“He contado la guerra de los vivos en Ucrania, porque la guerra de los muertos es evidente”
NIcolás Castellano | Enviado especial de la Cadena Ser
Durante 35 días estuvo relatando el reportero canario la resistencia de la gente común a la invasión rusa de Ucrania
Ayer lo contó en otra sesión del ciclo Reencuentros, en la Fundación Cajasol, en Cádiz
Un sepulturero que no da abasto en una Kiev que recibía todos los días centenares de cadáveres. Señoras mayores postradas en sus camas, a merced de los impactos de los morteros. Una reportera de televisión local que marchaba al frente donde estaba su marido luchando, sin saber si estaría todavía vivo o no. Concejales, empleados de banca y estudiantes de ingeniería convertidos en milicianos armados. Y directores de teatro, actrices, traductoras, editores y hackers dando la batalla al enemigo con la palabra y con la contraprogramación de consignas. Estos son sólo algunos de los protagonistas de las casi un centenar de historias con las que Nicolás Castellano, enviado especial de la Cadena Ser a Ucrania, ha estado contando, durante 35 días consecutivos, “la guerra de los vivos, porque la de los muertos es evidente”. Ayer intervino en el ciclo de Reencuentros que organiza la Fundación Cajasol, presentado por el también periodista David de la Cruz. Poco antes conversó con este periódico.
-Treinta y cinco días seguidos contando la vida de una Ucrania en guerra invadida por Rusia ¿Cómo ha sido la experiencia?
-Ha sido la cobertura más larga en 22 de años de carrera profesional. Estuve 21 días en el terremoto de Haití, y en Fukushima, más de dos semanas, y otras tantas en Etiopía. Pero nunca 35 días siguiendo una historia como esta, de apertura, porque es raro que las noticias duren más de unas horas o de unos días. Estábamos reflexionando sobre cómo ha cambiado la profesión y cómo ahora las noticias son efervescentes... Lo que abre un diario o la cabecera de un digital por la mañana, por la tarde no existe... Estar 35 días cubriendo una noticia que interesa a todo el mundo, desde los más humildes a los más poderosos, a los economistas, a los políticos, etcétera, ha sido una experiencia profesional muy interesante. Era la primera vez que estaba en un conflicto, si quieres llamarlo, vertical, donde caían las bombas y los morteros ahí mismo, de donde la gente huía del miedo a morir de inmediato... Había estado en otros: en República del Congo, en la República Democrática del Congo, Sudán del Sur, República Centroafricana, cuando cae Gadafi en Libia, en Somalia... donde moría mucha gente, y me costaba vender una crónica, porque ¿cuántos muertos en esos países son noticia? Sin embargo aquí, pasara lo que pasara, hubiera bombardeos o no, todos los días estabas abriendo los informativos durante 35 días. Ese cambio de click, de estar ahí viendo el interés que despertaba todo esto por intereses geoestratégicos, geopolíticos y geoeconómicos, ha sido una experiencia muy interesante. Y he aprendido con un montón de gente de aquí, también de esta zona, de Emiilo Morenatti, de Luis de Vega, también un gran reportero andaluz. He estado con colegas como Mikel Ayestaran, Anna Surinyach, Maria Angela Paone, y el fotógrafo mítico de Times, que coincidió conmigo en Lesbos en la crisis de 2015. Ha sido seguramente la experiencia profesional más intensa de mi vida. Personalmente ha sido complicado de asimilar. Porque, aunque he estado en muchas guerras, yo no soy reportero de guerra, en todo caso soy un reportero que habla de la gente, de la gente vulnerable, siempre he tenido la trayectoria de hablar de las personas en movimientos forzosos, de los refugiados, de los migrantes... Y el objetivo de la cobertura era que cada día tuviésemos un nombre y una historia que reflejara la realidad de la guerra. La guerra de los muertos es la guerra evidente. La de los cadáveres de Bucha o de Ispín o de otras zonas del país, pero la guerra de los vivos, de los que se quedan, de esas señoras mayores postradas en las camas, que no pueden salir de los edificios donde viven, que no pueden bajar al refugio antiaéreo; la guerra de las madres que no se quieren ir porque sus hijos están en edad militar y no quieren dejarlos solos porque están en el frente; la guerra de los activistas de la cultura, gente del mundo del teatro, escritores que no quieren abandonar Kiev porque quieren hacer su guerra paralela, que es la de los mensajes que refuerzan la integridad del territorio de Ucrania, la de los hackers, etcétera.... todo eso es lo que he querido reflejar....
- Un sepulturero que no da abasto con su trabajo; un concejal o un editor que se ven obligados a tomar las armas, una reportera local que va al frente, donde está su marido, no sabe si vivo o muerto... ¿Cual de todas esas experiencias humanas te ha impactado más?
- Son 35 días y unas 70 u 80 historias... Hay dos momentos que me impresionan: uno muy al principio: el del puente de Romanov, en Irpín, que se convirtió en mítico después de la portada de The New York Times que hace Emilio Morenatti: la foto de miles de personas saliendo del puente derruido en medio de la nevada... En una de esas sale un soldado con un bebé en la mano y una madre llorando desesperada... Enma y Julia... Ella no encontraba a su marido, no sabía si había conseguido salir de Irpín... Ver esa cara de terror, ese bebé, el soldado de 19 años que no sabía qué decirle a la señora, todos los demás llegando, otros arrastrados, las señoras mayores siendo llevadas en carretillas de jardinería para sacarlas de allí en furgones, porque estaban cayendo los morteros a unos metros nuestros o lloviendo misiles... Al final les pones nombre... Julia es una madre que vivía en la ciudad de Irpín, que le llaman la ciudad de los niños, con zonas verdes, muy bonitas, con un bosque alrededor... y esa ingeniera de telecomunicaciones que tenía un buen trabajo y un buen piso, tiene que salir corriendo con su niña para salvar la vida y no encuentra a su marido... Luego le hice un seguimiento a esa familia, que más tarde fue portada de la revista Times. Enma se convirtió en uno de los bebés más mediáticos de la guerra. Y finalmente me gustó cerrar el círculo cuando salía de Ucrania visitándoles ya a salvo en el este. Y volver a ver a su madre con su marido, la niña sonriendo y jugando... Muchas veces en periodismo somos expertos en contar una historia con fuegos de artificio y luego no las seguimos. García Márquez lo dijo una vez en un congreso: los periodistas españoles somos grandes reporteros pero no sabemos seguir las historias. Y nos interpeló a hacerlo. Creo que los Gervasio Sánchez, los Ramón Lobo, Rosa María Calaf.... nos han enseñado mucho a hacer eso. Ese bebé era la esperanza dentro del horror, del miedo, a la que esa madre tendrá que contarle cómo fue esa huida de la guerra.
Luego me impactaron muchísimo, claro, los cementerios, los crematorios y los sepultureros sin parar ni un momento en Kiev y en otros sitios. Pero lo que más, fueron las mujeres mayores postradas en camas, que es como la ultrasoledad de la guerra: no puedes elegir irte porque no puedes moverte y no había ambulancias para sacarlas de allí. Hay vecinas que se quedan en Kiev para cuidar a esas personas. Sólo por eso: por darles los medicamentos y la comida, que mueven la cama y ponen armarios en las ventanas para que no les caigan cristales encima si cae un mortero... Especialmente me acuerdo del caso de Yana, que era traductora de la ONU, con más de 80 años. Nos contó su historia y terminé impactado, porque te imaginas a tu abuela estando ahí sin poder elegir la huida.
- ¿En qué se diferencia esta guerra de otras en las que has estado?
- A ver. Hasta ahora he sido un reportero de carreteras secundarias, si se me permite, o de situaciones muy olvidadas o muy alejadas del foco mediático, que sólo lo están cuando hay picos dramáticos muy fuertes. ¿Cuántos cadáveres de una patera tienen que aparecer en Cádiz para que eso sea portada a nivel nacional? ¿Cuántos Alan Kurdi [un niño sirio de origen kurdo de tres años que apareció ahogado en una playa de Turquía en 2015] tienen que aparecer para que de repente se encienda la chispa de la piedad líquida, como dice Luis García Montero, para que la gente sea solidaria? La gran diferencia de este conflicto respecto a otros es que aquí la empatía se activó en el minuto uno. No te sé explicar por qué. Algún sociólogo podría hacerlo. Pero lo cierto es que en Europa la gente ha visto la guerra en Ucrania como una guerra que les podría pasar a ellos, a diferencia de lo que pasa en el Congo o en Mali, que es una guerra que tenemos cerca de Canarias. O el conflicto del Sáhara Occidental, a cuyo pueblo ahora España ha pisoteado sus derechos con este cambio de postura gubernamental incomprensible. El chip que lo ha hecho posible es que cualquiera de nosotros podemos vernos en esas circunstancias. También por fenotipo, por cómo visten, por cómo son, porque son europeos territorialmente hablando. Pero luego también porque sabemos que esa guerra nos afecta, porque van a llegar personas a buscar protección, ya han llegado más de 40.000, y porque nos afecta económica y políticamente. De hecho España y toda la Unión Europea está enviando material bélico. Veíamos allí las escopetas nuevas a estrenar que ha enviado Alemania, lanzadores antitanques enviados por España...
- La llamada de Zelensky a tomar las armas a sus ciudadanos civiles resultó y sigue resultando escalofriante. También el anuncio de que España enviaba y sigue enviando armas fáciles de usar por la gente sin instrucción militar ¿Qué posibilidades tiene un civil que no ha cogido un fusil en su vida de hacer frente a soldados de profesionales de un ejército como el ruso?
- Ese es uno de los elementos que más nos impresionó al principio. A las pocas horas de que se iniciase la invasión rusa y la lluvia de bombas y misiles del 24 de febrero por parte del ejército de Putin, cómo se organizó la sociedad civil en esas milicias de defensa civil. Cómo militares retirados empiezan a coordinar los grupos en los barrios, cómo se instalan esos check points, esos puntos de control de acceso a los barrios, a los puentes, cómo cogen tranvías viejos, camiones, coches y sacos de arena... Allí hemos visto profesores, administrativos de bancos, submarinistas de plataformas petrolíferas, el vecino de veintipocos años que estudia ingeniería, empuñando armas... También me impresionó ver a a gente como nosotros que de la noche a la mañana se convierten en defensores armados de su barrio, de su territorio... A veces tienen un exceso de celo, que hay que entender en el contexto de guerra, porque temen que se les metan espías rusos y a veces te registran hasta la extenuación, te revisan las fotos de los móviles, los chats, tus mensajes en la redes sociales, y hay momentos de incomodidad, que te llevan a comisarías... Pero es un fenómeno muy interesante, porque el ejército ucraniano era de los más organizados y de los más grandes de esta zona de Europa. Y eso se ha visto por su capacidad de resistencia, obviamente dopado con las armas de occidente... Pero luego hay otra gente que defiende Ucrania, no desde las armas: editores de libros, profesores universitarios, directores de teatro como los de ProEnglish Theatre de Kiev. Allí conocí a Anabel, que es editora en español del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince; a Alex, el director de la obra y a otros muchos... Todos los días seguían haciendo alguna representación. Estaban directores, creadores, actores, refugiados en el sótano del teatro. Y ahí metieron a personas mayores del barrio, les ayudaron a salir, iban a sus casas a darles medicamentos... Decían: yo no sirvo para empuñar un arma, pero sí para defender a mi país de otra manera: a través de la palabra, del activismo... Y Anabel se dedicaba a hablar con medios de todo el mundo, a dar su opinión, desde una reflexión intelectual profunda de por qué no es asumible que se invada otro país y no tienen que aceptar otro tipo de imposición. Más allá de lo que se piense de Zelensky, lo que ha conseguido Putin es que sea más popular que nunca. Todos los críticos ven ahora la imagen de un presidente que representa a un país unido, que representa la idea de resistencia frente al invasor. Y era una persona muy discutida, porque su Gobierno no era el más popular ni el más progre... Y ahora hemos visto que se ha convertido en un referente internacional, cosa que no entro a valorar porque no soy un experto en Ucrania, ni tengo ni idea del contexto sociopolítico de Ucrania ni de estrategia militar. Soy un reportero que va a hablar de cómo la gente sufre la guerra.
- Hay quien le ha comprado a Putin el mensaje de la legitimidad de la invasión con el objetivo de "desnazificar Ucrania" ¿Te has encontrado allí con alguien abiertamente pronazi?
- No, pero tampoco era mi intención periodística. Imagino que los habrá, como los hay en España. Se ven grupos paramilitares... Lo que sí me sorprende es que estando sobre el terreno, en el los hospitales, con personas amputadas que sufren las bombas, que haya gente aquí, que desde las redes sociales, desde la comodidad de su sofá o de la barra del bar, tuitearan o compartieran opiniones tan rotundas y supieran tanto sobre el conflicto y que te dieran lecciones permanentemente sobre lo que tenías que contar o no . O si tu información sobre una señora mayor que estaba refugiándose en un piso era prorusa o proucraniana. Me sorprende el nivel de desinformación. Porque tenemos más información que nunca y más posibilidades de contrastarlo que nunca con un googlelazo desde tu teléfono. Sin embargo, tengo la sensación de que una parte pequeña, pero muy ruidosa de la gente que sigue la guerra de Ucrania por las redes sociales, en lugar de una guerra siguen un partido de fútbol, poniéndose la camiseta de un bando o de otro. Y empezaron a vociferar y a insultar a la otra parte sin tener en cuenta lo importante de la guerra, que es el sufrimiento, que es la muerte, que es el miedo. Yo creo que no hay ninguna guerra que tenga una justificación. Ninguna. Más allá de lo que piense cada uno de Zelensky, de Putin, de las izquierdas y las derechas... Es muy cómodo pontificar desde la comodidad de tu casa o del bar y dar doctrina sobre lo que tendrían que pensar los ucranianos o los rusos. Yo no tengo capacidad para hacer un análisis de eso. Y no lo digo. No me corto. Me chirría mucho que cierta gente haya hecho campaña en las redes sociales contra los periodistas que estamos allí o que hayan hackeado cuentas como la de Mikel Ayestaran por no informar del lado ruso ¿Cómo vamos a informar del lado ruso si estamos en Ucrania?. Es algo que te sorprende, cuando puedes ver la guerra en Instagram, en Tick Tock, en la tele y en la radio... Yo cuento lo que he visto y he visto una invasión militar que ha generado muerte, desplazamientos, sufrimiento y consecuencias, no solo para los ucranianos, sino para toda Europa. Y, a partir de ahí, las causas y los por qués, yo no tengo elementos suficientes para valorarlos. Pero me gustaría reivindicar el papel del periodismo: Si vemos la guerra como si fuera un time line de un partido de fútbol, no nos enteramos de qué está pasando en la guerra. En una guerra la primera víctima es la verdad, y esto lo sabemos, porque ambos bandos pretenden posicionar a sus poblaciones, primero, y a las extranjeras, después, a favor de sus tesis. Y en estos tiempos de redes sociales, con los hackers que tienen ambos bandos, que conozco a algunos ucranianos, el profesional periodista que está en el terreno, que ve, que contrasta, que huele, ese es el que te está contando la verdad. Todo lo demás son noticias de parte, de bando, de alguien que te quiere colocar su mensaje. Hay que reivindicar el papel de los reporteros que están en la guerra haciendo su trabajo, que es construir un mensaje profesional desde la comunicación, contrastando con fuentes y elaborando mensajes para que tú tengas una visión de la realidad que es la de un profesional de la comunicación que tiene esa formación para hacerlo. Lo demás, desgraciadamente, se ha convertido en un espectáculo sobre la guerra que me hace preocuparme mucho sobre el nivel de infantilidad de parte de la sociedad o de militancia extrema que sigue haciendo que nos odiemos o que se divulguen mensajes de odio que a mi me preocupan.
- Luego están los negacionistas, que niegan lo evidente, incluso las imágenes de la masacre de Bucha, hoy [por ayer] ampliamente superada por una fosa de hasta 9.000 cadáveres hallada en Mariúpol...
- Yo no entiendo cómo se puede dudar de imágenes que muestran centenares de cuerpos con tiros en la cabeza, maniatados, quemados, fosas comunes, sótanos donde es evidente que han tirado una granada para reventar a alguien y matarlo. No me cabe en la cabeza cómo se puede dudar de eso. No entiendo los resortes que llevan a una persona por muy crítica que sea con la política de un país a ponerse la camiseta del negacionismo y de la radicalidad y negar que esos cadáveres que estamos viendo, grabando, fotografiando los periodistas, o que nos están contando sus familiares cómo murieron, cómo se pueden atrever a cuestionar que esa muerte no es real. Igual que no concibo de dónde parten las ideas absurdas o intelectualmente disminuidas de la gente que cuestionaba la pandemia u otra realidad... Hay una parte de la sociedad que juega al inconformismo extremo. Es interesante que haya una parte que cuestiones y que nos haga pensar pero lo que no está justificado es darle la vuelta hasta el extremo a la idea y negar la evidencia. Esta invasión está generando miles y miles de muertos en los dos bandos ¿Cuántos militares rusos han muerto? No nos lo dicen ¿Y cuántos ucranianos? Tampoco. ¿Cuántos civiles han muerto? Son cálculos de Naciones Unidas, de momento, más allá de lo que dice la Fiscalía de Ucrania. A todos estos negacionistas que dicen que lo de Bucha fue un montaje yo me los llevaba cinco minutos a Bucha, los pondría delante de un cadáver y que luego me digan que eso es mentira.
- ¿Hay algún periodista occidental empotrado con las tropas rusas?
- No conozco ni lo medios de comunicación rusos ni qué personas están allí empotradas. Sí que es verdad que en un momento de la invasión vimos a algún colega hispanohablante entrando con los rusos en algunas ciudades. Como sabes, el hecho de que en Rusia se censurara la palabra guerra o invasión ha hecho que todos los periodistas hayan salido de allí. Y no hemos hablado con ningún prisionero ruso. Estuvimos a punto de asistir a una rueda de prensa, pero nos tuvimos que refugiar porque estaban bombardeando la zona. Es una parte que no he podido trasladar. No he hecho periodismo oficialista o institucional. No he visto a Zelensky, aunque, obviamente, solicitamos una entrevista. Al alcalde de Kiev, el ex boxeador, sí que lo vimos en varios actos en la calle y algún que otro cargo. Pero yo quería ver a la gente real, como tú y yo, como nosotros, como cualquier persona de Cádiz, donde de repente cambia el escenario y se convierte en un lugar de guerra. Lo demás ya lo tenemos por otro lado. No estoy yo sólo. Tenemos la Sección Internacional en Madrid y corresponsales en el entorno de Ucrania, que contaban más la política, los discursos de la OTAN y todo eso. Mi cobertura ha sido más de los vivos frente a la guerra.
- ¿Mantienes contacto con la gente que conociste?
Mantengo contacto con ellos, nos escribimos, nos wasapeamos. Sobre todo los primeros días, cuando no dormía. Con los fixers, los periodistas locales, que sin ellos no nos enteraríamos de nada. Porque nosotros somos como paracaidistas. Yo tuve a varios de estos periodistas locales sin los que no habría sido posible entender nada. No sólo por el idioma, sino por la realidad ucraniana, por cómo son y cómo están viviendo. Hablo con muchos de ellos, con Max, y también con algunos de las protagonistas de las historias, con Anabel, del teatro, que va a venir a España a dar unas conferencias sobre su vida. Hablo con Julia, la mamá de Enma; colegas periodistas, con Morenatti, que ha vuelto, con Luis de Vega; con María Sahuquillo, que va a volver; con Maria Angela Paone, que está ahora por allí... La idea era salir, parar un poco, refrescar las neuronas y volver. El lunes me incorporo a la Redacción y tenemos una reunión y veremos qué circunstancias se dan, si se puede volver y cuándo.
- Acabas de estrenar Moria, una obra de teatro sobre los refugiados...
- Soy el director de contenidos de Moria, una obra de teatro documental que narra la historia real de dos mujeres refugiadas que están encerradas en la isla de Lesbos, como miles de refugiados. Porque es interesante que mientras que a los refugiados ucranianos se les recibe en las frontera con Polonia, con Rumanía, con voluntarios, con comida, con ropa, con traductores, con gente que se ofrece a llevarles, con Gobiernos que se ofrecen a traerles, que vuelan a España y en 11 horas en el centro de Pozuelo, en Madrid, se les está dando la documentación, el permiso de trabajo, el NIF, mientras esto pasa, hay miles de refugiados en Ceuta, en Melilla, en Cádiz, en las islas griegas o en Sicilia a quienes no se les está aplicando el mismo derecho. La misma Convención de Ginebra es tan aplicable a los ucranianos que a los somalíes, los afganos, los iraquíes o los sirios. Y sin embargo no se les está aplicando. Hay que poner en valor que por fin los gobiernos europeos sí que están respetando el derecho al refugio. Y me encantaría que esto no fuera sólo por interés geopolítico y geoestratégico contra Putin sino por que de verdad cundiera el ejemplo y se cumpliera el derecho, que es el mismo para todos los refugiados de otras partes del mundo. Moria es el laboratorio de esa trituradora de de derechos humanos en la que se ha convertido Europa en los últimos tiempos ¿Qué sentido tiene que venga un iraquí o un afgano, que por cierto, trajimos aquí a todos los que trabajaron con el Gobierno español , y fueron bienvenidos, y que la mujer afgana protagonista de Moria lleve años sin salir porque no se le admite a trámite su petición de asilo o se le rechaza?. Con cuatro hijos, con un hermano muerto por las bombas. O el caso de otra mujer iraquí, a la que mataron a su marido, y está allí con sus hijos. Más allá de lo periodístico, uno siempre busca formatos (documentales, libros..) y a veces uno tiene la sensación de predicar en el desierto, de que sólo llegas a los sensibilizados, y buscas otras narrativas. Así que cuando la productora canaria de teatro Una hora menos me propuso hacer algo de teatro documental, no lo dudé. Es una experiencia inmersiva, dentro de una jaima como las de Moria, donde caben 50 personas, que se sientan con las dos actrices. Y en una pantalla de 360 grados las mujeres reales cuentan su vida. Es una experiencia muy a flor de piel. Nadie se queda igual cuando sale. Se estrenó el miércoles en el Teatro Fernán Gómez y estará allí hasta el 14 de mayo. Allí estaban los programadores del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz y ojalá les guste. Ha esta girando por el festival de Manizales, de Colombia, el más importante de América Latina, y por México. Hay un cuaderno pedagógico de la obra, porque también la estamos llevando a institutos, para crear conciencia y acabar con esa idea tan tóxica de otrorizar a las personas que vienen aquí: son iguales que nosotros, nosotros podemos ser ellos, y la única manera de cambiar esto es trabajar desde la base.
- ¿Qué te parece la respuesta solidaria de la sociedad civil española hacia los refugiados ucranianos? ¿Y la de la ONG World Central Kitchen, del chef español José Andrés?
- La de José Andrés es una gran organización con muchos donantes, con muchos fondos y los he visto repartir comida en todos sitios. Tienen una capacidad logística brutal. Es una ONG muy grande con experiencia en terremotos y grandes emergencias. También han estado aquí durante la pandemia y están repartiendo comida en las colas del hambre entre gente que no tiene nada. Luego me ha gustado mucho ver la reacción empática de España con Ucrania. Una empatía que ayuda a reforzar la idea de que las personas que llegan de otros países necesitan de su estatuto de refugiado, de papeles y de un futuro para sus hijos. Luego, eso de irse con la furgoneta por libre a ayudar, está bien, pero yo apelaría más a una respuesta organizada que a convertirnos todos de repente en salvadores de los otros.
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