Tribuna Libre

Una ciudad vivible

Un ciclista circulando por el paseo José Luis Tejada, en una imagen de archivo.

Un ciclista circulando por el paseo José Luis Tejada, en una imagen de archivo. / D.C.

Quienes vivimos o al menos pasamos temporadas más o menos largas en El Puerto queremos una ciudad vivible.

Me refiero por supuesto a lo que llaman “calidad de vida”, que implica, entre otras cosas, un entorno agradable, buenos servicios y protección frente a la contaminación ambiental y acústica.

Tras mis largos años de estancia, por razones profesionales, fuera de España, opté un día por comprar una vivienda en pleno casco histórico, cerca de las torres donde anidan las cigüeñas.

Ofrece el centro indudables ventajas sobre las urbanizaciones si uno no tiene que ocuparse de sus hijos pequeños y prefiere usar el coche lo menos posible por tenerlo todo a mano.

Me cuentan que muchas familias que vivieron en algunas de esas urbanizaciones desearían, cerca ya de su senectud, retornar al casco histórico, pero tienen todavía dudas por el estado deplorable en que se encuentra.

Se aprobó el tan deseado Peprichye, del que siempre se dijo que serviría para impulsar la tan urgente renovación del centro, pero ¿sirve ello de algo si no funciona todavía, por ejemplo, una oficina que tramite los expedientes que puedan presentar los interesados?

Basta darse una vuelta con los ojos bien abiertos por el casco histórico para percatarse del estado semirruinoso y a veces cochambroso de muchas fincas, que llevan años sin que parezca que sus propietarios se hayan molestado en pasar por allí.

Por lo que he visto en otras partes, siempre he sido partidario de la peatonalización, algo a la que parece, sin embargo, que siguen resistiéndose muchos vecinos de El Puerto cuando, por ser una ciudad más bien llana, sería más que recomendable.

¿Por qué no hacer a tal fin aparcamientos públicos que sean totalmente asequibles para aquéllos y los animen a utilizar el coche sólo cuando sea estrictamente necesario y no, como ahora, para cualquier cosa?

¿Y qué decir de las aceras, tan estrechas que una madre apenas puede pasar con un cochecillo y en las que además es tan fácil tropezar y romperse un tobillo? ¿No sería más sensato suprimirlas totalmente?

Por no hablar de las terrazas de los bares o restaurantes que invaden a veces hasta la calzada y cortan continuamente el paso.

¿Por qué no llevar el ejemplo de las calles Pagador o Luna a todo el casco histórico? ¿Y al mismo tiempo por qué no plantar más árboles en calles y plazas? ¿De dónde viene esa fobia a lo verde no sólo en este sino en tantos ayuntamientos de nuestro ruedo ibérico?

Dicen los más críticos con la evolución de El Puerto que éste va camino de convertirse en una especie de Magalluf del Guadalete, en referencia a esa localidad mallorquina tristemente famosa por sus desmadres turísticos.

Es increíble, por ejemplo, que los conciertos que se dan en el otro margen del río los fines de semana duren hasta casi la madrugada y no dejen descansar a quienes viven en el centro: tal es el nivel de decibelios. ¿No habría que denunciar a los organizadores o a quienes lo autorizaron?

Una ciudad ha de dar siempre absoluta prioridad a las necesidades de quienes en ella viven y trabajan y no preocuparse sobre todo de quienes van allí sólo los fines de semana en busca de diversión o borrachera.

Los restaurantes y bares de El Puerto, sobre todo los que se concentran en un par de calles del centro, están sin duda estos días de enhorabuena.

Estamos en plena temporada turística, pero ¿qué ocurre con el resto del año? ¿Y sobre todo qué hay del comercio de esta ciudad, que parece incapaz de levantar cabeza sin que nadie dé la impresión de preocuparse?

Cuentan que el concejal de fiestas está volcado en los festejos y que es además muy hábil y sin ningún complejo en su autopromoción en las redes sociales.

Nada que objetar sino fuera también responsable de Comercio y el Patrimonio. Y sin cuidar uno y otro, algo que evidentemente no ocurre, no logrará nunca El Puerto recuperar un día el nivel de prosperidad que tuvo en el pasado y de lo que muchos hablan todavía con añoranza.

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