Cádiz, punto negro del hambre en la posguerra

La provincia es un referente continuo en ‘La hambruna española’, el estudio en el que el historiador Miguel Ángel del Arco analiza los peores años tras la guerra civil

Miguel Ángel del Arco: "La hambruna en España podría haberse evitado"

Cartilla con cupones de arroz de la posguerra. / D.C.

Una de las primeras imágenes que abre 'La hambruna en España', de Miguel Ángel del Arco, lo hace en palabras del jerezano José Manuel Caballero Bonald, que recuerda a las gentes que llamaban a “cualquier hora” a su casa: “No eran pobres limosneros, eran mujeres dignas que pedían un trozo de pan o una vieja prenda de abrigo (…) Fue cuando la desnutrición fomentó las epidemias de tifus, de tuberculosis, de pelagra, y yo oía decir que todos acabaríamos siendo víctimas de alguna incurable enfermedad (…) Vi a dos niños harapientos cazando un gato, a una anciana masticando un puñado de gramíneas silvestres”.

Miguel Ángel del Arco resopla cuando se le menciona a Cádiz en la primera posguerra. La provincia es un referente constante –al igual que otros rincones del sur– en el último libro del historiador granadino, en el que relata los entresijos de la miseria en los largos años tras la guerra, y pone en evidencia hasta qué punto el escenario fue resultado de una pésima gestión política.

Que el estado de carencia fuera especialmente extenso y cronificado en la provincia gaditana se debe, indica el especialista, a varios factores: “Primero, el tema del latifundio, que es esencial. De repente, un montón de gente se queda sin trabajo: la agricultura produce menos, no hay abonos químicos, fertilizantes ni pesticidas. Además, toda la gente que había participado en partidos republicanos o sindicatos, queda anulada. Se tienen que ir o se mueren de hambre. Los jornaleros cobraban muy poco por encima del coste de la vida, que aumentó horriblemente. La polarización social en cuanto a la estructura de la propiedad fue clave en Cádiz. Para colmo, en la época había mucha tierra de secano, y la productividad era menor”.

HEMORRAGIA DE CORRUPCIÓN

Otro factor decisivo fue la naturaleza comercial del territorio: tener puertos convirtió al Cádiz de posguerra en un “lugar de contrabando y corrupción brutal: todo se iba por los puertos y los puntos de comunicación allá donde se pudiera vender –señala Del Arco–. De hecho, en Gibraltar la situación llegó a ser muy delicada, ya que el estraperlo era tan fuerte que hasta ellos empezaron a tener problemas. Se generaba una escasez artificial”.

En El Peñón vieron cómo el coste de la vida llegaba a incrementarse en un 40%, teniendo que acudir el Gobierno británico "al rescate de sus funcionarios y empleados, subiéndoles el sueldo”. Algo similar a lo que ocurriría en las embajadas de Madrid.

Uno de los muchos ejemplos –pero quizá el más significativo– de la corrupción rampante que imperaba en la época es que la familia de Miguel Primo de Rivera –hermano de José Antonio y ministro de Hacienda durante la hambruna– fue denunciada por ocultar la cosecha de maíz en sus grandes propiedades de Medina.

“Las oficinas de la Comisaría de Abastecimientos y Transportes de Cádiz fue un nido de corrupción: en esta región tan castigada por el hambre, clave para el contrabando y con puntos tan importantes como el Campo de Gibraltar, el estraperlo llegó a niveles excepcionales”, asegura en su estudio Miguel Ángel del Arco. Dentro de Comisaría, no eran pocos los que aprovechaban su situación de privilegio para pedir a sus compañeros de Algeciras “artículos de procedencia extranjera”. De este modo, en la provincia el estraperlo llegó a niveles excepcionales, de tal modo que dentro de la propia administración franquista en la provincia se produjeron ceses sonados por corrupción.

Aun así, apunta el historiador, la sensación generalizada es que la corrupción existía “por encima de los lugares –indica–. El propio Franco estuvo implicado, así como sus generales y gobernadores civiles, muchos de los cuales perdieron sus puestos por esto: no fueron a la cárcel, desde luego, pero se terminó su carrera política. Y los cónsules extranjeros daban testimonio de que todo el mundo estaba implicado con la corrupción”.

EL "PIOJO VERDE": EN EL PODIO DEL TIFUS

El estraperlo durante la posguerra –causante de muchas de las penurias de la época, contra lo que sostenía la propaganda y a pesar de las medidas de corrección que se ponían en marcha– provocó que muchos se hicieran ricos a costa de la necesidad de otros. Como explica Del Arco, una de las primeras conclusiones que se sacan cuando se estudian las hambrunas históricas –no sólo la española– es que la gente no muere únicamente de inanición, que es la imagen que tenemos en la mente:la mayor parte de los fallecimientos se producen por enfermedades asociadas a debilidad, poca higiene y estados carenciales.

Durante la posguerra, la provincia tuvo el dudoso honor de aparecer en el podio de una de las epidemias que más víctimas causó: la del “piojo verde”. Es decir, el tifus. Parece que la enfermedad entró a través de los puertos, porque Cádiz y Málaga fueron de los primeros lugares en los que se dieron avisos.

En 1941, cuando se produjo el principal brote de este tipo de tifus, Cádiz aparecía entre las tres provincias más afectadas a nivel nacional, llegando a contabilizar 1.294 casos. En mayo de ese mismo año, “las autoridades de Cádiz reconocían que el número de defunciones durante los últimos meses había aumentado en la capital y los pueblos, debido a la falta de alimentos o la agravación de la enfermedad como consecuencia de ellos”.

El embajador británico comunicaba a Londres –cuenta Del Arco– que el régimen franquista carecía de medios para frenar la epidemia, ya que no había suficientes suministros de jabón. Que la pobreza imperante hiciera que no muchos dispusieran de mudas suficientes contribuía a agravar el problema.

Frente a la lógica que suele dictar que el acceso directo a suministros que proporciona el campo ofrece un colchón en tiempos de carestía que no ofrece la ciudad, la realidad de la posguerra española mostró lo contrario: “Durante la posguerra –señala Miguel Ángel del Arco– se pasó más hambre en el campo, sobre todo, en las clases bajas. En aquella España, se tenía en función de quién eras: si tenías un trozo de tierra y acceso a la propiedad, las cosechas empiezan a valer mucho más. Especialmente en zonas de latifundio, con un alto número de jornaleros, hay gente que empieza a comprar propiedades mientras otros se están muriendo”.

No hubo por parte del régimen franquista una “voluntad deliberada” de matar de hambre a los vencidos, pero sí “una cultura de la victoria que legitimaba la prosperidad de los vencedores y el castigo del vencedor”. En pocos lugares quedaba esto más claro que en el penal de El Puerto, de infausta y merecida fama: allí, “los presos dormían en colchones de paja o de hoja de maíz, disponiendo cada preso de un sitio máximo de 45 centímetros". Las enfermedades, por tanto –relata el informe sobre presos vascos en el centro– se transmitían con mucha facilidad.

Por otro lado, el régimen llegó a inaugurar instituciones benéficas “solamente dedicadas a servir a los vencedores en la guerra y hacerlos escapar al hambre”. En la provincia de Cádiz, en 1941, se puso en marcha el Grupo Escolar José Antonio, que albergó a unos “700 hijos de camaradas necesitadas”, habilitado únicamente para el lado vencedor.

La explosión del 47: el tope de la infamia

La deflagración de las minas acumuladas en la Base de Defensas Submarinas supuso el golpe definitivo de tragedia en un escenario anémico. La explosión, que terminó con la vida de 150 personas y dejó heridas a 5.000, se produjo por la dejadez gubernalmental acumulando armamento peligroso en una zona poblada, a pesar de que distintos informes hablaban de los riesgos que conllevaba el almacenaje. Para el historiador José Antonio Aparicio, autor de Una catástrofe anunciada. Los papeles secretos de la Explosión de Cádiz', el Estado tiene por este hecho una ”deuda moral con Cádiz”.

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