre Juan Villar Hijo durante la bulería al compás. Una pieza donde los tres terminan en pie, con el hijo abrazando a la que lo parió desde la espalda para colocarse frente a ella y arrodillarse en señal de respeto mientras la madre señala a un punto concreto de su cuerpo: "¡Te como esos pies!", le dice sin poder aguantar.

Su tía Pilar Villar también le brinda sus mejores deseos con su cante para dentro y oscuro y su primo David Gavira pone a su servicio toda la magia que le entra por el oído y le sale por sus manos en la percusión. Cuánto Jineto junto, cuánta alegría y celebración familiar en este ritual iniciático que el propio Juan José crea y dirige para su gozo y donde inserta, perfectamente, los buenos haceres de El Pelu (guitarrista), Juan de Chele y May Fernández (cantaores) y María Pardo y Naomi Patiño (las bailaoras que abren el espectáculo con una estética intervención con el mantón).

El pequeño Villar quiere demostrar, ansía enseñar sus ganas y su destreza, a veces, hasta llegando a abrumar. Es un torbellino que no mide su fuerza y que no entiende de desorden y devastación porque a sus 19 años baila con la inocencia de la naturaleza. Lo quiere todo y lo da todo. Desde su entrada impetuosa por alegrías, sin darse respiro, ni al público; hasta su zapateado más transgresor con firma de un experimentado Román Vicenti que templa al muchacho a través de su elegante creación.

Es el momento tiene sus puntos flacos, los traspiés de primerizo, claro. Pero, ante todo es una carta de presentación con retrato adjunto. Un retrato en blanco y negro. Habla. Y dice "este soy yo" y "de aquí vengo".

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