Cádiz

¿Qué haríamos sin los monstruos?

  • Un repaso de celuloide a nuestra relación con lo deforme, con lo desconocido, con lo distinto...

Cine dentro del cine. Es ese momento de ‘El espíritu de la colmena’, de Víctor Erice (1973), en el que en el cine del pueblo están proyectando ‘Frankenstein’, la inolvidable creación de un artista exquisito llamado James Whale. El monstruo juega con la niña a tirar flores al río para que floten; flores, cosas bellas. Todas las cosas bellas flotan en el río.  

Y el monstruo, que es bueno, tira a la niña porque es bella. Y la niña no flota. La niña que ve a la niña desaparecer de la pantalla, que era Ana Torrent, con esos ojos grandes, mira muy fijamente la escena porque ella tiene un monstruo, sabe que hay un monstruo en una casa abandonada, un hombre que huye de la guerra que ha terminado, del pasado. Un monstruo. Los monstruos lo son porque siempre huyen de algo, principalmente de su destino. Los monstruos, que sólo lo son por ser distintos, piensa la niña, aman la belleza, se percibe. Es una de las imágenes más bellas de nuestro cine.

 

Desde los cordeles de ciego a la fascinación por los psicópatas, pasando por el gusto barroco por las deformidades, lo monstruoso nos fascina. Para el monstruo, sin embargo, la belleza es lo terrible, lo distinto, lo hipnótico e incomprensible. 

 

Juan Antonio Bayona (Barcelona, 1975) no había nacido, no era ni proyecto, cuando Erice rodó ese momento de esa película ajena, la del monstruo. Hoy nos entrega otro monstruo enternecedor que ha cautivado al mundo -porque Bayona es internacional, algo que Erice no podía ni soñar-. Un monstruo viene a verme seduce a la crítica internacional, aún reconociendo que tiene su punto ñoño, pero cuenta esa historia universal de relación entre lo normal y lo anormal, como La Bella y la bestia (para contemplarla en toda su belleza acudir a la de Jean Cocteau de 1945), como La mujer y el monstruo (Jack Arnold, 1954), como Garras humanas (Tod Browning,1927). Son tantas y tantas... 

 

Por lo tanto, Bayona explora lo que tantas veces se ha explorado basándose en un best seller incontestable, A Monster Calls, de Patrick Ness, donde el verdadero monstruo no es el que aparenta ser el monstruo. El monstruo no tiene cara. El monstruo es el cáncer. A grandes trazos, es la amistad del hijo de la mujer poseída por el monstruo con un árbol con la voz de Liam Neeson. Las reseñas son casi unánimes: Bayona logra alcanzar registros emotivos a los que recientemente no han sabido llegar con propuestas similares David Lowery en Peter y el dragón y el especialista en hacer llorar a la gente, Spielberg, con Mi amigo el gigante. 

 

Es inevitable la empatía con el deforme, con el distinto, en cuanto nos aproximamos. Por eso el terror gore procura distanciarnos todo lo posible del invasor que nos perturba. George A. Romero tuvo el acierto en La noche de los muertos vivientes (1968) de crear monsruos a los que vació el alma, zombis, pero las películas de zombis funcionan más como películas víricas, epidémicas, que como auténtico cine de monstruos. El monstruo sólo es monstruo hasta que se asume que lo es. Lo vamos a poder ver cuando se estrene La piel fría, basada en la célebre novela de Sánchez Piñol. Aquí, en esta historia de extrañas criaturas marinas de una isla perdida de Tierra de Fuego vamos a observar las tres fases de nuestra relación con el monstruo, con el distinto: descreímiento, temor y explotación. Caso de, pongamos, El hombre elefante (David Lynch, 1980), donde nuestro protagonista, un personaje histórico, John Merrick, acaba como atracción de feria. Y contra eso se rebelará el más celebérrimo de los monstruos, King Kong, (Merian caldwell Cooper, Ernest B. Schoedsack, 1933) cuya mano gigante tomando delicadamente a su amada ha inspirado a Bayona en Un monstruo viene a verme y a Spielberg en Mi amigo el gigante. King Kong nos ponía delante del espejo: el monstruo somos nosotros. Una clave parecida a la desarrollada por Fritz Lang en M, El vampiro de Dusseldorf, donde el monstruo, Peter Lorre, es un monstruo con todas las de la ley, un sucio asesino de niñas, pero cuando el pueblo pide enfermizamente venganza se transforma en un organismo patológico, psicótico.

 

Regresemos de los años 30, donde la convulsión social creaba productos sabiamente inquietantes a través de metáforas. En un mundo mucho más infantilizado -el divertido terror gore, el cine de vísceras, es un ejemplo de ese infantilismo-, el acierto de la película que hoy se estrena tiene que ver con la trascendencia, el niño interior y el amigo imaginario, que aquí se reviste de realidad. Una de las pequeñas obras maestras de Pixar, Monster S.A., se introducía en la mayor empresa del miedo del mundo, donde los monstruos tienen miedo de los niños, hasta que una niña se cuela y los dos mundos, en su eterna historia de amor, se funden. Una gran comedia para exorcizar miedos nocturnos. A día de hoy no será fácil encontrar un niño que tenga miedo a los monstruos ni al hombre del saco. Quizá encontremos más niños que tengan miedo a los hombres.

 

Este pacto de no agresión con el miedo, que tiene algo de un comprensible pacto de cobardía ante nuestras propias pesadillas, hace amigables a los distintos, como durante años mostró esa magnífica serie televisiva que fue la familia Monster, una de las mejores sitcom de la historia con una familia donde habita todo el cine de terror de la Univerrsal de los años 30 y que desembocó en la maravillosa Familia Adams, una vez más, monstruos aterrorizados por un mundo banal y hostil, por lo que ellos buscan refugio en su diferencia. Estas licencias nos llevan a lo estrambótico y a frivolizar lo mítico, como en Teen Wolf, donde el monstruo (Michael J. Fox) se descubre monstruo (hombre lobo) y lo utiliza para ligar en el instituto. O más recientemente la saga Crepúsculo utiliza al monstruo, al distinto, al vampiro, como un descolorido sex symbol, lejano heredero de, pongamos por caso Drácula, ejemplo de atractivo depredador sexual. El monstruo seductor, por cierto, acabaría en su interminable saga  consumido por la voracidad sexual de sus vampiresas. También ahí el monstruo acaba por ser víctima.

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