"Lo del gaditano flojo es una falacia"
ciudadanos de cádiz
Celso Laviades. Durante dos décadas dirigió dos centros emblemáticos, el de San Severiano, vinculado a la Formación Profesional, y el instituto provincial de adultos del barrio de Puntales
Celso Laviades ha sido una institución en la educación en Cádiz, muy vinculado a la docencia en lo que eran sectores estratégicos de la ciudad, como el naval o el de Tabacalera, desde su puesto como director en el instituto de San Severiano. Jubilado desde el año 2008, este asturiano-leonés que llegó a la ciudad en el año 80 es un observador de la actualidad desde su tertulia en Isecotel, en el bar Loanca, donde se sirve una de las mejores tortillas de patatas de todo Cádiz.
-¿Es asturiano o leonés, que sus 'biógrafos' no lo tienen claro?
-Tengo la triple nacionalidad. Nací en Mieres, me crié en el Bierzo y llevo 35 años en Cádiz, la ciudad donde más tiempo he vivido. Mis hijos nacieron en Madrid, pero los cuatro se consideran gaditanos.
-¿Me explica ese tránsito?
-Al terminar la guerra, mi padre, que era de los 'malos' y que pasó tres años en la cárcel por tener ideas de izquierda, fue desterrado a un pueblo de El Bierzo. Él era facultativo de minas, como se llamaba antes a los ingenieros, y llegó en una época buena, los posteriores a la II Guerra Mundial. Era una tierra fértil, rica en carbón. Entonces se decía que pintabas de negro la mierda y la vendías a precio de oro. Fíjese en lo que ha acabado. Hace poco hablé con mi hermana, que sigue viviendo allí, y me dijo que la comarca está muerta.
-Empezó en una zona minera devastada y ha acabado en una zona industrial devastada.
-Me da una pena enorme porque esta tierra tiene de todo. Hace poco, en una conversación, un amigo me decía que lo que hacía falta aquí es terreno y qué va, terreno nos sobra, necesitamos inversión, atraer inversión. Y en El Bierzo qué le voy a decir. Yo tuve una buena infancia allí. Mientras en otras partes del país se pasaba mal, allí había prosperidad. Sí, una pena lo uno y lo otro porque merecerían ser zonas ricas.
-¿Qué nos pasó?
-Pues, al fin y al cabo, son historias parecidas. No es que el carbón español sea malo, pero los yacimientos son de más difícil acceso, cuesta más extraerlo que en Polonia. Y decidimos hacernos dependientes del petróleo cuando el carbón debería ser un sector estratégico. Pero ahí está, era más caro, menos competitivos. Con los astilleros pasó más o menos lo mismo. Cuando se cerró el Canal de Suez hacían falta grandes barcos para atravesar el cabo de Hornos. Se volvió a abrir el Canal y se demandaron barcos más ligeros que se fabricaban más baratos en Asia. Al final, todo tiene que ver con el coste.
-¿Cómo llegó a Cádiz?
-A los 15 años me fui a estudiar a Oviedo y luego a Madrid a estudiar minería, que era mi vocación. Me salió un trabajo en la Paloma, que era un centro educativo que dependía de los sindicatos verticales, lo que sería luego formación profesional. En Madrid tuvimos un percance. Nuestro hijo de seis meses cayó de una mesa y se rompió el cráneo, podía haberse matado. Fueron años duros. Teníamos la sensación de que Madrid era culpable de nuestros males y pedí el traslado a un lugar con puerto, con mar, y que tuviera Universidad. Salió Cádiz y, desde entonces, las cosas nos empezaron a ir mejor.
-Notaría un enorme contraste de caracteres. Un hombre del Bierzo en Cádiz. No se me ocurre mayor antítesis.
-El Bierzo es una olla geológica con un carácter muy definido, distinto incluso a los de León o de Asturias. El Bierzo es el Bierzo. Pero no me adapté mal, quizá porque llevaba ya mucho tiempo en Madrid.
-Desembarca en Cádiz en 1980. ¿Cómo era ese Cádiz?
-Recuerdo que llegamos en mitad de una huelga de basuras. Primeros años de huelgas. Nos costó muchísimo encontrar piso y colegio para los niños. Todo eso nos asustó un poco, pero encajamos muy pronto.
-¿Cuál era su trabajo?
-Era época de pluriempleo. Compatibilizaba el trabajo en el instituto San Severiano, que era el equivalente a la Paloma en Madrid, con clases en maestría industrial de delineantes en San Fernando. Luego eso se hizo incompatible y me quedé sólo con San Severiano. San Severiano era un centro muy considerado, pero con una ideología muy peculiar porque venía de donde venía. A los cuatro años me hicieron director y costaba aplicar los cambios.
-¿Qué cambios?
-Un alto cargo de Madrid que había sido compañero mío en la Paloma me dijo que las enseñanzas tradicionales de aquí iban a caer en desuso y que introdujera más enseñanzas del sector servicios. Metimos administrativo y peluquería y empezaron a llegar chicas al instituto. Fue gracioso porque chicos más bien descuidados empezaron a ir a clase peinaditos y bien vestidos.
-¿Cómo eran los chicos?
-Muy trabajadores. Formábamos a aprendices de Astilleros con becas. Esas becas eran la puerta para entrar a trabajar allí. Había gente muy buena.
-Eso no casa bien con la idea que puede existir en el exterior de que el gaditano es un flojo.
-Es que es una enorme falacia decir que aquí son unos flojos. He sido director veinte años y he conocido chavales que se esforzaban cada día. Ese espíritu nos permitió llegar a un acuerdo con Tabacalera para realizar el proceso d e de una cosa que se llamaba autómatas programables. Si una gran empresa confiaba en nosotros para ese trabajo es porque éramos fiables.
-En los años 80 empezaron las protestas en Astilleros. En San Severiano se notaría.
-Sí, sí, era un barrio muy reivindicativo y, si había follón en el puente, en el barrio se notaba la ebullición. Era normal. Entonces había 13.000 operarios y los socialistas iniciaron la reconversión, aunque yo creo que si no lo hubieran hecho los socialistas lo habría hecho cualquier otro.
-Usted fue militante socialista.
-Sí, lo fui, pero no demasiado tiempo. Me salí y me alegro porque yo soy muy confiado... y luego se han visto las cosas que se han visto.
-Lo que se ha visto es el panorama que tenemos ahora. ¿Le asusta tanto cambio, tanta fragmentación?
-Asustarme no, me preocupa. No tendríamos que haber llegado a este punto. Hace quince años por lo menos que los partidos tradicionales tendrían que haberse puesto las pilas. Hace unos años se hablaba del mileurista como algo peyorativo y ahora resulta que el mileurista casi es un privilegiado. El deterioro ha sido enorme.
-Veo que le tira la política.
-La sigo. Aquí, en el bar Loanca, nos juntamos un grupo de amigos y nos montamos una tertulia sobre cómo están las cosas y siempre salimos tarifando, aunque la sangre nunca llega al río.
-Pasó por la delegación de Educación.
-Sí, me lo propuso el delegado de entonces, Juan Antonio Valle, y luego tuve a Salvador Pagán, todo un señor. Después vino Pilar Sánchez y ahí me salí.
-Para dirigir el instituto de enseñanza de adultos. Eso no lo había hecho usted. ¿Cómo fue la experiencia?
-Enriquecedora. El alumnado, quizá menos preparado porque dejó pronto los estudios, estaba verdaderamente interesado en aprender. Daba gusto darles clase. También teníamos presos e íbamos a la cárcel a los exámenes, a resolver dudas. Yo he estado muchas veces en la cárcel, como digo siempre en broma, aunque otros amigos me hacen otra broma: me dicen que con lo que me he desvivido por darle una buena educación a mis hijos, dos de mis hijas han acabado en la cárcel. Y es cierto: una como médico y otra como jurista.
-¿Y eran buenos alumnos los presos?
-Bueno, había de todo. Ya sabe que en la cárcel nadie ha hecho nada y era lo primero que te decían. Una vez fui con un compañero a Puerto 2. Era la primera vez que lo pisaba. Al cerrarse la puerta tras de él con ese sonido tan característico, chirriando, el de las películas, se puso blanco y no volvió nunca más.
-Vivió de lleno el cambio en el sistema educativo. ¿Usted era de los pro-Logse o de los anti-Logse?
-Yo soy de los pro-Logse, pero si se llevara bien. Y para llevarlo bien habría que haber invertido lo que no se invirtió. Yo me eduqué en un sistema memorístico y la Logse defendía más pensar que recordar. Tendrá sus defectos, pero yo ayudo a mi nieto, que está en tercero de ESO, con los deberes y él sabe más de lo que yo sabía a su edad y razona mejor. Algo tendrá que ver el sistema.
-Hay quien piensa que la Logse quería hacer a los profesores amigos de los niños.
-Yo he conocido profesores de todos los tipos. A principios de los 80 estaba Joaquín Navarrete, que daba Biología en San Severiano. Llevaba coleta y los alumnos le llamaban Juaqui. Con esa cercanía era capaz de mantener la disciplina en la clase y que sus chicos sacaran excelentes resultados. O Antonio Barea, que daba matemáticas y era muy tímido, pero en su clase no se movía nadie mientras él hablaba sin necesidad de levantar la voz. Eso va en la persona. Hay profesores que tienen ese don, no tiene nada que ver con el sistema.
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