Con la Venia

Cuando yo me pele. Por Yolanda Vallejo

  • Al puente Carranza le tengo querencia porque somos de la misma edad –bueno, yo soy un mes más mayor que él- y tenemos los mismos achaques. Y qué más da, dirá usted, si son cosas de la edad, pero no puedo remediar mi querencia, porque a los que ya hemos vivido más de lo que nos queda por vivir, nos gustan mucho estas cosas identitarias; no se haga ahora el exquisito, que usted también ve «First Dates» para jugar a Dorian Grey, «mira, mira, cincuenta años y parece mi abuela». Y pasado el medio siglo, yo también necesitaría un arreglo de pilares y hasta una reconstrucción del tablero porque estamos, el puente y yo, bastante trabajados –y bastante amortizados, por lo que hemos servido- para la edad que tenemos. El viejo puente, con el adjetivo por delante, nos llevó hace cincuenta y cuatro años a donde la tierra era firme y comenzaba el resto del mundo, y ha estado presente en los peores y en los mejores momentos de nuestra historia reciente –no tan reciente, ya- como testigo de lo que somos. Ha estado en nuestro particular Manchester de luchas y barricadas, cuando nuestros hijos se han ido, cuando han vuelto; abriendo los brazos para recibir a los grandes barcos y regalándonos el fruto bendito de su vientre, yermo y seco ya desde que el puente nuevo nos enseñó que el resto del mundo estaba doce minutos más cerca. 

  • Desde aquel 28 de octubre de 1969 en el que fuimos a tomar el sol a Puerto Real, la salinidad, los efectos de las mareas, la oxidación, el continuo tráfico, han pasado factura al puente Carranza. En los últimos quince años ha sufrido cinco operaciones quirúrgicas de menor o mayor importancia, la más impactante, la de 2007 cuando se intervino el tablero para la colocación del carril reversible que lo mantuvo convaleciente durante todo el verano. La de ahora lo va a tener de baja más tiempo que a Kate Middelton; ya sabe lo que dicen los anuncios, cuatro meses si va todo bien, que no irá, claro, porque la ley de Murphy es el marco en el que se mueven las obras en este país.

  • Cuatro meses que van a poner a prueba no solo nuestra paciencia sino nuestro compromiso como ciudad con la movilidad. Los más de veinte mil vehículos que entran a diario por el Puente Carranza tendrán que adaptarse al plan de tráfico - ¿hay un plan? - que han diseñado las autoridades competentes - ¿competentes? - en la materia. Todo parece –parece, he dicho- que se ha hecho a la bulla, como si nadie supiera, o quisiera saber, que el Ministerio tenía previsto el inicio de la obra para mañana mismo. De esta manera, ya sabemos que ni mañana ni el próximo lunes habrá Piojito, y que, después de Semana Santa, habrá una nueva ubicación para el mercadillo, y también sabemos que la rotonda del parque de bomberos tendrá «un punto especial de vigilancia y control» ya que se espera que aquello sea el lío del montepío para los conductores que entran y que salen de la ciudad. Luego, lo de siempre, un documento con tanta letra pequeña que se aburre una –que encima, no conduce- de leerlo al segundo párrafo, lo suficiente como para profetizar que el plan aprobado será modificado y remodificado más de lo necesario; y unas recomendaciones que parecen sacadas de la presentación de «Los de Cádiz Norte»: «quienes se dirijan a un punto de la parte sur de Cádiz, la que comprende desde la entrada por la Zona Franca hasta la mitad de la avenida, que lo hagan por San Fernando, y quienes vayan a Puertatierra o el centro de la ciudad, utilicen el Puente de la Constitución de 1812». Y mientras me entero de qué va la parte contratante de la primera parte, le contaré una cosa. 

  • Lo único bueno que podría salir de aquí sería la reordenación del transporte interurbano. Y me explico, porque voy a ser muy políticamente incorrecta, pero tremendamente objetiva. Nunca he entendido por qué los autobuses interurbanos no entraban y salían de Cádiz por el puente nuevo, teniendo la estación –o lo que sea eso- de autobuses justo enfrente; tampoco he entendido nunca por qué los autobuses tienen que parar obligatoriamente en el hospital, cuando en otras poblaciones el autobús para en la estación y el viajero tiene que buscarse la vida para ir a su destino final. Qué quiere que le diga, no lo entiendo, igual que no entiendo que el tren que va a Madrid haga cuatro paradas en nuestra provincia. Será que yo sí soy usuaria habitual, y no de pose, del transporte público por lo que me parece que estamos ante una oportunidad para poner a prueba hasta dónde estamos concienciados de la necesidad de apostar por el transporte público de calidad y no por un autobús turístico que nos pasea por toda la avenida, recreándose en las paradas, alargando los tiempos y añadiendo más contaminación y malos humos a los que ya tenemos.

  • A mí no me indigna que la gente coja el coche para venir del Río San Pedro a Cádiz, aunque después no tenga donde aparcarlo. Lo que me indigna es que no haya un servicio ininterrumpido que comunique a las poblaciones de la bahía y que sea, de verdad, una alternativa al vehículo privado. 

  • A ver si somos capaces de hacer de la necesidad, virtud y la obra del puente Carranza nos pone, cara a cara, con nuestros propios vicios. Tiempo vamos a tener, de eso no tengo ninguna duda, porque el puente se va a abrir cuando yo me pele, que cantaban los Beatles de Cádiz.