Un Carnaval 'alegal' en la Historia

Febrero 2022, el Carnaval vuelve a ser de la calle

  • La fortuna (o el infortunio) ha querido que la celebración de la próxima semana se erija como el primer carnaval ajeno al poder municipal en 160 años

Foto del trío  callejero 'El casado,  el viudo y el soltero' del Carnaval de Cádiz de 1935 (Colección Dubois)

Foto del trío callejero 'El casado, el viudo y el soltero' del Carnaval de Cádiz de 1935 (Colección Dubois) / Facilitada por Santiago Moreno

Jose Manuel Gómez me dice muy serio, y muy en serio, que él añora un Carnaval que no ha vivido, es más, un Carnaval que todavía no ha llegado. Si es éste –este extraño, incierto y alegal febrero de 2022– “ya se verá a toro pasado”, dice El Gómez, que es más Da Vinci que Nostradamus. El caso –aunque este precursor del actual carnaval callejero crea que “si tenemos una semana más, ya habría diez plataformas y tres coordinadoras para organizarlo” porque “parece que si no existiera un ayuntamiento, lo inventamos”– es que el próximo fin de semana comienza el primer Carnaval ajeno al poder municipal en 160 años. ¿Si es más libre? Vamos a verlo.

Nos hablan los historiadores. Santiago Moreno y Alberto Ramos Santana. Ellos nos dan las llaves, nos abren las puertas correctas para movernos dentro de el ministerio del tiempo de este cachondeo tan serio que es una fiesta a la que, como nos recuerda el catedrático, le echó el ojo el gobierno municipal en 1862 y que, atento, estaba prohibida desde 1523 sin éxito alguno.

De la celebración del Carnaval en Cádiz se tienen noticias (en prensa) desde los siglos XVII y XVIII. Incluso, como prosigue Ramos Santana, se hace gala de la pocavergüenza con el mismísmo Carlos III que en 1776 le dio por preguntar al gobierno municipal gaditano si se estaba cumpliendo con la prohibición, contestando al monarca un, lo que debió ser, ¡home, por favor, cómo no!, cuando, sin embargo, las cuentas del ayuntamiento reflejaban unos simpáticos ingresos por el alquiler del Teatro Principal para bailes de Carnaval. (Fenicio, io, fenicio...)

Efectivamente, había Carnaval. Carnavales. Que la Señorita del Mar siempre ha sido de caderas anchas y engendra por pares. Ya saben, Cádiz-Puertatierra; COAC-Carnaval callejero y, ya entonces, Carnaval burgués (el de los salones, el de los bailes y la mascarada) y Carnaval popular (el de las coplas, el esperpento, la broma y el mamarracho).

¿Huellas? Del primero, las que quiera; del segundo, el que ahora nos atañe, Ramos y Moreno han rastreado de sobra: La Pensadora Gaditana daba cuenta de que en el siglo XVIII había cuadrillas que se organizaban para salir cantando a la calle y ensayaban en su casa o, La moda, con el beligerante Francisco Flores Arenas afilando pluma, que criticaba ese carnaval callejero donde “la gente cantaba en cualquier sitio”, se disfrazaba “de cualquier forma” y generaba el desorden público con, fundamentalmente, las señoras con sus saquillos, una costumbre que se persigue desde ese 1862. De un balcón se tiraba una cuerda que llevaba atada un saquito de arena con el que las mujeres se dedicaban a quitarle los sombreros a los hombres. Es más, han sobrevivido al tiempo quejas de que en algunos casos ese saquillo era sustituido “por una plancha o por un anafre”...

No, no se trata de que en este febrero de 2022, hijo ¿no deseado? de la polémica decisión municipal de trasladar el Carnaval a junio, se recuperen tradiciones extemporáneas como el saquillo o los lárgalos (algo así como los santos inocentes, colocarle a la espalda al incauto un muñeco o una tela vieja), pero sí parece que tiene en común con esos carnavales de libertad casi mítica la ausencia de ese soporte municipal que decoraba la espontaneidad con actos y exornos. Sumamos más, como en este siglo XXI tampoco existen ya esos bailes en los grandes teatros o fincas al estilo de la burguesía de hace dos siglos, “éste será un Carnaval totalmente libre”, como apuesta Santiago Moreno sobre lo que ocurrirá en Cádiz entre el 26 de febrero y el 6 de marzo. Toda una incógnita. ¿O no?

Las callejeras salir, van a salir, seguro toda la semana. De hecho, tengo constancia de que hay agrupaciones callejeras que vienen de Sevilla y que, por cierto, ya están teniendo problemas para encontrar alojamiento esos días en la ciudad”, crea ambiente Domingo Acedo, autor de la ingente obra Agrupaciones Callejeras en el Carnaval de Cádiz, responsable de este área del Aula del Carnaval y poseedor de un registro con unas 20.000 formaciones callejeras de la fiesta. Vamos, que las coplas camparán a sus anchas por las calles, la madre del cordero está en la convivencia con la distancia de seguridad, los horarios, el descanso de los vecinos...

Pero regresemos al punto cero. A esta tarea de colocar a este Carnaval en el conjunto de la Historia. Nos habíamos quedado en un carnaval callejero totalmente libre, un Carnaval que no se iba a la Viña “sino al Barrio de Santa María” (Ramos Santana dixit), donde ya “el lunes y el martes eran festivo para los escolares” (¡siglo XVIII!), un carnaval que también se vivía en los patios de vecinos y que pasaba por encima hasta del Reglamento de Urbano de 1842 donde, a pesar de que el Carnaval no se reconoce como fiesta, “contiene dos artículos prohibiendo las manifestaciones carnavalescas en la calle”.

Pero si monarcas y poder eclesiástico (ni la mismísima Revolución Francesa en su país) lograron controlar el Carnaval con prohibiciones, “la clase más inteligente de la historia hasta la actualidad”, como tilda el catedrático de la UCA a la burguesía, lo consiguió. ¿Cómo? Con financiación. Carnaval financiado, Carnaval moldeado, Carnaval controlado.

Reproducción de la primera noticia aparecida en 'Diario de Cádiz' que hace referencia al Carnaval en febrero de 1868. Reproducción de la  primera  noticia   aparecida en 'Diario de Cádiz' que hace  referencia al  Carnaval  en febrero de 1868.

Reproducción de la primera noticia aparecida en 'Diario de Cádiz' que hace referencia al Carnaval en febrero de 1868.

Ramos y Moreno nos sitúan. 1861. Gente bien como Miguel Ayllón Altolaguirre (fundador del Ateneo, a más inri) le pidió al alcalde del momento, Juan Valverde, que el Ayuntamiento se hiciera cargo del Carnaval. Se acepta y la fiesta de 1862 es financiada, en parte, por el Consistorio.

Los motivos son dos (los señalan Moreno y Ramos). El de control, claro, controlar esa calle desbocada, deslenguada, disfrazada con trajes de arpillera de saco y máscaras de cartón pero, ojo, también pesa la motivación económica. El Carnaval genera dinero. Es más, genera turismo. De hecho, huelga decir que es en 1861 cuando se inaugura la estación de ferrocaril con lo que en años sucesivos ya se planea organizar trenes especiales desde Sevilla para traer a los visitantes al carnaval gaditano. ¡Que está to inventao!

Al Carnaval se le pone un presupuesto y la calle comienza a mutar. Se montan tablaos, columpios y cucañas en áreas muy concretas hacia donde se quiere dirigir la fiesta. La zona del Mercado, con el convento en el 62 prácticamente desaparecido y la actual plaza Guerra Jiménez como un descampado, pero también San Juan de Dios y San Antonio.

Con la municipalización de esta tradición cambian las formas, sí, pero el fondo, la copla, continúa despeinada y pronto habrá quien quiera adecentarla. Valga el ejemplo (apunta Ramos Santana) de ese hecho escandaloso del carnaval de 1865 cuando un concejal intentó parar una mojiganga. Tiene ánge el asunto. Un martes de Carnaval dos chavales sacan un romancero con su cartelón haciendo una crítica política al partido al que pertenecía el edil Pascual Olivares, que se ve que tenía poca cuerda, y manda detenerlos, pero el Domingo de Piñata, en contestación a su reacción, salió una mojiganga criticando a este concejal y no hubo manera de pararla. También existe un documento muy curioso de la época que reporta como el jefe de la Policía municipal habla de que “las niñas” siguen usando saquillos y “no hay forma de controlarlas”.

Otro incidente, con fuego de por medio, queda reflejado en la edición del 4 de marzo de 1870 en La Correspondencia de España, cuyo recorte nos facilita Moreno: “Una comparsa de máscaras que recorría las calles de Cádiz el Martes de Carnaval entonando cantares obscenos e injuiciosos contra el alcalde, fue amonestada por la autoridad, y no habiendo hecho caso de ella, y agotados todos los medios de persuasión, un guardia municipal se vio precisado a hacer uso de rewolver (sic), disparando contra el grupo. Éste contestó a pedradas, y se produjo el desorden que es consiguiente, habiendo resultado tres paisanos heridos. La comparsa se dirigió después a la plaza de San Antonio, donde después de untar con aguarrás el tablado dispuesto para el baile, le prendió fuego, reduciéndolo a cenizas. Se instruye sumario sobre este hecho...”.

Comienzan los problemas para el Carnaval. Comienza su larga batalla contra el control y la censura que tiene fecha, 1884, cuando desde el Ayuntamiento se exige listado con los componentes, la dirección donde vivían, descripción del tipo y las letras (recuerda Moreno) para, un par de años después, instaurar también una especie de ensayo general en el patio del Ayuntamiento “porque acaban por darse cuenta que la letra puede decir una cosa y la gesticulación otra”...

Es decir, a partir de entonces, para cantar se necesita autorización. Y se persigue. Ahí tenemos (Moreno nos recuerda la noticia publicada el 6 de febrero de 1894 en nuestro Diario de Cádiz) a los 13 miembros de la comparsa ‘Los valencianos’ a los que mandaron para la Prevención por ser pillados cantando sin la licencia. El caso resulta aún más simpático pues uno de sus integrantes se escabulló “resultando ser un guardia municipal que había pedido licencia por enfermo y ha decretado el señor alcalde su censantía”. El suceso termina informando de que la comparsa fue puesta en libertad “cuando ser proveyeron de la licencia que, en opinión de dichos individuos, había sido adquirida por el que se fugó”.

Alcanzamos el siglo XX, y sus primeros años, con un Carnaval que avanza en finura, organización, con muchísima gente en la calle circulando por un circuito oficial (de San Juan de Dios a San Antonio, Mercado, San Francisco, Nueva, Ancha...) que marcaban los exornos (sigue el camino de las baldosas amarillas...) Pero también resistía un Carnaval que se desmarcaba, un Carnaval de barrio y que, de hecho, ya comienza a desplazarse desde Santa María a la Viña.

Y las tabernas. Madre mía. Había mucha fiesta en torno a las tabernas clásicas. Ramos Santana y Moreno nos hablan de La Tienda la Cabra, Las Banderas, La Privadilla, El Moderno... Ya en esa época, dicen, ocurría lo que ocurre ahora cuando se reúne un grupo de gaditanos, que acaban cantando coplas antiguas. Y también sucedía lo que tenía que suceder en ese proceso de embellecimiento de la fiesta: los concursos. Concursos organizados por comerciantes y por cuenta municipal, eso sí, los últimos no se hacían todos los años ni en el mismo lugar (apunta Moreno).

“De ocho pasodobles que tiene un repertorio, al final haces seis para pagar el tipo”, diría, siempre visionario, siempre libertario, don Pedro Romero sobre la explosión de los concursos a finales de los 80 y 90. El Gómez y Ramos Santana también recuerdan que poner precio o coto a la calle (“animar a la participación decían algunos...”, ríe el carnavalero) con premios se llegó a plantear e, incluso, a conseguir con algunas iniciativas privadas. Pero duraron poco...

Poco, los de la calle actual; pero aquellos primeros, intermitentes e itinerantes, se solidificaron con la Segunda República cuando el Concurso se hace estable. Luego llegó la Guerra, la Dictadura, la petición a Valcárcel para hacer la fiesta de coros y ya en el 49 nos encontramos con el primer precedente del COAC con su Falla incluido. El resto, es Historia...

Pero hablábamos de libertad... A principios del siglo pasado, incluso en los tablaos municipales, nos llegan aires de rebeldía. En el archivo del Diario encontramos a la comparsa-chirigotera ‘Los Guacamayos’ a los que cogió in fraganti el gobernador cantando una letra no autorizada con lo que los mandó para la Prevención ante las protestas del público que el 15 de febrero de 1901 escuchaba en el Circo Teatro Gaditano (plaza de Jesús Nazareno). El Domingo de Piñata de ese mismo año, otra agrupación (no se da cuenta del nombre) también acababa en El Piojito tras cantar en con un disfraz distinto al que le habían aprobado.

Pero si hablamos de Carnaval y resistencia (amén de las dictaduras que pronto empobrecerán el alma de nuestro país) el año 1919 se erige como uno de los más complicados para el Carnaval gaditano. Aunque ya dimos cuenta al detalle de estas difíciles fiestas en el Diario del Carnaval del pasado año, podemos recordar a grandes rasgos que la fiesta se intentó prohibir por el motivo de la epidemia de gripe (en un clima también de revueltas obreras...) y, de hecho, se consiguió parcialmente pues el Ayuntamiento (eminentemente burgués) tuvo que acabar cediendo con el Domingo de Piñata ante la presión de los comerciantes que habían visto decrecer sus beneficios con la suspensión del resto de días de fiesta. (Habría que escuchar a los de la Cervecería Inglesa de la calle Ancha, con la que se formaba allí...)

El Carnaval continúa, sobrevive en aquellos años con cierto control que se endurecería entre 1924 al 31. Cierto que es el Carnaval de la Dictadura de Primo de Rivera está todavía “muy poco estudiado” según los expertos. Lo que sí parece que fue desigual en tratamiento entre los dos alcaldes que gobernaron Cádiz en aquel periodo. Si Agustín Blázquez (1924-27) abrió un poquito más la mano, Ramón de Carranza (28-31) fue más reacio a la fiesta. Enrique González (de la murga de La Tienda de la Cabra) le dijo a Santiago Moreno en entrevista que la gente del Carnaval estaba “bastante enfrentada” a Carranza porque “no le gustaba el Carnaval”. De hecho, este alcalde no convocó apenas concursos, dice el historiador.

Tampoco con la Segunda República el Carnaval de la calle fue completamente libre. Eso sí, se le siguió dotando de un presupuesto que, es más, fue en aumento cada año y se apostó por el Concurso que, como hemos dicho, se convirtió en estable. También dejó su nomadismo pues pasaría a celebrarse siempre en el Teatro Municipal, excepto en el año 32 que fue en el Cómico, precisamente, porque se estaba construyendo el coliseo de la actual plaza del Palillero. No en vano, podemos hablar del 32 como el Carnaval de la eclosión. De 11 agrupaciones que pidieron su licencia en 1931, pasaron a 29 en el 32 . A la calle se podía salir, sí, con autorización, con su control, pero parece con más libertad que en el periodo anterior.

Pasa la Segunda República y muere el Carnaval. La Dictadura lo prohíbe primero, lo desvirtúa después y remata la jugada adecuándolo al calendario de fiestas andaluzas con su traslado a mayo.

‘Los del pellejazo’ y ‘Los espermatozoides marajertas’, frente a frente en un recorte de ‘Diario de Cádiz’. ‘Los del pellejazo’ y  ‘Los  espermatozoides marajertas’, frente a  frente en un recorte  de ‘Diario de Cádiz’.

‘Los del pellejazo’ y ‘Los espermatozoides marajertas’, frente a frente en un recorte de ‘Diario de Cádiz’. / Kiki

No es lugar este reportaje para describir las Fiestas de Coros (lo primero que el Regimen permitió), ni las posteriores Fiestas Típicas Gaditanas. Sus bailes, exornos y celebraciones dibujan un Carnaval descafeinado (Ramos Santana), ajeno al corazón de una manifestación cultural que puede que latiera por bajini en febrero, “y todo el año”, en esa década de los 40, tal y como contaba José Macías (hijo de Manuel Macías Retes, sobrino de José Macías Rete), en reuniones de casapuerta en las que la resistencia se ponían a cantar “hasta que venía el guardia con el sable y teníamos que salir corriendo”. “Sí, pero lo haciamos porque teníamos el ímpetu y la fuerza que da la juventud”, le contaría el veterano carnavalero a Santi Moreno.

Pero tras (amordazados) años de cabalgatas, Concurso, bailes y coplas soterradas, el Carnaval de la calle resucita con la llegada de la Transición y Democracia. Ramos Santana recuerda que el paso a febrero del Carnaval del 77 fue una decisión municipal que desató el enfado “de algún concejal que dimite”. Una curiosidad más de aquella fecha: cuando el Gobierno de Adolfo Suárez decide que se regulen las fiestas de Carnaval, en Cádiz esta noticia se conoce el día de la Final del Falla... Vamos, que nos habíamos adelantado un poquito al Gobierno Central...

Pero, realmente fue el Carnaval de 1979, como señala Domingo Acedo, cuando, primero, las agrupaciones familiares al calor, sobre todo, del espacio de convivencia que supusieron las peñas, deciden salir a la calle a formar cachondeo. Así, son muchas las familias que organizan su propia agrupación alejadas del Concurso Oficial; eso sí, en ese primer año, ya fuera por resquicios de miedo o precaución, piden su correspondiente permiso, igual que las del COAC.

Eso hizo ‘El Lete con toas sus castas’, de la peña El Lete, (se conserva la solicitud) que está considerada la primera agrupación en salir a la calle junto a ‘El padre Abraham y sus pitufos’. Al poco se apuntaron también coros callejeros, como ‘El autobús de Puntales’ y ‘Jomeini y sus secuaces’ que se decidieron a salir en el Carnaval del 80 (según archivo de Acedo).

Las peñas... El PSOE, recuerda Ramos Santana, decide potenciar las peñas que toman un protagonismo enorme a partir de ese Carnaval del 79. Un handicap, nadie organiza nada sin pedir una subvención, con lo que se podría pensar que, realmente, se sigue condicionando la celebración festiva en la calle. Ya dijimos, Carnaval financiado, Carnaval moldeado...

Pero al margen de las programaciones de peñas que se van integrando en la programación oficial, en el año 82 salen a la calle ‘Los buscaoros’, que es fruto de un cachondeo que se forma en los camerinos del Falla, recuerda El Gómez, que aquel año salía con una de las mejores chirigotas de la historia y también culpable de este auge de la calle, ‘Los Cruzados Mágicos’. De ese cachondeo, “y de unos cuantos cuplés maravillosos que les hace Emilio Rosado”, unos pocos miembros del que fue su coro (Los Dedócratas) deciden salir a la calle ese mismo año. “Yo vi que se lo pasaron tan bien que me di cuenta que nosotros estábamos haciendo el canelo y cogimos los que íbamos juntos todo el año con las parejas y eso y empezamos a sacar esas chirigotas nuestras, ‘Los peliculeros’, ‘Los pellejazos’... Tú sabes, muy mamarracho todo, cantado muy malamente, pero con aquella frescura...”

El Gómez pinta una calle con gente que parecía “de León”. “Al principio le cantábamos a los maniquís de los escaparates porque la gente no estaba acostumbrada a que se cantara en la calle. Si veían a una agrupación era porque iban de cantar de un restaurante a otro, pero la cosa fue cuajando y explotó –datos de Acedo: de unas 15 o 20 callejeras en el 84, se dobla el número en el 85, unas 150 salen hoy día– aunque también gracias a todas esas charangas familiares pero eso tenía los días contados porque es difícil arrastrar con tanta gente... De todas formas, te digo, si al principio la gente se extrañaba, al nada ya nos habíamos quedado sin público de Cádiz porque gustó tanto que los que nos veían sacaban al año siguiente su propia chirigota, ya eran competidores”, ríe.

Y es que la calle cobraba vida con aquellas agrupaciones con caja y bombo (“sí, sí, yo tocaba el bombo, bueno, lo aporreaba, que es otro verbo”, dice) que se metían en la plaza a cantar entre coro y coro, en El Merodio, para culminar en la escalerilla de Correos. “Ese era nuestro recorrido. Es como todo, cada uno ya se hizo la cosa a su propio estilo y a su propia manera pero es verdad que nuestro formato era muy goloso porque era muy asequible, sólo hacíamos el mamarracho, sólo era echarle cara, tener ganas de reírnos tú y yo, no engañábamos a nadie... Es que mira al Carnaval le ha pasado como a la bollería, un envoltorio muy bonito, muy bien presentado, pero lo comes y... no tiene sabor”.

¿Y este Carnaval, Gómez, este febrero? “Pues mira sólo te puedo decir que Paco Mesa y yo vamos a salir con un romancero, ‘Los free tour gaditanos’... Lo demás, pues ya veremos qué pasa...”.

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