Crisis del coronavirus / La cuarentena a 8.800 millas de España

Un confinamiento en las antípodas

  • El navegante de El Puerto Pablo Benjumeda y dos tripulantes españoles del velero Toroa pasan la cuarentena en la isla de Tahití después de pedir asilo humanitario para que les dejaran entrar

  • El barco salió de Panamá con rumbo a Nueva Zelanda cuando les sorprendió la pandemia y el cierre de varios puertos durante la travesía

Pablo Benjumeda, a bordo del velero, en el puerto de Papeete.

Pablo Benjumeda, a bordo del velero, en el puerto de Papeete. / Cedida

El viaje comenzó en la costa panameña del Océano Pacífico. Por aquellas latitudes apenas se conocía nada del coronavirus, y menos aún en el velero Toroa, un yate de 23 metros de eslora que zarpaba rumbo a Nueva Zelanda. Les quedaban por delante 40 días de navegación, llevaba a bordo como tripulantes a tres españoles y un estadounidense que debían trasladar el barco a Auckland como yate de apoyo del equipo de diseño del prototipo de Copa América del New York Yacht Club, una competición programada para 2021. "Salimos de Panamá el 7 de marzo rumbo a las islas Galápagos y cuatro días después llegamos a la Isla de San Cristóbal. Pasamos allí tres días y no había problemas ni casos de coronavirus", explica el capitán del barco, Pablo Benjumeda, de El Puerto de Santa María.

Cientos de turistas visitan cada año las Islas Galápagos, pertenecientes a Ecuador, un maravilloso archipiélago en mitad del océano, donde Charles Darwin alumbró su teoría del origen de las especies. "Viajamos después a la isla de Santa Cruz, porque queríamos hacer una visita al famoso parque natural. Era el día 15 de marzo. Al llegar al puerto de Ayora se acercó un barco militar, fondeó y empezaron a arribar barcos turísticos vacíos. A los pasajeros los habían bajado a tierra y los confinaron en hoteles de la isla", prosigue el capitán del Toroa.

A esas alturas del viaje, la tripulación del Toroa ya había recibido noticias de los estragos que la pandemia del Covid 19 estaba causando en España, y también de la promulgación del decreto de estado de alarma. "Estábamos informados de lo que estaba ocurriendo en España. En la isla cerraron ese mismo día los parques naturales. El día 16, bajamos a tierra para hacer la compra y llenamos los depósitos de combustible para cargar las baterias durante la travesía. Hice el despacho de salida del barco y nos fuimos. Al día siguiente por la mañana ya lo habían cerrado todo: la entrada de barcos, los hoteles, los restaurantes, el mercado, ya no vendían combustible... Nos adelantamos porque lo vimos venir y nos dejaron seguir el viaje". El capitán destaca lo prudentes que fueron las autoridades de las Islas Galápagos en contraposición a España, "ya que antes de que hubiera ningún caso, cerraron todo el archipiélago y desde el mismo día 15 prohibieron los vuelos desde Ecuador y cerraron el espacio aéreo". Las autoridades se miraron en el espejo español y pudieron prevenir las dramáticas consecuencias que cualquier brote podía producir en unas islas tan apartadas del continente americano.

De esta forma, el día 17 el barco zarpaba de nuevo, con rumbo a las Islas Marquesas. Les quedaban por delante más de 3.400 millas, siempre impulsados a vela, y quince días de travesía. Ya casi a la vista de la Polinesia Francesa, el capitán se puso en comunicación con las autoridades locales para preparar la entrada a puerto. "Me contestaron enviándome una normativa en la que indicaban que toda la Polinesia estaba cerrada por el coronavirus. Yo les comuniqué que necesitámos urgentemente un puerto para entrar a repostar, pero me seguían negando la entrada y me instaban a continuar hasta Nueva Zelanda, lo que era imposible para nosotros". La única opción que encontró para resolver legalmente la situación fue pedir asilo humanitario, algo que en el mundo de la marina civil no le podían negar, emplazándoles a dirigirse a Tahití, y sólo durante 10 días, fijando para ellos una hora de entrada muy ajustada para llegar. Pese a todo, a las 8 de la mañana del 1 de abril, lograban entrar por la bocana de abrigo del puerto de la capital, Papeete, les dieron entrada y los sometieron a pruebas médicas, comprobando que la tripulación gozaba de buena salud. Habían conseguido llegar en fecha y hora. "No fue complicado, pero había que tener muy claro lo que debías hacer", recuerda Pablo Benjumeda en conversación con este periódico.

La tripulación del Toroa pasa la cuarentena en el puerto de Papeete, en la isla de Tahití. La tripulación del Toroa pasa la cuarentena en el puerto de Papeete, en la isla de Tahití.

La tripulación del Toroa pasa la cuarentena en el puerto de Papeete, en la isla de Tahití. / Cedida

Una vez en Tahití el tripulante estadounidense que viajaba con ellos pudo regresar a Boston en dos aviones charter que repatriaban a medio centenar de mormones que estaban de misioneros por la Polinesia. "Lo aprovecharon muchos americanos que pudieron volver con ellos. Tuvo mucha suerte, porque ahora en Tahití no entra ni un avión, tan sólo llega un vuelo directo desde París cada diez días y tarda 17 horas en el trayecto". Y es que la capital de la Polinesia ha decretado también confinamiento general y ha establecido medidas estrictas, como el toque de queda a partir de las ocho de la tarde. El resto del día, farmacias y supermercados de Papeete permanecen abiertos, algunos restaurantes reparten comida a domicilio e incluso se puede salir a correr. "La pandemia no ha castigado aquí tan duro como en España. Eso sí, no te puedes mover a más de tres kilómetros del domicilio, hay que mantener las distancias de seguridad y todo el mundo procura respetarlas, pero no ves mucha gente con mascarillas y con guantes. Nosotros salimos del barco lo mínimo posible, para ir al supermercado, a la farmacia o practicar algo de deporte. En Tahití ha habido 55 casos de coronavirus y ningún fallecido, y en cuanto a asistencia sanitaria tienen el mismo nivel que Francia".

El confinamiento por lo tanto en el protectorado francés, "no es tan estricto como está siendo en España, y a partir de la semana que viene empezarán a abrir y nos darán más campo", confía el capitán del Toroa . Como dato a tener en cuenta, desde que comenzó la cuarentena en la isla, se ha prohibido por completo la venta de bebidas alcohólicas de alta graduación, para evitar al parecer situaciones de malos tratos. 

Mientras tanto, los tripulantes a bordo del Toroa, el sevillano Borja Melgarejo, el catalán de Igualada Dani Guitart y el capitán Pablo Benjumeda, pasan pacientemente las horas de confinamiento en el velero: "Trabajamos mucho en el barco, haciendo reparaciones y labores de mantenimiento, los siete días de la semana, de siete de la mañana a tres de la tarde, cuando tenemos que parar por el calor que hace". A las nueve y media de la noche ya están recogidos en sus camarotes.

La isla de Tahití se ha transformado en un gran fondeadero para pasar la cuarentena, donde están resguardados por un extenso arrecife coralino cientos de barcos de todo tipo, que navegaban por la Polinesia Francesa: yates de lujo, grandes veleros, embarcaciones medianas y pequeñas, con matrimonios jubilados, familias completas, navegantes solitarios o tripulaciones profesionales, alemanes, daneses, ingleses o españoles, que han tenido que dejar en suspenso su viaje por estas islas de ensueño y aguardan a que el 8 de mayo se levante el confinamiento (como en la metrópoli francesa). Muchos sin embargo no podrán levar anclas y tendrán que seguir en la isla, ya que sus lugares de destino, sobre todo Australia y Nueva Zelanda, se mantendrán cerrados durante varias semanas más. Sin embargo, entre los navegantes reina la ley que hermana a la gente de mar y que hace más llevadera la cuarentena: "Todo el mundo se ayuda, los barcos necesitan mantenerse y la comunidad echa una mano a todo el que lo necesita".

En el caso de la tripulación del Toroa, aunque se levante el confinamiento en Tahití, "no tenemos fecha de salida, ya que hay que esperar hasta que abran Nueva Zelanda. Aquí no estamos mal, el barco es grande y es cómodo, la población es pequeña y la gendarmería se preocupa por nosotros y es muy amable, seguimos las noticias de España y gracias a la comunicación hablamos con frecuencia con nuestras familias y amigos", concluye Pablo Benjumeda.       

 

      

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