El orden de los tiempos

La viruela y su prevención en El Puerto

  • En el siglo XIX se produjeron varias epidemias de viruela. Entre los impresos del Archivo Municipal se encuentra una Real Cédula por la que el rey Carlos IV ordena la vacunación contra la enfermedad

YA en el siglo XVIII hubo epidemias de viruelas que desolaron la tierra y se llegó a llamar este mal: 'Azote de Europa, América y parte de Asia'. En Utrech en 1729 fue tan cruel que ni uno sólo pudo rescatarse. En Roma, en 1754, murieron más de 6.000 personas en sólo 4 meses. En Inglaterra en 44 años murieron 80.505 personas. En España fueron sonadas las epidemias aparecidas en Talavera de la Reina en 1741 y en Madrid en 1773. Era tan general que casi todos los individuos presentaban cicatrices de viruela y se dio la anecdótica situación que en todos los pasquines que notificaban la descripción de los delincuentes perseguidos recalcaban el hecho de que tal individuo "no tenía los clásicos hoyuelos".

Hasta que en 1798 el médico inglés Ewdard Jenner practicó la vacunación, tan solo existía prevención o tratamientos naturales. Unos aconsejaban nadar argumentando que los baños que limpiaban la piel y los poros eran muy recomendados. Otros incidían en la dieta, la cual debería basarse en mezcla de hierbas y frutos ácidos, o también pan mojado en vinagre de saúco como desayuno.

Entre los impresos encontrados en el Archivo Municipal portuense aparece uno fechado en Aranjuez, el 21 de abril de 1805. Se trata de la Real Cédula por la que el rey Carlos IV ordena que en todos los hospitales las capitales de España "se destine una sala para conservar el fluido vacuno y comunicarlo a quantos concurran a disfrutar de este beneficio y gratuitamente a los pobres, bajo la inspección y reglas que se expresan". En la cédula se disponía además "que se lleve a cabo por los cirujanos ayudados de sus practicantes, y de forma gratuita, los días de la semana que se señale". Parecerían desproporcionadas estas las medidas, pero era necesario erradicar las epidemias de viruela y sobre todo hacer desaparecer de la población las numerosas contradicciones que sobre las inoculaciones se habían producido.

Nuestra ciudad no iba a ser menos, así el Pleno del Ayuntamiento de mayo de 1865 acordaba convocar a la Junta Municipal de Sanidad. Comienza una época en la que las autoridades municipales se toman en serio las recomendaciones sanitarias.

Como primera medida, dada la importancia del trasiego comercial por vía marítima, se impedía el atraque de buques que llevaran enfermos de viruelas hasta que una comisión de la Junta respectiva realizara una inspección y emitiera un dictamen favorable. En toda la población se obligaba a los dueños de fondas, casas de huéspedes y paradores, a que dieran parte: "de presentarse síntomas sospechosos en cualquiera persona de las hospedadas en sus casas procedentes de pueblos epidemiados".

Se divide a la ciudad en tres distritos, en cada uno de los cuales se establecieron puntos de vacunación. El primero de ellos correspondía al Hospital de San Juan de Dios, el segundo en las casas consistoriales y el tercero en el edificio municipal que existía en la calle de los Descalzos. Se determinaba igualmente la periodicidad, "procurándose que por lo menos dos idas cada semana y a ser posible los festivos" y se hacía hincapié en la gratuidad para los pobres.

Se insistía en la importancia que tenían las vacunaciones "ya que ésta alcaldía está convencida de que la vacuna es el único y eficaz preservativo que la ciencia médica aconseja para precaverse de la enfermedad de la viruela, cómo lo tiene acreditado la experiencia". Como medida coercitiva se acordó la no admisión en las escuelas públicas o particulares, gratuitas o de pago, de alumnos "sin que acompañe un certificado de haber sido vacunado". Para amarrar más si cabe esta medida, desde la alcaldía se advertía que en caso de duda, "el alumno deberá ser reconocido por el médico del centro respectivo, el que procederá a vacunarlo, al no presentar cicatrices evidentes de vacuna o viruela". La disposición se hacía extensiva a todos los establecimientos de enseñanza, a los asilos de beneficencia, "a los sirvientes matriculados y a las personas a quienes las autoridades puedan imponerla como obligatorias".

Tan decisiva fue la actuación de la Junta Municipal de Sanidad de El Puerto, que en la segunda mitad del siglo XIX en todas las reuniones celebradas aparece la viruela entre los puntos a tratar. Bien se trataba de un expediente suelto relativo a enfermos de viruela "que se dice existen en la calle San Francisco de Paula, 7", bien se recibían informes de visitas realizadas, relación de vacunaciones, visitas a escuelas ó medidas generales a poner en práctica.

El apartado de las visitas domiciliarias aparece aquí como novedoso, ya que se acordaba que "los tenientes de alcalde de barrio en compañía de un miembro de la Junta de Sanidad practicarán visitas domiciliarias, denunciando a la alcaldía aquellas viviendas que no reúnan las condiciones de higiene y que puedan ser focos de infección". En los casos que se detectasen enfermos en las viviendas, estos debían aislarse y en caso de fallecimiento "adoptándose las fumigaciones y demás medidas que la higiene aconseja para sanear las habitaciones o focos infecciosos".

Por último se manifestaba la intención que se adoptasen todas las medidas de carácter general que tienen relación con la salubridad, higiene y policía de la población.

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