Verdades y mentiras sobre Podemos y la APM. Jesús Maraña en Infolibre

10 de marzo 2017 - 02:09

n estos tiempos de ruido y de furia, uno procura no entrar a discutir con quienes retan, insultan, etiquetan o amenazan incluso antes de conocer tu punto de vista. Es lo que ha ocurrido desde que el lunes pasado, a las nueve de la mañana, cuando se hizo público un comunicado de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) en el que se denunciaba “el acoso de Podemos a periodistas”. Han pasado casi tres días, en los que infoLibre ha venido recogiendo ese comunicado, la reacción de Podemos y de otros partidos, las opiniones de nuestros articulistas y también los comentarios de todo aquel que ha querido libremente expresarlos. Es hora de dejar claro, especialmente ante socias, socios y lectores de infoLibre, lo que uno sabe y piensa del asunto. Incluyendo alguno de los errores propios cometidos. LOS HECHOS

LAS INTERPRETACIONES

Como suele ocurrir con cualquier asunto referido a Podemos (muy especialmente si contiene aspectos negativos), la tormenta se desató a las nueve en punto, y es obvio que algunos medios tenían incluso preparada la batería para arropar con el máximo despliegue el ya de por sí grave contenido de la denuncia. Más allá de la (obviamente) libre opinión que cada cual se forme sobre los hechos, me parece imprescindible poner el foco en algunos puntos.

¿APRENDEMOS ALGO… TODOS?

Resulta impresionante la capacidad existente en la profesión periodística en España para disparar contra sus propios intereses, que son o deberían ser los de defender la dignidad de un oficio cuya esencia es el servicio público. Aquí ya no me refiero a la propiedad de los medios ni a esos ejecutivos con bonus millonarios y pensiones doradas. Hablo de los que no somos otra cosa que periodistas desde que amanece hasta que uno cae rendido, cualquier día del año, sin más épica que cualquier otro oficio pero con el añadido de que ninguno está más obligado que el nuestro a evitar el abrazo a la difamación o a cualquier tipo de sectarismo. La Asociación de la Prensa de Madrid debe estar tan sometida a la crítica como todo organismo asociativo profesional. Tiene sombras en su historia del tamaño de la luna, pero calificar de “franquistas” a los 23 miembros de su actual Junta Directiva es un verdadero disparate. Por si a alguien le interesa, esa Junta es la suma de representantes elegidos directamente por los asociados, procedentes de distintas listas, con historial profesional muy variado, de medios totalmente diversos y con posiciones ideológicas muy diferentes. Los reproches que cada uno de sus miembros puede asumir habrán de sujetarse en todo caso al periodo que llevamos representando a los periodistas asociados (poco más de un año). Una etapa, por cierto, en la que ha concluido cualquier asomo de “privilegio” en forma de ayudas públicas para un servicio médico privado. El argumento de que la APM no ha reaccionado del mismo modo a otros muchos casos de presunto atropello del libre ejercicio del periodismo es lícito, aunque conviene respetar los datos. En los últimos 18 meses la APM ha denunciado la manipulación en RTVE y ha dado apoyo a sus Consejos de Informativos; ha reprobado a Juan Luis Cebrián por su campaña contra La Sexta, eldiario.es o elconfidencial o ha denunciado las críticas del PP al tratamiento informativo sobre Rita Barberá, entre otros muchos comunicados e iniciativas que pueden consultarse aquí. ¿Habrían sido convenientes muchísimas denuncias más? Seguro, y más graves. Conviene saber que para que una asociación profesional ampare a un periodista pisoteado en primer lugar se precisa que lo pida. Si se me pregunta si hubiera dado mi apoyo a otros colegas que denunciasen con pruebas el acoso de dirigentes del PP, del PSOE o Ciudadanos, la respuesta es un SÍ rotundo. Y lo mismo habrían hecho los 23 miembros de esa Junta. ¿Cómo es que no hay una larga fila de colegas dispuestos a denunciarlo? La pregunta también es lícita. Y muy pertinente. Tengo muy claro que un asunto tan grave y delicado como el que ha incendiado los medios y las redes estos días habría merecido un debate más profundo y reposado. Mea culpa por no haberlo exigido. Sería muy conveniente analizar la influencia que en todo esto tiene simplemente la realidad digital, el hecho de que hoy ningún periodista (ni ningún político) puede trabajar aislándose de la existencia de las redes sociales. Si hace falta una piel muy gruesa para soportar la presión de un ministro, un empresario o un banquero, tampoco se debe tener muy fina cuando se expone al criterio de la comunidad tuitera. Antes, los reproches de un político se escuchaban en la barra de la cafetería del Congreso o de Casa Manolo. Ahora circulan instantáneamente por las pantallas de los móviles. Lo cierto es que, ante una duda razonable sobre el respeto a la libertad de expresión, desde Podemos se reacciona etiquetando como “máquina del fango” a cualquiera, haga lo que haga y actúe como actúe. Craso error. Por esa vía, ni “la trama” pierde poder, ni la “nueva política” gana credibilidad.

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