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Un dios en un país de ídolos menores

  • La generación de Mágico fue sacudida por la cruenta guerra civil

"San Mago, patrón del estadio", con este nombre tituló el escritor salvadoreño Geovani Galeas una obra de teatro sobre la figura de Jorge González. La dirección y puesta en escena en el teatro Presidente se encargó a Fernando Uraña, pero el proyecto fue un fracaso. En ella, aparecían distintos personajes: prostitutas, camareros de salas de fiesta, periodistas, que esperaban la llegada de Mágico relatando anécdotas de su trayectoria deportiva y las consabidas andanzas de su vida privada. Al final, Jorge no aparecía, se escabullía también en la ficción.

No se puede entender la particular idiosincrasia de Mágico sin ubicarla y contextualizarla en El Salvador, su país, su patria. Mientras en 1992 España era Jauja, el paraíso olímpico de Barcelona, la Expo de los chapuzones de Curro y el "viva la vida", a 13 horas y media de vuelo desde Madrid rumbo oeste, 8 horas de diferencia horaria, se firmaba un acuerdo de paz que ponía fin a una dura guerra civil de más de una década. El Salvador no estaba hundido, pero sí muy tocado, desolado.

La generación de Jorge fue sacudida directamente por un conflicto que separó familias, alistó a jóvenes en las Fuerzas Armadas mientras los revolucionarios reclutaban guerrilleros casi adolescentes. Provocó miles de muertos, represión, dramas, inseguridad.

Para superar este trauma, los salvadoreños cimentaron su espíritu de reconciliación y unidad alrededor una gran figura, en especial del arzobispo de San Salvador, monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, héroe en defensa de los derechos humanos asesinado durante la celebración de una misa. Por debajo de este sacerdote no sobresale casi nadie. Jorge Mágico González sí, como un dios en un país con ídolos menores. Un líder.

6 millones y medio de personas viven en este país de sorprendentes paisajes tropicales, volcanes, lagos y una impresionante sucesión de playas interminables . Hay un segundo El Salvador, en Estados Unidos, donde residen millón y medio de emigrantes que aportan, con sus remesas económicas, el 18% del PIB.

El clima es sencillamente perfecto. Solo se ve alterado por las tormentas tropicales. La actividad sísmica es muy elevada, por poner algún defecto a un país que, geográficamente, es de una gran belleza natural y paisajística.

El Salvador se mira constantemente en Estados Unidos, lo que no deja de resultar paradójico teniendo en cuenta el papel que jugó en la guerra civil. No sólo por sus carreteras, las grandes avenidas, centros comerciales, la comida rápida o la adopción del dólar USA como moneda oficial, los vehículos pick-up, o ciertas dosis de spanglish en el habla cotidiana. Como en toda Centroamérica, Estados Unidos es un símbolo de esperanza. Todos tienen un familiar que prosperó allí.

Son hombres y mujeres amables, que a veces pueden dar la errónea impresión de ser serviles. Poseen una alta dosis de disciplina y esfuerzo. Una única pega: cuando se ponen al volante, en especial en la hora punta, a partir de las seis de la tarde, y se forma un caos de tráfico de proporciones bíblicas.

¿Violencia? Basta ver cualquier portada cualquier día del año para leer asesinatos y secuestros. Pero es una guerra entre maras, las pandillas locales que pugnan entre ellas por el tráfico de drogas, la extorsión o los territorios. La psicosis, mezcla de la guerra y las luchas entre las maras, han convertido a la capital, San Salvador, en una ciudad amurallada, donde las casas se protegen con muros, concertinas y agentes de seguridad privada con unos enormes rifles de cañones recortados. Impone, pero no asusta.

Si se toman las precauciones debidas, algunas zonas y algunas horas, no existe sensación de inseguridad por las calles, mercados, monumentos, parques, públicos, playas y acantilados, manglares, zonas naturales, lugares únicos donde los salvadoreños se muestran afables y hospitalarios.

El Salvador deja huella. Y dices que eres de Cádiz y te ganas una conversación amiga alrededor de la figura de Mágico.

En este escenario vive nuestro ídolo cadista. De manera sencilla, cotidiana. Sin estar en el centro de atención, aunque sí en el recuerdo y la admiración de sus compatriotas.

Allí, nadie puede hacerle daño.

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