Carlos y su eterno idilio con Cádiz
Algo más que una glorieta, casi una veintena de canciones y un pregón de Carnaval.
El amor verdadero debe ser algo así. Desinteresado, fácil, natural, irracional, casi primario. Carlos Cano no necesitaba a Cádiz. Nunca la necesitó. No la miró con codicia, ni se arrimó para saquearla. La amó. La amó como se ama en las películas, de esa manera arrojada con la que se llega a venerar e, incluso, a idealizar. ¿Existe el Cádiz que amó Carlos Cano? Seguramente no. "Demasiado hermosa para ser verdad", que dijeron Téllez y Ramos Espejo en Carlos Cano, una vida de coplas. Hoy diez años después de la muerte del granadino con alma caletera es injusto (por no acordarnos siempre) aunque lógico que hagamos balance de ese idilio eterno entre el coplero, ¿quizás el último coplero?, y la ciudad de las torres-miradores.
"Llevadme a La Caleta", dicen los que bien te conocieron que pedías a cada rato. "Llevadme a La Caleta", exigías con esa voz ronca y desgarrada de golpe dulce al fondo. Y te llevaron un día Fernando Quiñones y Felipe Campuzano para bautizarte en sus aguas. Aquel no fue el comienzo del romance, sólo la confirmación. Sino, ¿a cuento de qué aquel revuelo? Tantos amigos agolpados para verte...
Tú lo contaste: "Me bautizaron en La Caleta, con un ánfora fenicia, con agua de La Caleta y medio hospital de Mora echado encima. Recuerdo que una señora me pidió que le firmara un autógrafo para su madre y le pregunté, ¿dónde? Y me dijo aquí mismo, en el bocadillo. Era un bocadillo liado en papel de estraza. Le pregunté qué le había pasado a su madre: Pues que veníamos a verte y la pobre se ha roto una rodilla pero he conseguido que le dieran una habitación con ventanas a La Caleta para verte".
No era el principio del romance... Más de diecisiete canciones, decías. Más de diecisiete temas inspirados en Cádiz y en su mar. Generoso andalucista fuiste con Cádiz. Sin ella no se entendía Andalucía, llegaste a pronunciar. Sin tus dos Cádiz, que definiera Fernando Quiñones: "Carlos Cano quiere y canta a un Cádiz diurno y a otro Cádiz nocturno".
Quiñones te llamó coplero en el texto de la presentación de tu disco A través del olvido. Y te gustó. "El otro día -le contaste en cierta ocasión a Juan José Téllez- revolviendo papeles antiguos descubrí un artículo en el que Fernando Quiñones me llamaba coplero. Ni cantautor, ni tonadillero, ¡coplero!, eso es lo que soy", te alegrabas.
Le diste a Cádiz amor y canciones, Carlos. Y cuando Cádiz y Antonio Burgos te dieron un pregón, ¿qué dijiste al terminar?: "Usted dirá que se debe aquí". Lo comentaste al entonces (corría el año 1988) concejal de Fiestas del Ayuntamiento de Cádiz, Carlos Mariscal, empapado de cariño y disfrazado del capitán de la goleta que volvía al olor del pescaíto frito.
Con Burgos también nos diste, Carlos, no una canción, un himno. Con Las Habaneras de Cádiz describiste esa ciudad a la que quisiste contra viento y marea. "Carlos tuvo un idilio con Cádiz, probablemente con un Cádiz imaginario que conectaba con Grecia y que desde luego llegaba a La Habana de la mano de aquella frase célebre de Lola Flores de Cádiz es La Habana con más negritos y a la que Antonio Burgos y él le añadieron La Habana es Cádiz con más salero", tal y como contó Téllez hace unos años en la presentación de su libro en Cádiz.
¿Qué te dio Cádiz? Oficialmente, un título, una glorieta y un homenaje póstumo, todos ellos. Extraoficialmente, su amor y su recuerdo. Eterno. Amor de leyenda. Por el Hijo Adoptivo de la ciudad, que ya no estaba entre nosotros, se llenó el escenario del Gran Teatro Falla de arte. Desde Enrique Morente a Juan Carmona. Desde Pasión Vega a María do Ceo. Del coro de Julio Pardo a la chirigota de Los Fantasmas. De Chano Domínguez a Javier Ruibal. Un día de marzo de 2001 donde, también, frente a La Caleta se quedó tu nombre. Inmortal.
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