'Magnificat' en el Falla de Cádiz: La sagrada y flamenca celebración de la vida
La ciudad conmemora el Día del Flamenco con la visión libre del pasaje bíblico de 'La visitación' de la bailaora gaditana María Moreno
María Moreno: "Vengo con ganas de bailar como se baila en Cádiz"
Existe una expresión cuyo maniqueísmo se encuentra sublimado en el flamenco, qué ange. Pero el ángel, a pesar de ser conjurado y anunciado en críticas y conversaciones, en jaleos y fiestas, no siempre acude a la llamada, porque el ángel no se convoca, el ángel se tiene. Y María Moreno, que nos regala durante el Día del Flamenco una sagrada y flamenquísima celebración de la vida en su libre interpretación del pasaje bíblico de La visitación, lo tiene. Lo tiene y a él se encomienda en este Magnificat que nos alegra el corazón y del que salimos del Gran Teatro Falla de Cádiz llenos de gozo.
Ese ángel que se asoma en la sonrisa, en la soltura de la cadera, en los hombros juguetones, en la contudencia del brazo y la elegancia de la mano es el que dota de naturalidad a este trabajo riguroso del cuerpo. Porque Magnificat, que es explosión de alegría pura, no está exento de los esfuerzos y las fatigas de la creación, pero el ángel, ay ese ángel de la bailaora gaditana, todo lo dulcifica y donde hay sacrificios, sólo vemos ligereza. De Cádiz, señor, de Cádiz...
No nos podríamos creer Magnificat sin el ángel de Moreno, pero tampoco sin su inteligencia para establecer conexiones. Los colaboradores imprescindibles, más que necesarios, para convertir una oración en una celebración. Un acto íntimo en fiesta colectiva.
Porque está el baile por alegrías, el minuto largo, atlético, didáctico, lección de cómo se mueve un mantón, la maestría en las castañuelas que galopan por seguiriyas, la torsión del cuerpo en la soleá, la velocidad desafiante de las palmas... Palos y paisajes que se elevan, que son más, y mejor, con la jondura del cante de Miguel Lavi, con la creatividad de los espacios sonoros de Raúl Cantizano –que se engrandece en la eléctrica–, con el compás, la conexión y la visión de Roberto Jaén (una auténtica red de seguridad) y con la otra mujer en estado de gracia de la función, la creadora isleña Rosa Romero que en una letanía eterna de piropos cruzados con Moreno –“guapa, bonita, reina, échale papas, to la calle pa ti, to la calle pa ti, to la calle pa ti...”– cristaliza el evangélico encuentro entre María y su prima Isabel con el hijo de dios y el profeta en sus vientres, rompiendo toda línea entre lo sagrado y lo profano con la vis cómica como más efectiva daga.
El humor afilado –de Cádiz, señor, de Cádiz, ¿ya lo he mencionado?– también convierte el simpático mantra de bendiciones en salmodia que igual cimenta el ánimo que igual carga el alma. “María arrea, María estamos contigo, María, María, ¿quéeee?”, se grita y se dice la propia artista casi en un desahogo de la exigencia del arte.
Porque la vida que celebra María Moreno en Magnificat – que es una verbena, que es una rave desatada, que es una romería que puede suceder en todos los pueblos de España– también tiene sus briegas, sus obstáculos, sus máculas. La bailaora lo cuenta entrelíneas poniendo su cuerpo a sufrir por momentos con un baile veloz y exigente. Un baile sacrificado, estoico, porque se sabe deudor de un centro ante el que María Moreno se arrodilla y al que reza con sumisión y alegría. El que es Verbo (porque tiene un lenguaje) y se hace carne a través del ángel de su sierva. El flamenco. Oremos con Magnificat en su día.
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