Cazón Fusión (Conoliva)

15 de agosto 2013 - 08:11

L'Obeli Que ya estuve. Tenía capricho imperiozzo (gran caballo aquel) y entre Miguel, Enrique y los demás, me terminaron de picar. Ea, ya salí del antojo. Por cierto, creo que te lo deberías dar para sacar tus conclusiones. Te guste o no, es un concepto novedoso, una versión interesante del clásico que merece análisis individual. Luego que cada cual vea si repite y con qué frecuencia. Por seguir con el método del que sacó la conversación, intento separar lo mejor de lo peor a ver si coincidimos o complementamos pareceres: Hablamos de Conoliva, el nuevo freidor de diseño de Plocia (pegado a Convento Santo Domingo). Lo weno (para mí) .- La estética. El local, las paredes, la puerta, todo, el envoltorio de la visita, es una preciosidad absoluta, me parece. El diseño, el grafismo, la cartelería, la fusión con el azulejo de siempre en la finca, sobre todo, sobre todo, los espejos pintados rollo retro del interior. .- Los detalles, de los cartuchos a los uniformes del personal, la cocina transparente, todo a la vista, la terraza espaciosa, el interior bien abierto, las mesas altas integradas en la pared. Cada cosa pensada y, creo, con bien para el que llega. .- La idea. Eso de reivindicar el pescado frito, nuestra receta más reconocible, para presentarla de modo más atractivo, con aspecto actualizado, con la calidad como cuestión innegociable… Me parece gran idea. Otra cosa es que funcione porque este mundo está lleno de buenas ocurrencias que se quedaron en el olvido (¿es verdad que se inventó una vacuna contra la caries y Colgate la compró para ocultarla?) y de chorradas que triunfan. .- El producto. Sometí la oferta (surtido de croquetas, puntillitas, chocos…) a la opinión de siete jueces implacables (una suegra y un cocinero profesional entre ellos, no te digo más sobre rigor y seriedad). Todos consideraron que el material en cuestión estaba entre bueno y muy bueno. Todos alabaron la frescura, la calidad del aceite, la masa de las croquetas, la ‘verde’ sobre todo. Todos coincidieron en que se trata de un freidor distinto, con producto más cuidado, aunque muchos sean ‘fanes’ de los convencionales. Me gustó que les gusten los de siempre y éste a la vez. Lo notanto (creo yo) .- La atención. Como en todo local nuevo, falta rodaje, naturalidad. Aunque al personal, con el encargado Miguel atento a todo, omnipresente, se le nota una actitud encomiable, aún hay algún retraso, algún olvido, alguna confusión. Nada grosero. Parecen ponerse en el lugar del cliente, piden disculpas, sonríen… Lo que espero es que, como la mayoría de locales, una vez pasada la invasión del estreno y los curiosos, mantengan el personal porque si desaparecen la mitad de los que atienden, los problemas, las esperas o los pequeños fastidios se multiplican. Pura matemática. .- La previsión. Ir en sábado, domingo o festivo, a una hora tan razonable como las nueve de la noche y que no queden cazón ni pescadilla (las dos grandes motivaciones para ir a un freidor) resultó decepcionante y, si se repitiera mucho, bastante txungo. Imagino que fue una casualidad desafortunada para mí pero impidió que la experiencia fuera completa. Miguel (el autor del debate aquí, no el encargado) me dijo que ponían el mejor cazón a este lado del Río Iro pero, ira, ira, que no había. Igual es una estrategia para que vuelva. Les ha funcionado. .- El precio. Resulta obvio que si sólo se usa aceite extra, que si se cuida el proceso y el reciclaje, si la materia prima es de primera, el precio sube. No me pareció escandaloso, lo creo justificado pero estaría bien que lo explicaran sin descanso. Ya sé que se intenta explicar desde el nombre del local, que se insiste en cartelería y folletos, pero no estaría de más que insistieran porque las obviedades, en esta vida (en la otra, no sé), hay que repetirlas y desmenuzarlas a diario. Que los 300 gramos de cada producto (cartucho intermedio) cueste seis lerus, pavos o machacantes merece más aclaraciones, que la gente sepa por qué lo paga. De lo contrario, puede darse algún caso de respingo, soponcio y/o mosqueo porque ‘el precio’ es esa cosa rara que apenas mirábamos de tanto en tanto y que ahora analizamos mil veces por hora.

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