Las banderas de Kichi. Teodoro León Gross en El Mundo
Con el espacio público convertido en un pudridero ingobernable, una década de clientelismo andaluz en el paseíllo de los ex presidentes del saqueo institucional, el cenagal corrompido del PP donde chapotea Barberá, Podemos atrapado en un círculo de poder unipersonal, y hasta la número tres de Ciudadanos en Madrid enredada en los regalos de Púnica cuando aún militaba en el PSOE... ¿a quién le importa si Kichi retira la bandera de España? Sólo es una anécdota, y hasta cierto punto enternecedora como todo lo infantil. Claro que, como glosaba ayer Antonio Soler con la lucidez de su mirada histórica (ahí está, en los escaparates, su espléndido Apóstoles y asesinos) el dinamitero Kichi ya no es un niño, como tampoco Teresa Rodríguez. Y de hecho gobierna -por decirlo así- una de las capitales con más problemas de, con perdón, España. Tener problemas con la bandera claro que delata un problema de inmadurez. Kichi llegó al despacho y sustituyó la fotografía del Jefe del Estado por la de Fermín Salvacochea, el anarquista que proclamó el Cantón de Cádiz en 1873. Se le entendió el mensaje: «Tenemos nuestras propias banderas». Es algo que se ve en sus manifestaciones, donde exhiben enseñas de la República o de territorios independientes inexistentes... Así que su problema no es con las banderas, sino con la bandera oficial de España, ese Estado democrático que paga las facturas, incluso a sus enemigos declarados. Ellos no parecen admirar particularmente eso. El populismo está siempre más cómodo en sus ficciones que en la realidad. Kichi ha enviado un mensaje de tranquilidad a «los amantes de la rojigualda», así, con ese punto de desdén. Se ve que disfruta cierta superioridad moral. La ironía es que sólo hay tres grupos de españoles que tienen problemas con las banderas: los últimos franquistas folclóricos, los nacionalistas desigualitarios y estos populistas bananeros. Todos, tal para cual, chocan con la razón, la ley y la realidad. Claro que tal vez Kichi se dedique a quitar banderas porque tampoco sabe hacer otra cosa mejor. Es verosímil. Pero si se certifica el asalto de esta tropa a los cielos del poder, la anécdota ya no será una anécdota, sino todo un progreso: del envejecimeinto de la vieja política al infantilismo de las viejas revoluciones.
También te puede interesar
Lo último