Cádiz CF | Muere Michael Robinson

La muerte no es el final, fue el principio

  • El adiós a Robinson y su verdadera pasión por el Cádiz, nacida en aquella 'liguilla' de Irigoyen, en 1987, en la que su Osasuna también se salvó de bajar

Michael Robinson, de visita en la antigua redacción de 'Diario de Cádiz' en la calle Ceballos.

Michael Robinson, de visita en la antigua redacción de 'Diario de Cádiz' en la calle Ceballos. / J.P.

La historia es solo una y refleja la realidad de unos hechos. La historia de Michael Robinson es la de un inglés errante hasta que el ancla de su vida tocó tierra en Pamplona. Empezó a trabajar en Madrid y en todas partes cuando se acabó el fútbol en activo. Y abrió su corazón, el que se detuvo este martes con 61 años, en Cádiz y al Cádiz CF. Un tipo único por su estilo abierto al mundo. Un comunicador cuya voz se apagó cuando le quedaban muchas historias por narrar, centenares de partidos por comentar e infinidad de dosis de sabiduría futbolera por compartir.

Se va aquel inglés errante que cuando abandonó su tierra no encontraba en el mapa de España la ciudad de Osasuna, que es donde le dijeron que iba a jugar. Genio y figura con sus cosas desde la lealtad de un niño a su padre y la inocencia de un joven que cruzaba fronteras creyendo a todos. Cuando, ya se sabe, en el fútbol lo más honrado es el balón... y porque no habla.

Lo de Michael Robinson con el Cádiz no ha sido algo superficial, sobre todo para aquellos que piensan que sus gracias, tan agradables para el carácter del gaditano, fueron una insuficiente carta de presentación para tener un sitio elegido en nuestra ciudad. De Leicester a la Tacita.

'Liguilla de la muerte', contigo empezó todo

En ocasiones se ha ubicado el apasionado trato de Michael con el Cádiz en aquellos duros primeros años de la caída a Segunda A y Segunda B. Nada más lejos de la realidad; quizás en ese tiempo de sombras cadistas por arrastrar unos colores y un escudo por los campos de España, se recuerda a este inglés errante tratando de 'robar' minutos en un programa televisivo destinado a la élite para que se hablara del Cádiz.

La comunión empezó antes. Expiraba aquella temporada 1986-87, la de los interminables play-off por el título, por la Copa de la Liga y por la permanencia, y al Osasuna en el que jugaba un tal Robinson le tocaba pelear la permanencia junto al Cádiz y otros cuatro equipos que acabaron la fase regular entre los seis últimos en Primera División. Fue una Liga de probaturas, de cambios y más cambios en la que Manuel Irigoyen, entonces presidente del Cádiz, tiró de galones para defender lo indefendible: El Cádiz acabó último y el recordado, y añorado, dirigente plantó sobre la mesa algo más que sus ideas renovadoras a los dirigentes federativos para inventarse una liguilla de la muerte entre los tres últimos. Si la decisión entre tanta probatura era ampliar la categoría y que sólo bajara un equipo a Segunda A, Irigoyen hizo lo que sólo él sabía hacer.

Uno de los afectados era el Osasuna, que junto al Racing y al Cádiz tendría tres citas a cara de perro. El joven Michael, nuestro Robinson, quedó maravillado de aquello. "Cuanto arte hay en Cádiz, madre mía. Su presidente se ha inventado una liguilla de la muerte y ha salvado al equipo", dijo desde la sorpresa que, de fondo, escondía su primer enamoramiento por un humilde club que sobrevivía entre poderosos.

La historia es solo una y el Cádiz y el Osasuna se salvaron, lo que unió aún más a Michael para que el rojillo de su camiseta la viera él casi como el amarillo de su admirado rival.

Irigoyen fue el primero que le abrió la puerta

Aquel inglés que buscó en el mapa la ciudad de Osasuna, quedó maravillado de un presidente como Irigoyen, al que calificó de "artista". Ambos empezaron una relación cordial que cuando Robinson colgó las botas pasó a ser más estrecha. Al ex jugador se le pudo ver invitado en el palco en algún partido de esos últimos años en Primera del equipo amarillo antes de la debacle que empezó en 1993.

Irigoyen sabía del cadismo de aquel corpulento ex futbolista y era fácil que le lanzara el anzuelo para que de su boca salieran piropos en unos programas de televisión destinados al Barcelona y al Real Madrid casi exclusivamente. Que el Cádiz tuviera 30 segundos de gloria entre esos titanes era gracias a Michael, a su amor cada vez más asentado por un equipo y una ciudad que, sin embargo, poco o nada había tenido que ver en su vida.

Irigoyen abandonaba la primera línea en un Cádiz a la deriva y en manos de la familia Gil y compañía que dio con sus huesos en Segunda B. Pero este inglés que era medio gaditano no olvidaba a aquel equipo y al presidente que sacaron de la chistera una liguilla de la muerte. "Eso es arte". Ya lo dijo.

Largo periplo hasta el ascenso en Las Palmas

El Cádiz vivió una de sus peores etapas cuando en 1994 bajó a Segunda División B porque sufrió en sus carnes nueve temporadas consecutivas en la categoría de bronce. Michael, que no vivía de la novelería y cuyo compromiso por el amarillo era íntegro, se acercó aún más al proyecto que encabezaba Antonio Muñoz. Tanto lo hizo que pasó a formar parte de su consejo de administración, sabiendo que lo hacía para trabajar porque con un equipo en Segunda B y con las arcas arruinadas, lo de figurar no tenía lugar.

Cuando nació el proyecto del ascenso de Jose González, con Alberto Benito en la dirección deportiva, el ex jugador inglés fue uno de los asesores de Benito que tuvo la capacidad y virtud de estar a la sombra. No todos saben su implicación en muchas gestiones para ayudar a un director deportivo al que admiraba. Benito hizo mucho y bien por el Cádiz, y Michael le ayudó. Aquel camino de la mano desembocó en las lágrimas de alegría por el ascenso en el campo del Universidad de Las Palmas. El abrazo con Muñoz reflejaba el profundo deseo que existía por salir del pozo.

Esa liguilla le hizo aún más cadista porque hasta llegar a ese objetivo sufrió en sus carnes el calvario del fútbol no profesional y ver a su Cádiz en campos impropios de un club histórico. Entre los nervios y el optimismo en las horas previas a aquel encuentro en Las Palmas, queda para el recuerdo en la cafetería del hotel de concentración entonando junto a Antonio Muñoz, Paco Puig y otros dirigentes aquello de "por el campo del Mirandilla ha pasado un avión, ay chevere, chevere, chevere, ay chevere, chevere, chon; con un letrero que dice: '¡Viva el Cádiz campeón!' Ay chevere, chevere, chevere, ay chevere, chevere, chon".

Aquella tarde-noche en las Islas Afortunadas hubo un antes y un después en el romance Michael Robinson-Cádiz CF que ya quedó grabado a fuego en su corazón.

Un móvil de regalo para renovar a Palacios

Retrocediendo en el tiempo y con el Cádiz aún en Segunda B y tratando de buscar éxitos deportivos y económicos con jugadores a prueba que, sinceramente, no llegaron a ninguna parte de amarillo a pesar del deseo de Robinson, este inglés campeón de Europa y que nunca caminó solo, entró a escena para desatascar la renovación de David Palacios.

Partiendo de la dificultad de negociar con un club que presidía Muñoz y con ofertas buenas sobre la mesa para que sevillano cambiara de equipo, Robinson se arrimó una vez para convencer al jugador. Éste terminó aceptando pero con una condición: quería un móvil como el del inglés. Queda para la historia como a la mañana siguiente Michael acudió a una tienda de telefonía móvil que existía bajo el edificio de Isecotel para adquirir el terminal que daba paso a la renovación de Palacios, futbolista clave luego en el retorno a Segunda A.

El siguiente ascenso, el de Chapín, fue algo así como el último examen aprobado por Robinson, que le daba definitivamente el título de cadista que siempre llevó colgado en su corazón. Luego, con el regreso de los años de descensos hasta volver a Segunda B, estuvo cerca de Paco Puig por su preocupación con los números en la clasificación y en las cuentas del club. Salió de consejo pero no se borró de aquel mal momento porque Robinson, aquel inglés errante, echó el ancla entre los cadistas para siempre.

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