Pioneros de la aviación en la playa de Cádiz
HISTORIAS DE CÁDIZ
Con motivo del primer Centenario de las Cortes, el aviador Loygorri efectuó algunas tentativas
En 1913 el piloto Garnier llevó en su artefacto a varios voluntarios
La playa Victoria, a lo largo de su historia, ha acogido curiosas actividades entre las que destacamos los primeros pasos de la aviación española. Ya en 1912 y con motivo de las fiestas del primer Centenario de las Cortes de Cádiz llegó a nuestra ciudad un artefacto para que los gaditanos pudieran comprobar el invento del que todo el mundo hablaba y que parecía increíble, que el hombre pudiera volar a su antojo.
El histórico suceso ocurrió en octubre de ese año de 1912. Hasta Cádiz llegó Benito Loygorri, el primer español con título de piloto, con un artefacto marca Lommar. Miles de gaditanos acudieron ese día a la playa para presenciar los vuelos. También asistió el ministro Santiago Alba, el alcalde, Ramón Rivas, y numerosas autoridades.
A las tres de la tarde arrancaron los motores y la multitud, impaciente y desconocedora de los que iba a presenciar, rodeó curiosa el artefacto de Loygorri. La Guardia Civil a caballo y los policías municipales a duras penas lograron que el público despejara el aparato y permaneciera en los lugares destinados para ello.
Por fin Loygorri logró avanzar hacia Cortadura y su artefacto se elevó unos cuarenta metros y logrando estar en el aire durante 50 metros. La ovación fue unánime y todos quedaron asombrados. El piloto siguió intentando efectuar otros vuelos, pero finalmente manifestó que el fuerte viento de poniente le impedía volar, por lo que aplazó estos vuelos hasta el día siguiente.
Tampoco hubo suerte el 7 de octubre para decepción de los gaditanos. Loygorri intentó hacer volar a su artefacto y en uno de ellos cayó al mar. La lancha a remos del Balneario Victoria logró rescatar al piloto y a su ayudante con algunos rasguños. El avión resultó dañado y con ello terminaron estos primeros vuelos en la playa gaditana.
El año siguiente, 1913, el Ayuntamiento organizó una “fiesta de aviación” también en la playa Victoria. Para la ocasión fue contratado el experto piloto Garnier cuyo avión llegó en tren hasta la Segunda Aguada y llevado al Balneario Victoria para ser montado.
Como el año anterior, miles de gaditanos se dieron cita en la playa para conocer estos arriesgados vuelos. En esta ocasión fueron los día 30 y 31 de agosto, por lo que el buen tiempo estaba prácticamente organizado.
Garnier examinó la arena de la playa, asegurando que era un campo perfecto para el despegue y aterrizaje de su avión. Frente al Balneario Victoria fueron instaladas tribunas que quedaron rápidamente cubiertas de curioso público.
A las cinco de la tarde comenzaron los vuelos. Garnier saludó desde su cabina, emprendió una rápida carrera y el avión comenzó a subir hasta alcanzar unos seiscientos metros. Era el primer vuelo “de verdad” que veían los gaditanos y por ello no es de extrañar que, según cuenta la crónica de este periódico, “el momento fue emocionante. Las señoras se pusieron de pie sobre las sillas y hasta la banda de música del Regimiento de Pavía dejó de tocar sin ordenarlo su director. Todos contuvimos la respiración mientras el aparato de Garnier volaba majestuoso hacia el centro de la ciudad”.
Los vuelos fueron en éxito completo. Garnier despegaba y tomaba tierra sin dificultad alguna y de inmediato surgieron voluntarios para acompañarlo en su cabina, como el militar Juan Biondi o el joven G.M., que ocultó su identidad para no impresionar a su familia.
Al día siguiente, Garnier repitió sus vuelos, admitiendo a algunos voluntarios como el práctico del puerto de Cádiz, Joaquín Fernández Repeto.
Hasta la playa y desde El Puerto de Santa María llegó el famoso torero Luis Mazzantini deseando conocer el invento y dispuesto a volar. Garnier le hizo ver que era demasiado corpulento y expresó sus dudas. Para mayor seguridad, Mazantini acudió a una báscula del Balneario pesando 103 kilos. Como insistiera en volar Garnier lo admitió en su cabina y también pudo viajar sobre Cádiz por espacio de unos veinte minutos. En el último vuelo, ya casi de noche, subió al artefacto nuestro vecino Alejandro Ivison. Las azoteas de la ciudad estuvieron también al completo para presenciar los arriesgados ejercicios de Garnier.
A petición de numerosos gaditanos, el aviador francés prolongó su estancia en Cádiz un día más volando varios voluntarios en la playa Victoria. Entre otros vimos subir al avión a dos prácticos del muelle, al doctor Tolosa Latour, a Juan Pablo Ruiz Tagle y a Agustín Picardo.
Años más tarde, pero todavía en los tiempos heroicos de la aviación, la playa Victoria serviría de campo de prácticas al gaditano Rodolfo Bay, hijo del cónsul de Dinamarca en nuestra ciudad. Bay, en 1932, con una avioneta de su propiedad voló en cuatro horas desde Madrid hasta la playa gaditana. Quiso montar en nuestra ciudad una escuela de aviación y un servicio similar al que ya tenía en Madrid de bautismos de aire, taxis aéreos y lanzamiento de “parachutistas”. Sin embargo, las autoridades de nuestra ciudad no le facilitaron los oportunos permisos por considerar que se trataba de una actividad muy peligrosa.
Bay estuvo volando en esos años de la República en la playa de la Victoria, aprovechando la escasa presencia de bañistas. Curiosamente era auxiliado para empujar su avioneta por un joven que recibió el apodo de “Manolo el aviador”, y que muchos años después sería popular limpiabotas por las calles de Cádiz, donde siempre tenía un recuerdo para sus tiempos de ayudante de Bay.
En 1934 el Aero Club de Cádiz adquirió una pequeña avioneta ofreciendo paseos por el cielo de nuestra ciudad saliendo desde la playa Victoria y pilotada por Rodolfo Bay.
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