La foto del metro de Nueva York vista por Arcadi Espada

08 de diciembre 2012 - 14:11

EL CORREO CATALÁN ARCADI ESPADA Llega un tren Querido J: Un hombre cae en Nueva York a la vía del metro, cuando va a entrar un convoy en la estación. Un fotógrafo toma varias imágenes del momento, entre ellas una que muestra la máquina de frente con sus focos encendidos y unos metros más acá, según la perspectiva de la foto, el hombre caído en el foso, con la cara vuelta hacia el tren, a pocos segundos de morir. Al día siguiente la foto aparece en el New York Post, bajo un titular en letras gruesas: Doomed, condenado. Yo me enteré del caso gracias a Valdeón, que escribió dos artículos en la revista Jot Down. By the way, no acabo de entender cómo el máximo especialista en necrológicas de este periódico donde te echo las cartas ha de ir a escribirlas a otro lugar. Debe de ser por dinero. Esto sucedió el lunes y medio mundo sigue comentándolo. La discusión tiene varios lados. El primero es bien conocido: qué hace un fotógrafo tomando fotos en vez de echarle una mano al hombre. El segundo hace extensiva la falta de auxilio a las personas que estaban en la estación: por qué tampoco hicieron nada. Y el último alude al Post: ¿cómo se les ocurre publicar esta foto en su portada? Responder con precisión a las dos primeras preguntas me es imposible. He leído el de Valdeón y un puñado de artículos más y no sé si el fotógrafo pudo salvar al hombre, pero prefirió retratar su muerte. Lo mismo digo de la gente en el andén: si pudieron y los paralizó el miedo (la víctima había sido empujada al foso por un matón que aún andaba por allí), si actuaron con ineficacia (parece que muchos se desplazaron al extremo del andén por donde el tren entraba en la confianza de que sus gritos y gestos lograrían que el conductor advirtiese algo raro y frenara a tiempo) o si, simplemente, y dadas las circunstancias de espacio y tiempo, nadie pudo hacer nada decisivo para salvar esa vida. Pero del Post y su decisión sí puedo hablar. Hay una condena casi unánime. Destaca entre los desgarrados David Carr, en el Times. No hay nada peor que hacerse el respetable después de una vida de muckraker. Dedica una entrada de su columna de medios a hablar de una foto que no publica, «porque reprobar una foto morbosa mientras se disfruta de los beneficios de su reproducción parece inapropiado». ¡Impresionante el socialdemócrata!: como si no se estuviera aprovechando de ella desde la primera línea. Pero aún más sucio es lo que viene después: «La portada del Post encarna perfectamente todo lo que la gente odia y sospecha sobre el negocio de los medios de comunicación: no sólo son los periodistas espectadores, eunucos morales y éticos que no intervienen cuando el peligro o el mal se presenta, sino que tal vez secretamente están esperando su victoria». No. Los periodistas no son espectadores. El espectador es pasivo, por naturaleza, y el periodista actúa. Naturalmente su acción no consiste en involucrarse en el hecho, sino en difundirlo. La ineptitud dominante reprocha al periodista que no actúe dentro de lo que sucede; es decir, que en medio del campo de batalla no socorra a los heridos o no tome partido por los buenos. La ineptitud no comprende que un periodista está en el lugar de los hechos porque es periodista; y que en cuanto dejase de comportarse como periodista dejaría de acceder al lugar de los hechos en las privilegiadas condiciones de inmunidad, exigidas por la sociedad democrática, en que lo hace. Tampoco se ve por parte alguna cómo el Post contribuye al triunfo del mal. Todo lo contrario. Los viajeros son poco cuidadosos en los andenes (un lugar mucho más peligroso de lo que parece) y durante algún tiempo llevarán esta foto en la cabeza. Y también los encargados de mejorar los sistemas de seguridad del metro. La pregunta es si semejante beneficio justifica la presunta violación de la intimidad del que va a morir. Es en este sentido donde la portada doomed plantea cuestiones relevantes. Todos los reproches que pueden plantearse ocurren fuera de la foto. Pocas veces se habrá visto más claramente la razón que tenía Susan Sontag: «El pie de foto, el contexto donde la foto aparece, quién la está contemplando y por qué, todo eso es fundamental para configurar el sentido definitivo que la foto acabe adoptando». El hombre caído no es identificable; es decir, su intimidad sólo la viola el pie que vincula ese cuerpo desvalido con un nombre. La foto no permite saber tampoco si el hombre logró escapar de la muerte, bien porque consiguiera subir al andén, bien porque el tren frenara. Es el pie de nuevo: «Empujado a la vía del metro este hombre está a punto de morir». A lo que vamos, Carr, odontólogo: si dentro de 20 años vieras esta foto sobre una blanca pared estucada del Soho con un pie que dijera: 49th St. Station. Monday, December, 4. The train didn't stop abrirías la boca y escupiendo la muela del juicio dirías Masterpiece! Por lo tanto, lo que reprochamos al Post no es la foto, que es completamente veraz. Son los datos. ¿Pero qué es el periodismo? ¿Qué tipo de respuesta anhelaría el visitante de la galería del Soho que la viera 20 años después...? Who, what, when, where, how. Una obra maestra. No es fácil fotografiar cómo se viene la muerte. Supera la del otro hombre que cayó en Nueva York, el 11 de septiembre. En The falling man la muerte está posando demasiado. Falta el suelo. Y el que cae, a diferencia del hombre del andén, es ya un cadáver. La de Estación 49 es una foto aún más dura, también sin una gota de sangre. Dos hombres vieron llegar el tren y uno pudo contarlo. Sensacionalismo, sin duda. La muerte es sensacional. Sigue con salud.

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