Alterio y Sacristán se ríen de la muerte

José Sacristán y Héctor Alterio, sobre las tablas del Muñoz Seca.
Manolo Morillo

23 de marzo 2009 - 05:00

Nadie va a descubrir a estas alturas de la película que Alterio y Sacristán, tanto juntos como por separado conforman uno de los mejores carteles de la escena hispano argentina en la actualidad. El intimismo del porteño de Buenos Aires y el desparpajo del de Chinchón, contribuyen a crear la atmósfera adecuada para con la debida mesura saber reírse de la parca que les acecha en el catre de un hospital.

Al subir el telón, se despiertan dos personas que atraviesan por sus últimos días en una sala de terapia intensiva y, a partir de ahí, comienza su divertida e inesperada aventura. Los exégetas, viajeros ocasionales de un tránsito no solicitado, deciden planear una escapada al mundo exterior para aprovechar el poco tiempo que les queda de existencia.

Cecilia Solaguren y Nicolás Vega dan el contrapunto de la historia: son las dos caras de una misma moneda, la del fracaso, el desencuentro y el desamor a lo largo de la vida. Cumplen con sus cometidos de secundarios sin estridencias ridículas que no sirven para nada, sobre todo cuando compartes elenco con dos privilegiados de la escena.

El punto de partida de Dos menos es similar al de la película Ahora o nunca, la comedia geriátrica protagonizada por Jack Nicholson y Morgan Freeman, pero su recorrido no tiene nada que ver con la cinta dirigida por Rob Reiner.

Benchetrit, joven dramaturgo francés autor entre otros títulos de Crónicas del asfalto, ha situado la consideración de esta tragicomedia como uno de los acontecimientos teatrales franceses de los últimos años, aderezada con la inestimable aportación de Jean Louis Trintignant. Pero ya sabemos cómo son los franceses para estas cosas.

No hay demasiado humor negro ni claudicaciones ante el tenebrismo de un texto muy teatral, con algunos altibajos, al que parece costarle encontrar el final adecuado y saber salir de la historia con la fuerza requerida.

Con un decorado excesivamente sobrio y algún que otro fallo de iluminación, el director Oscar Martínez consiguió de todas formas, con la inestimable ayuda de los actores, que el público que llenó el aforo del teatro pasara una agradable velada.

Lo que sí parece que no tiene arreglo entre algunos espectadores portuenses, es la eminente falta de respeto hacia el público en general y, hacia los actores en particular, con el impertinente concierto de toses que se emite cada vez que comienza una representación. Lo del sábado fue insufrible.

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