Teresa Cardona: “La bondad convencional puede ser una herramienta para el mal”
Negro sobre negro
La autora madrileña publica ‘A la vista de todos’, la cuarta novela de la serie de Blecker y Cano, que toca el tema de la violencia cotidiana contra las mujeres
Teresa Cardona es una de las grandes voces de la novela negra española. Desde que irrumpiera en el panorama literario con Los dos lados, tras cosechar un gran éxito en Francia, cada una de sus novelas se convierte en un acontecimiento. Esta semana ha concedido una entrevista a este medio.
Pregunta.–En A la vista de todos profundiza en el impacto de la violencia cotidiana y cómo se invisibiliza. ¿Qué le llevó a explorar este tema?
Respuesta.–No es la primera vez que toco el tema de la violencia. El fenómeno de la violencia cotidiana y su invisibilidad es constante en la vida de las mujeres y conozco personas cercanas afectadas. Me interesa describir cómo las convenciones sociales nos llevan a cerrar los ojos ante situaciones perversas que están a la vista de todos y que, por cuestiones de educación y una falsa vergüenza, no nos atrevemos a nombrar como tales. Muchos casos de violencia se excusan con caracteres determinados o con formas especiales de querer, por lo que me gusta explorar los límites. De ahí que en este libro me pregunte –y le traslade también la pregunta al lector– dónde está la frontera entre el amor y la destrucción, cómo se pasa de la compasión a la crueldad o del cuidado a la retirada de derechos fundamentales. Y qué consecuencias tiene esto en las víctimas. Me espanta que muchas veces se considera que con descubrir una situación de maltrato el problema ya está solucionado.
P.–¿Cómo ha ido creciendo como autora desde que la primera novela de la serie y cómo cree que han madurado los personajes?
R.–Creo que como escritor siempre intentamos ir un poco más lejos, que intentamos mejorar. Al principio, a los personajes los conocía mucho menos (¡quieras que no, llevamos cinco años de convivencia!) y con el tiempo, en especial los investigadores, han crecido, se han definido y su relación se ha afianzado. Me gusta ahondar en la vida personal de Karen y Cano y usar su vida y experiencias para reflejar la trama y amplificar las preguntas que la novela hace.
P.–Sus personajes suelen tener muchas capas. En esta novela, ¿qué le interesaba contar a través de ellos?
R.–Además de explorar las capas que recubren nuestra subjetividad, muchas veces oculta, quería profundizar en si lo que vemos coincide con la realidad, en si la cara que nos muestra una persona coincide con su interior y también y no menos importante, si el rostro que nosotros ponemos se ajusta a la realidad. Hay casos en los que no nos engañan, sino que nos dejamos engañar porque la realidad no se adapta a lo que consideramos desde nuestro punto de vista, la normalidad.
P.–Hay una tensión constante entre lo que se muestra y lo que se oculta. ¿Qué quería transmitir con ese juego de apariencias?
R.–Muchas de las cosas están a la vista, sólo que no queremos verlas. A veces porque no nos resulta cómodo o porque tenemos miedo de errar. Me encanta la frase de “el camino del infierno está asfaltado de buenas intenciones”, porque creo que se adapta muy bien a la realidad. Es asombroso que consideremos una buena excusa el que “la intención era buena”.
P.–¿Cómo fue el proceso de documentación o inspiración para construir la historia?
R.–En este libro he contado con la fantástica ayuda de la doctora Gudrun Strauer y el profesor universitario Bodo Strauer. La primera es psiquiatra y me ayudó en las patologías mentales y el segundo es cardiólogo y se desvivió por encontrar la enfermedad que pudiese adaptarse a mis necesidades narrativas. Además, he vivido de cerca casos similares (aunque evidentemente no tan extremos) y tras la publicación del libro he escuchado muchos testimonios de situaciones análogas.
P.–En sus novelas hay una mirada muy crítica hacia ciertas instituciones. ¿Qué es lo que más le indigna de la política actual?
R.–¿La actual? Esa sí que es una pregunta fácil… Me espanta el predicar agua y beber vino. Me horroriza el abuso de las posiciones de fuerza. Creo que lleva al deterioro de las instituciones, a la pérdida de confianza y a la aparición y aceptación de corrientes que están “a la vista de todos” , que después nos sorprenden y nos llevan a preguntar que cómo ha podido pasar.
P.–¿Hubo alguna escena especialmente difícil de escribir?
R.–Me resultó difícil escribir las escenas del maltrato infantil de mano de otros niños. Un amigo me recordó que Ray Bradbury tenía un relato en el que durante páginas y páginas creíamos que estábamos en un campo de concentración alemán. Era un campamento de vacaciones de niños.
P.–La novela mantiene un ritmo contenido, pero inquietante. ¿Cómo trabaja el suspense sin caer en fórmulas convencionales?
R.–Puede ser porque al empezar a escribir, sé lo que quiero contar, pero no sé quién es el asesino o asesina. Es el desarrollo de los personajes lo que me lleva a ello y puede que mi ignorancia lleve a ese suspense. La más suspendida soy yo.
P.–Como lectora, ¿qué libros o autores le han acompañado últimamente y han podido influir —consciente o inconscientemente— en esta obra?
R.–Soy una lectora poco ortodoxa. Leo novela negra, claro, pero no sólo. Intento dividirme los momentos de lectura en “fáciles” y algo que me obligue a avanzar. No sé ya lo que leí mientras fraguaba la lectura, pero ahora mismo salgo, fascinada, de los cuentos de Dostoievski que he combinado con un maravilloso libro inglés de Elizabeth Taylor, Prohibido morir aquí, que describe la soledad en la vejez. Intento también acercarme a obras como El Cantar de Mío Cid. Es increíble ver cómo dos versos pueden expresar sensaciones como una soledad infinita y la profunda tristeza.
P.–¿Qué espera que se lleven los lectores cuando cierren el libro? ¿Qué le gustaría que quedara a la vista de todos?
R.–Que la bondad convencional puede ser una herramienta para el mal. Y que tanto el verdugo como la presa pueden ser víctimas.
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