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Carlos Aladro, un hombre de teatro

Carlos Aladro, en 2004.

26 de septiembre 2009 - 05:00

Estando fuera de Cádiz, en una de las alertas que a mi correo llegan sobre noticias relacionadas con La Tía Norica, me encuentro con una que me dejó helado: la necrológica de Carlos Aladro.

Esto me hizo echar la memoria atrás y recordar cuantas veces lo vi en el salón comedor de la casa de mis padres -entonces la mía- hablando con un magnetófono de los antiguos en mano y entrevistando a mi abuela y a mi padre. Era a principios de los setenta y yo, entonces un imberbe, estaba encandilado al ver como algo de lo que en mi familia se hablaba y se debatía siempre, unas representaciones de títeres de una tradición centenaria llamada La Tía Norica, tenía tanto interés como para que alguien estuviese escribiendo un libro sobre ello. Ese alguien era Carlos Aladro.

En el transcurso de esos meses de sesiones, de cruces de distintas miradas, de descubrir anécdotas, vericuetos, entresijos y técnicas sobre La Tía Norica, entabló amistad con mi familia y, entonces, fue cuando descubrí, no solamente el mundo fascinante de estos viejos títeres de madera, sino al verdadero Carlos: un hombre de teatro de pies a cabeza. De él aprendí y descubrí muchas cosas. Era actor, director, dramaturgo, realizador de programas de televisión, etc., y su conversación y consejos siempre fueron para mí la mejor de las cátedras sobre teatro. Aún conservo los primeros volúmenes de la revista Primer Acto que me regaló, y a través de la que tuve contacto con otro mundo teatral distinto al que conocía hasta entonces, y donde pude colegir que existían otras teatralidades y otras realidades y otros ámbitos como el iberoamericano. Ahora, muchos años más tarde, soy el director de la nueva compañía de La Tía Norica y del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, y es posible que todo sea por obra de Carlos. Así que yo le debo algo.

Pero a él se le debe la recuperación de La Tía Norica. Pues con su libro La Tía Norica de Cádiz, publicado en 1976 en Madrid por la Editora Nacional, supo sensibilizar a intelectuales de talla y a políticos de distintas administraciones para que se fijaran y tomaran conciencia de la existencia de esta joya -aún sin descubrir por muchos a pesar de todo- que es La Tía Norica. Él si supo entender, valorar y aseverar que La Tía Norica es una de las señas de identidad más antiguas del Teatro español y europeo; y las últimas veces que lo vi se quejaba -al igual que otros lo hacemos- de que La Norica no tenga realmente el lugar ni la atención que le corresponde. Pero eso es harina de otro costal. Ahora es el momento del recuerdo y del agradecimiento.

Si los grandes hombres dejan huella, Carlos ha dejado una tan grande, que aún delata y delatará su paso por la vida durante muchos siglos.

Gracias de corazón, Carlos. Ojalá estés a la vera de Talía.

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