Toda una vida al pie de su negocio en El Puerto
Manuel Ruiz Rosado se jubila tras regentar durante 40 años una tienda de ultramarinos en la barriada de Guadebro, desplazándose a diario desde Puerto Real y atendiendo a tres generaciones
El comercio de proximidad afianza la temporada en El Puerto incorporándose a la venta online
Toda una vida al pie de su negocio, y además con auténtica vocación al trabajo, con la alegría de reencontrarse cada manaña con unos clientes que han sido para él como una gran familia, llegando a atender a tres generaciones. Ese podría ser el resumen de la trayectoria laboral de Manuel Ruiz Rosado, que se acaba de jubilar después de 40 años regentando Ultramarinos Manolo, en la barriada portuense de Guadebro (junto al bar La Muralla), en la calle Tomás Cólogan Osborne. Han sido muchos años de entrega y dedicación a sus clientes, de quienes también recibió solidaridad en momentos difíciles.
Manuel Ruiz Rosado, que el 24 de agosto cumplió 70 años, llegó a Guadebro apenas una década después de construirse la barriada, cuyos pisos estaban destinados a familias de trabajadores de Osborne. Tenía experiencia en el sector del comercio, ya que con 16 años de edad había entrado de ayudante en la cadena de supermercados Spar, en Puerto Real, la ciudad donde reside y de donde procede su familia.
Algún tiempo después se encontraba trabajando como dependiente de un comercio de dicha barriada portuense, donde matrimonios jóvenes de la bodega comenzaban a formar sus familias y a sacarlas adelante.
Pronto tomó la decisión de independizarse y alquiló el clásico “local de la esquina”, de tan sólo 40 metros cuadrados, en el que instaló un ultramarinos, especializado en productos ibéricos de calidad; aunque también con su espacio de frutería, venta de pan y bollería y en general artículos de primera necesidad, donde se podía encontrar de todo (limpieza doméstica incluida) pese al reducido tamaño del establecimiento.
Manuel Ruiz explica cómo conseguía mantener una intendencia tan completa. No soportaba lo que se conoce como ‘horror vacui’, es decir tener en las paredes y estanterías de la tienda un centímetro cuadrado que no estuviera ocupado por algún producto que pudiera necesitar su fiel clientela. “Todos los huecos estaban cubiertos, no podía haber un sólo espacio libre. Tenía 20 jamones colgados en la pared de enfrente, donde estaban también la caña de lomo, quesos de la zona, chorizos, chacina de todo tipo, butifarra de Málaga... Todo para vender al corte. He vendido mucha calidad, y por eso venía gente de todo El Puerto. He llegado a vender 200 jamones al corte en ocho meses”.
Pero un ultramarinos de barriada tan pulcro y tan bien surtido nunca habría sido posible sin un calendario y horarios de trabajo muy sacrificados, con el añadido de que mientras su actividad estaba en El Puerto, Manuel Ruiz tiene su domicilio en Puerto Real.
De esta forma, su día a día comenzaba a las seis de la mañana, abría el ultramarinos hasta las tres de la tarde, regresaba a Puerto Real para almorzar y volvía a abrir el negocio a las cinco y media de la tarde, para cerrar a las once de la noche, y así semana tras semana, año tras año, sin más días libres que los domingos por la tarde y unas cortas vacaciones en la que viajaba junto a su mujer, Dolores Armario, a diferentes destinos. “Cuando tenía vacaciones las disfrutábamos mucho, viajábamos a donde hiciera falta, pero era una semana al año”.
Durante un tiempo, su mujer le ayudó en el comercio, pero después enfermó y él aflojó el ritmo de trabajo para cuidarla. Cuando falleció, hace ahora cuatro años, pensó en traspasar el negocio y retirarse, porque el mundo se le vino encima. Pero volvió a abrir las puertas del ultramarinos, y entonces “fue la clientela la que me salvó”, devolviéndole de esa forma la entrega que él siempre mostró hacia esa gran familia de Guadebro, la solidaridad y cercanía que un comercio de proximidad suele dispensar a sus clientes y vecinos.
El día de su jubilación sus clientes se despidieron de él con un emotivo homenaje en el bar La Muralla, al que acudieron vecinos de tres generaciones, así como una de sus dos hijos, Paola, y sus nietos. “Me llevaron engañado, diciéndome que íbamos a un cumpleaños y cuando entré me encontré con una clientela que me sacó las lágrimas”, confiesa emocionado.
“Mi trabajo me encantaba y hubiera seguido dos años más. Estoy satisfecho, contento y para tirar cohetes, porque esa clientela la hice yo, tratando bien al cliente, dándole calidad y vendiendo con arte”, concluye Manuel Ruiz.
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