La playa infinita. Por Javi Osuna
LA PLAYA INFINITA. La playa es mía subordinado a que es de todos. La playa es tuya con idéntico matiz. Tres conceptos bien claritos para repetir con voz gutural en primero de sentido común: 'mía', 'tuya', 'todos' y al mismo tiempo, 'de nadie'. Porque, en todo caso, la playa es suya. Se pertenece a sí misma. No tiene dueño. Tiene costas pero ni siquiera es de Costas; es tan fácil entenderlo que es un 'playazo' cogerlo. Ella establece las lindes con sus aguajes. Delimita a capricho su espacio. Traza fronteras de salitre. Decide la capacidad, al igual que determina la fuerza de sus temporales en función de vientos y grados de coeficientes de mareas, no en función de la clase social del señorito que demanda reserva previa. Muy decimonónica la propuesta: señoritos de canotiers de paja, ampuloso reloj de bolsillo, anteojos y pequeños prismáticos para las carreritas de caballo en La Victoria. ¡Tiempos nostálgicos en sepia! Daguerrotipos del pasado. Las damas entalladas con guantes al codo y tocadas con gorros de velos transparentes, levantan el dedo meñique mientras saborean el vermut desde la terraza del Balneario Victoria. ¡No! Una centuria después, quien antes llega, antes clava su pendón de sombrilla. El derecho de llegada, que no el de pernada (el único derecho de 'pernada' sería la 'perná' de la tanza de la caña del que llegue primero). El primer gargajillo que pise la arena volaera tendrá la validez de la huella de Armstrong. La playa será del que la acaricie más temprano; de quien la pasee con prontitud. Y la paseará quien antes la posea —o la poseará quien antes la pasee—, en canalizos, espumas y pozas, o sea, que también la 'pozeará' con deleite y hedonismo. La playa es algo más; es mucho más, que trasciende al concepto de un espacio de ocio, ofertado en catálogo ante la vista de una mirada burguesa. La playa para la psicología colectiva del gaditano es una necesidad espiritual; una segunda residencia natural y colectiva del pueblo, escriturada desde la infancia y enraizada con nuestros recuerdos más tempranos: ahogaíllas, loterías gremiales, amores crepusculares, aromas infinitos, pregones de bocas y cañaíllas, mareas de Santiago; padres solidarizados con niños perdidos que Don Romualdo buscará, histérico y afónico. Playa infinita del Sur, de las Mujeres, de los Números, Corrales y de Santa María; caletera o del viejo ventorrillo de El Chato, tienen al levante de aliado para echar a los que quieren privatizarte. Si hay que darle a un traidor una buena zambullá se le da, como 'La hueste de Don Nuño' (1959) con el pendón clavado en el Puente Canal. Me gustaría mostrarle a HORECA una especie de alto valor biológico, muy llamativa para el sector turístico al que representa. Pertenecen al grupo de los equinodermos, ya saben, erizos y estrellas. Se alimentan de materia orgánica en suspensión y tienen forma cilíndrica con protuberancias. Como quiera que al turista se le ha de trasladar bien los modismos vernáculos, donde diga UNA HOLOTURIA, traduzcan lo que siempre le diremos: ¡UN CARAJO! (Holothuria arguinensis)
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