Carta abierta a un compañero

La carnavalera Marta Ortiz escribe a Antonio Martínez Ares unas líneas públicas tras ser mencionada en uno de los pasodobles que 'La oveja negra' interpretó en su pase preliminar

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Marta Ortiz, autora de comparsa.
Marta Ortiz, autora de comparsa. / Miguel Gómez
Mar Muñoz (Marta Ortiz)

15 de enero 2024 - 06:00

Querido compañero. Me conoces desde que era una niña. Y a mi familia. Hoy miro atrás y me veo subiendo los escalones de tres en tres de la mano de mamá, dispuesta a coger un sitio en el gallinero para poder disfrutar así de una de tus maravillas. La Ventolera. Tenía cinco años y la barriga del revés de los nervios.

Ni en mis mejores anhelos se hubiera fraguado el hecho de estar compitiendo contigo cuerpo a cuerpo en una final 28 años después, como autora íntegra de música y de letra, igual que tú. Tampoco se desprendía de mis sueños la posibilidad de que tú, maestro, historia, referente, realidad presente y futura leyenda de nuestra fiesta local, me/nos dedicaras un verso con nombre propio, en diminutivo sentido, entiendo, en el cariño y la complicidad que en años nos precede , sin dejar por supuesto de lado a las ovejas negras que conforman el equipo militante de nosotras, las "feminazis", que con muchas razones, en su revisionismo violeta minucioso, sororo, justo y necesario, señalaron públicamente que la infantilización normalizada de las mujeres no nos hace ningún favor. Por eso explico el contexto con ellas de la mano, en el entendimiento de quien sé de sobra, intenta deconstruirse igual que nosotras, y lo hace desde la honestidad.

Mis lágrimas de anoche no sólo responden a la aparición de mi persona en una de tus coplas. Reflejan el hecho de que tu alusión hacia mi, es de verdad, "pura" pureza e intención hermosa, pues mucho antes de ese verso, en el verano del 2022, una vez pasado el concurso y el carnaval, sentí como si de un bálsamo para mí "síndrome de la impostora" se tratara, tus gestos directos de acercamiento conmigo, para darme el sitio en público, en diversos frentes, y sin tapujos. Te enfrentaste hasta a los tuyos para parar la verborrea. Tú, como individuo, no como colectivo. Que quede bien claro. En el verano de "Wecando", me "robaste" los pitos para buscar la excusa perfecta de un encuentro, y te colaste en mi casa-puerta para devolvérmelos. Bajé mi escalera incrédula. Y allí estabas con la bolsita llena de nuestros pitos de carnaval , que por lo visto, se habían "olvidado" en aquel autobús vuestro. Me pediste perdón genérico como hombre (tú me entiendes), con la ternura de quien no sabe cómo hacerlo, y me dijiste que te había encantado, que me querías comprar un pito. Que te lo firmara. Mi garganta se secó, aunque no te di muestras de ello. Recompuse mi emoción como la que escucha algo normal, y te devolví el perdón que yo también te debía por no brindarte el premio en la recogida. Me dolían tantas cosas. Y tuviste la empatía de entender que a veces las heridas y el no ser hipócrita pisa el hecho de saber estar a la altura. Yo no lo estuve, y me pesó mucho, mucho tiempo. Lo siento. Tú lo sabes. Y lo entendiste. Terminaste de rematar mi asombro al presentarte esa misma noche, con tu compañera Fany a la que también aprecio mucho, en el Pay Pay. No te moviste del sitio hasta el final. Yo en la primera parte de nuestra actuación no sabía que habías venido. Cuando me bajé y mis compañeras me lo contaron, no daba crédito. En la segunda parte, se me iba a salir el corazón del pecho, porque tú me estabas escuchando.

Al año siguiente, con 'La ciudad invisible', primer guiño en público en una letra con otro verso a nuestra experiencia patriarcal. Recuerdo tu mensaje de respuesta a la felicitación que te mandé por tu doblete. De nuevo palabras hermosas poniendo en valor lo que hago. Más tarde, al final del verano, cumplimos la promesa de ese café tantas veces aplazado por la frenética vida. En el café de Levante. No había ni rastro del personaje. Sólo estaba Antonio allí, conmigo. Tu escucha, tu empatía, tú cercanía, tu asertividad, tu querer saber, tus preguntas, tu interés, me hicieron sentir comprendida y apreciada como igual. Mi grupo y yo te lo agradecimos con un vídeo con mucha guasa en forma de letra, y tú respuesta, de nuevo, no pudo ser más bonita, más tierna y más de verdad. La guardo para mí.

Y pasados los meses, anoche, ese verso, esa letra, ese remate tan certero. Porque es tan difícil ser oveja negra (qué te voy a contar yo a ti), nadar a contracorriente, sentirte señalada/o y despreciada/o por ser "la nota discordante", y "el guijarro en el zapato", la porculera, o el porculero por decir y escribir justicia, que no pude evitar emocionarme hasta el llanto. Porque ser oveja negra, doblemente negra, por mujer, es la causa primera de que "la oscuridad me devore, pero como soy gaditana, por fuera mis penas son de colores".

A pesar de todo, merece la pena, querido "niño" coplero. Gracias por toda una vida dedicada a hacernos mucho más felices, por el sacrificio que entraña estar en el disparadero un año, y otro, y otro, y otro, sin bajar el listón de una calidad que juega, junto con algunos otros, sin duda, a otro deporte del que jugamos la inmensa mayoría. Gracias por otra maravilla. Gracias por intentar deconstruirte como yo lo intento cada día, dándome el sitio sin haber hecho aún prácticamente nada, sin tener recorrido, siendo la última en llegar y sin saber si albergaré las fuerzas para quedarme. Porque tú sabes que se trata de otra cosa, otra pelea, y eres conocedor de la importancia de los gestos de los referentes para transformar lo que tenemos.

Compañero, te abrazo, te aprecio y te admiro. Mucha suerte.

Eternamente agradecida a ti, por todo lo contado.

Mar Muñoz

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