Pablo-Manuel Durio
El autobús populista de Cádiz
Cádiz/En Cádiz se pasa hambre. O como poco, mucha necesidad. Sobre todo desde que los Bancos de Alimentos –los mismos que hoy afortunadamente se vuelven a llenar en favor de las víctimas de la DANA– se quedaron sin provisiones que aportar a las asociaciones de vecinos. Desde allí los colectivos repartían lo indispensable entre los más vulnerables antes de que se pusiera en marcha el sistema de las tarjetas monedero, hace ya unos cinco meses.
El nuevo procedimiento se implantó con el noble fin de acabar con las colas del hambre a las puertas de los colectivos vecinales y para dignificar el acceso a los bienes básicos de subsistencia a quienes no disponen de recursos para pagárselos. Las colas, efectivamente, ya no se ven, pero hay personas que en Cádiz, en pleno siglo XXI, siguen pasando hambre. Ahora incluso más que antes, cuando la asociación de vecinos podía llenarles el carro una vez al mes.
Son hombres y mujeres que no tienen menores a su cargo –requisito indispensable para acceder a las tarjetas monedero–, que todavía no se han jubilado y no tienen pensión, desempleados de larga duración que agotaron hace muchísimo el paro, trabajadoras de la limpieza en casas particulares que nunca cotizaron porque siempre faenaron en negro, maridos con esposas completamente dependientes, o madres que todavía mantienen a sus hijos aunque estén ya cerca de los cuarenta años. Hombres y mujeres a quienes los Servicios Sociales no son capaces de solucionarles lo básico, lo que no debía faltarle a nadie por el mero hecho de estar vivo.
A nadie le agrada reconocer que pasa hambre o necesidad. Los que siguen son solo los testimonios de dos de estas personas, pero son muchas más. Solo en un barrio de Cádiz, José Gaviño, presidente de la Asociación de Vecinos de los Antiguos Terrenos de Astilleros, tiene censadas a unas 400. Calcula que en toda la ciudad pueden ser nada menos que 3.000. Pero dejemos que sean ellas quienes cuenten lo que padecen.
“Yo llevo bastante tiempo parado. Las cosas no me han ido bien. Por desgracia hace 26 meses que tengo a mi mujer encamada y los Asuntos Sociales no me ayudan desde el punto de vista de su higiene personal”. Manuel Amador Martínez tiene 62 años y su esposa, Juana Nieto Mendoza, 65. Llevan 35 años casados y hace 51 que se conocieron de niños en Guillén Moreno. “Ella tiene un tercer grado de dependencia reconocido y un 95% de discapacidad, pero todavía tengo que esperar otra carta para que me den lo que me tengan que dar para poder atenderla en condiciones. Llevo esperando desde el 16 de septiembre de 2022. Asuntos Sociales solo me ayuda con la luz y el agua...”
Manuel es camarero. La última vez que trabajó en su oficio fue en 2008. Después de diez años de contrato, nada más que estallar la crisis, le despidieron. “Desde entonces a mi mujer le han dado dos ictus”, relata. “Antes íba a la asociación de vecinos una vez al mes, pero ya hace cuatro o cinco meses que no tienen nada que darnos”. ¿Cómo se apañan entonces? ¿Tiene hijos? “Gracias a Dios somos el matrimonio solo, si no, con la enfermedad de mi señora sería una locura”, responde. Pero ¿tienen alguien que les ayude? “Tengo a un hermano invidente que trabaja en la ONCE que viene a hacerme compañía. El hermano de ella viene una vez a la semana de visita. Estoy yo solo para atenderla”.
“Mi esposa y yo sobrevivimos con lo que me quedó de indemnización y lo de algunos meses que he trabajado cuando me han llamado del Ayuntamiento, pero nada más... Te llaman tres, seis meses, y ya está... Los únicos ingresos que tenemos son los 480 euros de ayuda por mayor de 52 años... Ella no tiene derecho a nada...” ¿Y no ha vuelto a trabajar en su oficio? “Con mi mujer en estas circunstancias y como está la cosa en el sector, imposible”.... ¿Han llegado a pasar hambre? “No, pero necesidad, mucha. Mi mujer lo único que puede comer son potitos y eso no le falta. Yo me avío cociendo arroz y echándole tomate. O me abro una lata de lo que sea o me hago una pizza o unos huevos fritos con salchichas. O tomate con arroz otra vez... Lo principal es que a mi mujer no le falten sus potitos ni su higiene personal ni nada. Además, hace ya tiempo que tampoco nos facilitan productos de higiene y limpieza... Discúlpeme, pero tengo que cambiar y asear a mi mujer... ¿Que si puede poner mi nombre y el de mi esposa? Sí, claro...”
La segunda persona con la que hablamos, sin embargo, prefiere permanecer en el anonimato. A sus algo más de 60 años sólo dispone de los 500 euros del ingreso mínimo vital. Trabajó mucho tiempo limpiando casas por horas. Sin contrato siempre, por supuesto. “Pero padezco de vértigos, soy hipertensa, diabética y tengo una discapacidad no reconocida de casi el 40%. Hace ya un tiempo que no puedo limpiar porque no puedo subir escaleras ni cargar peso... No, nunca he tenido una nómina, ni tengo pensión... Vivo con un hijo a mi cargo...”. Su hijo está más cerca de los 40 que de los 30.
Como Manuel, hace ya meses que no recibe nada de comida de la asociación. “Lo único que recogemos son unas bandejitas de comida preparada una vez a la semana –las que dona la Fundación Pascual– porque no les llega nada más del Banco de Alimentos. Aparte de eso, no tengo más ayuda que el bono de la luz, pero no el del agua... Tengo que comprar dos bombonas de butano, tengo que pagar el recibo del Ocaso, tengo que comer y luego, si a mi hijo le hacen falta unos tenis, un pantalón o algo para el colegio, tengo que comprárselo”. Pero, ¿no trabaja su hijo? “El está estudiando un grado de formación profesional y alguna cosita hace, sus chapucitos... este verano ha estado trabajando, pero ya no tiene nada el pobre... Y está estudiando lo que le gusta para poder tener un trabajo fijo y poder independizarse el día de mañana...” ¿Y cómo se apañan los dos el día de hoy? “Pues mire, cuando no me llega con los 500 euros le pido 50 una hermana, a la otra le pido 30, pero luego los tengo que devolver...”
Disculpe, pero se lo tengo que preguntar: ¿Pasan o han pasado ustedes hambre? “En la pandemia, sí, bastante. Aquello fue horroroso. Lo único que recibíamos de los Servicios Sociales eran unos cien euros para los dos... Íbamos a recoger comida a Amigas del Sur... Menos mal que llegué a un acuerdo con la trabajadora social para ir pagando poco a poco los recibos atrasados que tengo del alquiler... Desde que mi hijo dejó de ser menor no recibo nada, salvo 50 euros de la Fundación Dora todos los meses”.
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