Diufaín da explicaciones: "No recojo firmas contra el Papa".

Soy sacerdote católico. El pasado 6 de enero, solemnidad de la Epifanía del Señor, se cumplieron 36 años desde que fui ordenado sacerdote en la Catedral de Cádiz. En esa celebración hice pública y solemnemente, ante Dios y su Iglesia, unas promesas sacramentales, que ratificaban las que hice cuando fui ordenado diácono unos meses antes. Entre ellas, prometí:

— Desempeñar siempre el ministerio sacerdotal en el grado de presbítero, como fiel colaborador del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor bajo la guía del Espíritu Santo.

— Desempeñar con dedicación y sabiduría el ministerio de la palabra en la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica y proclamar esta fe de palabra y obra, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia».

— Obediencia y respeto a mí obispo y a sus sucesores.

Cada año, en la Misa Crismal, he renovado con gozo las promesas y pedido a Dios su gracia para cumplirlas con fidelidad.

Es verdad que, por mi debilidad y pecados, he tenido que recurrir muchas veces y con frecuencia al sacramento de la reconciliación, y recibir el perdón de Dios de manos de un hermano sacerdote. Aún así, a pesar de mis debilidades y por la misericordia de Dios, creo que puedo decir con humildad y agradecimiento, como san Pablo, que he combatido el noble combate y, aunque todavía pienso que no se ha completado mi carrera, he mantenido la fe (cf 2 Tim 4,7). Hoy vuelvo a repetir las palabras que puse en la estampa de recordatorio de mi ordenación: «Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio» (1 Tim 1,12).

De mis 36 años de sacerdote, la gran mayoría de ellos los he ejercido como párroco. 17 de ellos, los más gozosos de mi vida sacerdotal, como misionero fidei donum —enviado por mi obispo— en Hispanoamérica; entre los pobres, campesinos y braceros emigrantes, en los campos de caña del este de la República Dominicana y en las estribaciones de la selva amazónica de Perú. Y, por obediencia a mi obispo, regresé a mi diócesis de Cádiz y Ceuta, cuando fui requerido para ello.

En los años de mi ministerio (especialmente, en los años de misionero, en Hispanoamérica) he dado una infinidad de bendiciones a personas que por una u otra circunstancia (homosexualidad, adulterio, amancebamiento u otras) no podían recibir la absolución sacramental, pero que, conscientes de sus pecados y de su debilidad, deseaban ser ayudados por Dios para salir de la situación que les impedía recibir los sacramentos. Muchos de ellos, conscientes del pecado en que vivían, ordenaron su situación y comenzaron a recibir los sacramentos y vivir en gracia de Dios. Y, como yo, me consta, otros muchos compañeros sacerdotes. No sé si esas bendiciones eran litúrgicas o pastorales, pero ciertamente eran reales, y en los que no pusieron obstáculos, Dios actuó. Y la mayoría de ellas las impartí revestido de alba y estola y en la capilla o templo, o cuando no había templo, debajo de un árbol de mango. Por eso, por mucho que lo intento, y muchas veces que la leo, no entiendo a qué viene la Declaración del Prefecto de la Fe, ni qué aclara, ni que novedad aporta. Y sé que muchos de entre nuestros fieles, tampoco. Incluso a muchos nos parece escandalosa, por lo que, sin decir explícitamente, parece dar a entender.

No seré yo quién acuse a nadie de herejía, pero no puedo dar mi asentimiento a lo que es confuso, contradictorio y daña la unidad de la fe y la comunión en la Iglesia. En estas circunstancia de confusión y escándalo, el silencio de los pastores sería una grave falta contra la caridad pastoral. Por eso, junto con otros hermanos sacerdotes misioneros, iniciamos la petición al Santo Padre para que, por el bien de la Iglesia, retirase la Declaración «Fiducia supplicans».

Nuestra intención no es otra que la de dar un cauce a los fieles para poder expresar su extrañeza con respecto a la declaración «Fiducia Supplicans» y hacerlas llegar al Papa. Insisto, no es una recogida de firmas contra el Santo Padre, ni mucho menos.

NO RECOGEMOS FIRMAS CONTRA EL PAPA.

Creo en la Iglesia, como profesamos en el Credo. Y creo que el Papa es el sucesor de Pedro y Vicario de Jesucristo en la tierra. Y creo que es infalible cuando define expresa y solemnemente verdades relativas a la fe y las costumbres. Si no creyera esto, no sería católico. También creo que el Papa puede pecar, como todo hombre en este mundo, y que sólo las definiciones ex cathedra están bajo la certeza de la infalibilidad.

Mi responsabilidad pastoral, por el sacramento del orden, incluye la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica, y proclamar esta fe de palabra y obra, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia, como colaborador del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor. Así lo prometí ante mi obispo cuando fui ordenado, y así lo he intentado toda mi vida de sacerdote.

También sé que tengo la responsabilidad, el derecho y el deber, en razón de mi propio conocimiento, competencia y prestigio, como todo fiel cristiano, de manifestar a los Pastores sagrados mi opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarlo a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas. Así me lo reconoce la Iglesia en el canon 212 del Código de Derecho Canónico.

Por eso, cuando veo que muchos fieles han quedado sorprendidos y confundidos por algunos de los párrafos de la declaración «Fiducia supplicans», creo que mi responsabilidad, no sólo es aclarar los puntos difíciles, sino hacer posible que el Santo Padre, bajo cuya autoridad se firma dicha Declaración, pueda llegar a conocer la confusión creada y la inquietud de muchos fieles que no tienen manera de expresar su extrañeza ante lo «declarado» en ella.

No es una petición «contra el Papa», sino para intentar humildemente hacer conocer al Papa la reacción de los que, en la práctica, no tienen otro cauce eficaz para manifestar su rechazo a unas afirmaciones que consideran, por lo menos, confusas y diferentes a lo que siempre se les ha enseñado.

Puede que algunos piensen que el medio usado o la plataforma digital elegida, no sean lo más adecuado, pero no se nos ha ocurrido otro, aún sabiendo que en esa plataforma digital se dan toda clase de peticiones, con las que podemos o no estar de acuerdo. Tampoco el Santo Padre ha tenido inconveniente algunas veces en hacer declaraciones y dar entrevistas a medios que también pueden ser considerados muy discutibles. En este mundo, el bien y el mal andan entremezclados y todo instrumento puede ser usado para bien o para mal. Y, creo que no podemos dejar de usar algo que pueda ser útil para un bien, aunque pueda también ser usado para hacer el mal. El medio instrumental, sea un lápiz o un cuchillo, no es lo que califica la acción, sino la acción misma, la intención con la que se hace y las circunstancias que la envuelven. Y aquí, la acción es facilitar al Papa un conocimiento de lo que piensan muchos fieles, con la intención de ayudarle en sus decisiones y en ausencia de otros cauces medianamente eficaces y en circunstancias difíciles para la vida de la Iglesia.

Muchos medios de comunicación han tergiversado la Declaración distorsionando la intención y afirmando lo que no afirma. Y los mismos medios han tergiversado la petición pública que hemos hecho al Santo Padre para que retire o anule la Declaración como lo que no es. Y, repito, no es una recogida de firmas contra el Papa. Queremos ayudar al Papa y, por el bien de la Iglesia, le pedimos que anule la Declaración «Fiducia supplicans».

Los fieles tienen el derecho a ser confirmados en la fe por el Sucesor de Pedro. Y cuando algo no se entiende, tienen derecho a preguntar. Hay preguntas, provocadas por la Declaración que deben ser claramente respondidas por los Pastores de la Iglesia.

NOS HACEMOS PREGUNTAS QUE NO DEBEN QUEDAR SIN RESPUESTA CLARA:

En la Declaración y en la Aclaración de la Declaración, se habla de una nueva forma de bendición pastoral, distinta de la litúrgica, pero al igual que la litúrgica, impartida por un pastor.

¿Es pastoral dejar que se condenen algunas ovejas?

¿Hay una nueva forma de interpretar los textos de la Palabra de Dios, diferente de la que ha hecho la Iglesia anteriormente en su Tradición y Magisterio?

En el Antiguo Testamento, por ejemplo:

— Cuando Dios castiga el pecado de los sodomitas (Gn 19,1-19).

— O las citas de Levítico 18,22 y 20,13: “No te acostarás con varón como con mujer; es abominación» y “Si alguien se acuesta con varón como se hace con mujer, ambos han cometido abominación: morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos».

O algunos textos del Nuevo Testamento:

— «Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10,11s; cf Mt 5,32).

— «Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío» (Rom 1, 26-27; cf. 1 Cor 6, 9-10; cf. 1 Tim 1, 9-11; cf. Ef. 5, 1-7; cf. Gál. 5, 19-23; cf. Ap. 21,8).

¿Ya no es el Catecismo de la Iglesia Católica «la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas e iluminadas por la sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. … regla segura para la enseñanza de la feal servicio de la comunión eclesial»? (cf. FIDEI DEPOSITUM, 4).

En el Catecismo podemos leer:

La fornicación (cf. CEC 2353), ¿ya no es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana?.

Los actos homosexuales (cf. CEC 2357), ¿ya no son intrínsecamente desordenados? ¿ya no son contrarios a la ley natural? ¿pueden ser aprobados (bendecidos, consentidos, tolerados…) en algunos casos?

El adulterio (cf. CEC 2380), la infidelidad conyugal (cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional), ¿se puede consentir en algunos casos? ¿Ya no sigue estando siempre y en todas partes prohibido en el sexto mandamiento y en el Nuevo Testamento? (cf Mt 5, 32; 19, 6; Mc 10, 11; 1 Co 6, 9-10). ¿Ya hoy no son válidas las palabras de condena, incluso del deseo de adulterio, pronunciadas por Cristo? (cf Mt 5, 27-28). ¿Ya no son adecuadas las palabras con la que los profetas denuncian su gravedad; viendo en el adulterio la imagen del pecado de idolatría? (cf Os 2, 7; Jr 5, 7; 13, 27). ¿No fue por denunciar un adulterio por lo que le cortaron la cabeza a san Juan Bautista? ¿Ya no es una injusticia? (CEC 2381). ¿Se puede «bendecir» a quién lo comete y se quiere mantener en esa relación faltando a sus compromisos, lesionando el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial, quebrantando el derecho del otro cónyuge y atentando contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen y comprometiendo el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres?

El divorcio (cf. 2382, 2384, 2386). ¿Ya no hay que tomar tan al pie de la letra la insistencia de Cristo en la indisolubilidad del vínculo matrimonial? (cf Mt 5, 31-32; 19, 3-9; Mc 10, 9; Lc 16, 18; 1 Co 7, 10-11). ¿Se puede volver a «tolerar», como en el Antiguo Testamento? (cf. Mt 19, 7-9). ¿Ya no es una ofensa grave a la ley natural? ¿Ya no importa tanto que atente contra la Alianza de salvación, de la cual el matrimonio sacramental es un signo? ¿Ya no hay que decir que el divorcio es inmoral por el desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad? ¿No importa tanto que este desorden entrañe daños graves para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social? ¿No importa la diferencia considerable entre el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad por ser fiel al sacramento del Matrimonio y se ve injustamente abandonado y el que, por una falta grave de su parte, destruye un matrimonio canónicamente válido? ¿Ya no aumenta la gravedad de la ruptura el hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil? ¿Ya no tiene importancia que el cónyuge casado de nuevo se halle en situación de adulterio público y permanente? ¿Era muy rígido y poco pastoral San Basilio Magno?: «No es lícito al varón, una vez separado de su esposa, tomar otra; ni a una mujer repudiada por su marido, ser tomada por otro como esposa» (Moralia, regula 73).

¿Se podrá en conciencia bendecir (de la manera que sea) a dos personas que forman una pareja que sabemos que están objetivamente en situación de pecado grave? ¿o no sería más pastoral decirles que mantener esa relación les pone en grave peligro de condenación? ¿Será mejor dejarlas en la ignorancia o fingir que no nos parece mal lo que hacen, para no incomodarles? ¿Podemos, en conciencia, dejarlas conformes con su mal y su pecado? ¿Podemos, en conciencia, no advertirles del mal que se hacen y hacen? ¿Podemos, en conciencia, falsificar o camuflar la verdad, para no incomodarles y que se queden «tranquilos y agradecidos» bendecirles en su pecado? ¿Podemos, en conciencia, preocuparnos más de su bienestar temporal, de que no se sientan rechazados o excluidos, que de su salvación eterna?

¿Juan Bautista no tenía amor pastoral? ¿Y aquello de que «la verdad os hará libres» (Jn 8,32)? ¿Y lo de «que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5,37)? ¿Podemos, en conciencia, disimular o avergonzarnos del Evangelio? ¿Es “pastoral” o, simplemente es más cómodo y guay …y mundano?

Y ¿tiene cada sacerdote que cargar con la responsabilidad ante Dios, que no quieren cargar sus superiores, dejándonos a nosotros la última decisión?

¿Transparencia, sinodalidad, escuchar a «todos», corresponsabilidad? ¿Cuál sería el «cauce interno» adecuado para que la inmensa mayoría del pueblo fiel haga llegar su opinión a los pastores?

Con todo respeto.

Antonio Diufaín Mora, pbro.

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