Manuel Moya y Martín Mucha recogen sus premios de Unicaja
El escritor onubense, ganador con 'Las cenizas de abril', y el autor peruano, finalista con 'Tus ojos en una ciudad gris', rememoran sus infancias en el acto
Los escritores Manuel Moya y Martín Hucha rebobinaron anoche su memoria para recordar sus respectivas infancias en la entrega del Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones. Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) lo hizo para hablar de cómo crecieron sus raíces en el seno de una familia de labradores. Y Mucha (Lima, 1977) compartió con el público que llenaba el Centro Unicaja de Cultura sus orígenes en medio de las chabolas de la capital peruana. Ambos recogieron sus galardones como ganador y finalista de la duodécima edición del premio.
El onubense Manuel Moya, que ganó el certamen por su novela Las cenizas de abril -un libro enmarcado en la portuguesa Revolución de los Claveles- fue presentado por el periodista Francisco Huelva, que realizó un recorrido por la obra y los numerosos premios de Moya, al tiempo que resaltó que la novela premiada cobra si cabe mayor actualidad al narrar unos sucesos similares a las revueltas que están sacudiendo los países árabes.
El ganador agradeció la concesión del premio por todos los flancos posibles y confesó que el reconocimiento suponía para él, forjado ganador en otros certámenes, "una gran responsabilidad". Fue entonces cuando rememoró la figura de Fernando Quiñones, de quien se declaró deudor literario al situarlo como uno de los autores que más ha influido en su vocación literaria.
También Ildefonso Olmedo, periodista gaditano, tuvo palabras para Quiñones en la presentación que realizó de su compañero en El Mundo Martín Mucha.Olmedo, que tituló su semblanza Pescaíto en el armario, celebró que al autor peruano haya nacido como novelista en Cádiz -es su primera obra-, leyó varios pasajes del libro finalista y explicó que le había facilitado a Martín un ejemplar de La canción del pirata. Ildefonso Olmedo, además, echó mano de una anécdota que el periodista Agustín Merello vivió cuando entrevistó una noche a Quiñones y éste, tras confesarle que tenía hambre, sacó de su armario varias tajás de pescaíto frito que le sobraron del almuerzo. Lo resumió al final con humor Nadia Consolani, su esposa: "A Fernando le faltaba un tornillo".
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