"Si algo muestran los diarios de Folbigg es que era una buena madre"
carola garcía de vinuesa | genetista
La científica gaditana ha coordinado un equipo que aporta pruebas de la inocencia de la considerada mayor asesina de Australia
Ha sido elegida miembro de la Royal Society de Londres, donde reside actualmente, investigando sobre bacterias y sistema inmune
La biografía de Carola García de Vinuesa, como la de tantos científicos, está llena de maletas. De probetas y maletas. Su hermana y ella nacieron en Cádiz, adonde destinaron a su padre, funcionario de Hacienda, pero unos meses más tarde la familia terminó mudándose a Estados Unidos. Fue justo tras la muerte de su progenitor cuando decidieron recuperar el vínculo gaditano, comprando una casa en Roche: allí, en la casa de la abuela, es donde han veraneado Carola y sus dos hijas todos los años, menos el de la pandemia. Volando desde Australia, que es donde ha estado durante más de veinte años su hogar familiar: “Para mis hijas, que ya tienen 14 y 16 años y son australianas, pensar en un vínculo es pensar en Cádiz: aquí están parte de sus recuerdos más bonitos, y donde se sienten más queridas. Me encanta Australia, hemos crecido allí, pero creo firmemente en la familia extendida. De hecho, ayer una de ellas me decía con preocupación si alguna vez íbamos a dejar de venir”, cuenta García de Vinuesa.
Las dos adolescentes y su madre viven ahora en Londres, adonde la científica ha llegado como parte del Instituto Francis Crick. Instituto Francis Crick.La científica ha sido elegida también miembro de la Royal Society, Royal Society,una distinción ilusionante, sobre todo, por lo que tiene de pica en Flandes, “ya que hay pocas mujeres”, afirma.
Carola García de Vinuesa (Cádiz, 1969) es una autoridad en el estudio de los factores genéticos y las enfermedades autoinmunes. Ella y su equipo descubrieron recientemente, por ejemplo, que “el mismo gen que cuando presenta una escasa actividad puede causar infecciones severas de covid; con demasiada actividad, puede provocar lupus”.
Asegura que, como a tantas personas, a formarse como médico la llevó el idealismo. Y de hecho sus primeras experiencias fueron en destinos como India y Ghana, envueltas en iniciativas de acción humanitaria: “Fueron ambas experiencias muy bonitas, donde aprendías muchos de los locales, pero ya ahí empecé a pensar que lo mismo una residencia en medicina me interesaba menos que tratar de entender cómo funcionaban las enfermedades, cómo se podían predecir para mitigar todo aquello”, explica. La intuición se confirmó poco después, haciendo prácticas en Reino Unido, donde terminaba “estresada y exhausta”: “Pensé que probar a hacer un doctorado a mí me iba a ir más como persona”, indica, y así fue como terminó especializándose en inmunología en la Universidad de Birmingham.
La revolución en su campo, el estudio del genoma humano, tuvo lugar unos años después, cuando ya se encontraba en Australia y “empezaron a desarrollarse lo que llamamos técnicas de secuenciación de nueva generación. Estudiar una secuencia entera de un genoma humano podía asumirse en tres días, en vez de ser un proyecto de quince años que te llevara una millonada”, explica. Cuando llegó este salto, la comunidad científica ya llevaba años buscando a los agentes responsables de las enfermedades autoinmunes: “Hoy día, podemos diagnosticar la mitad de las enfermedades de origen genético analizando la de la parte del genoma que codifica proteínas”.
Cuando, hace unos años, un conocido la llamo para hablarle del caso Kathleen Folbigg, el tema le le sonaba sólo por encima: todo había ocurrido en Nueva Gales del Sur, mientras que García de Vinuesa vivía por entonces en Canberra.
Eso fue exactamente lo que ocurrió. Kathleen Folbigg fue juzgada como la mayor asesina de la historia de Australia. Una Medea terrible que había terminado con las vidas de sus cuatro hijos, todos bebés que oscilaban entre los 19 días y los 18 meses en el momento de su muerte. Durante el juicio, repitió que ella amaba a sus hijos y que era incapaz de comprender por qué se habían muerto. En su contra jugaban los escritos de su diario –que hablaban de una mujer deprimida y superada por un escenario pesadillesco que se extendió durante una década–, proporcionados por su entonces marido. Folbigg fue condenada a treinta años en una celda de máxima seguridad. Cuatro niños muertos no podían ser casualidad.
“Los forenses patólogos nunca se quedaron contentos con las concusiones –apunta Carola García de Vinuesa–. Y un abogado, intrigado por el caso, se puso en contacto para ver si tenía sentido buscar una causa genética”.
Al ver los informes, lo primero que le llamó la atención a la investigadora fue el hecho de que todos los niños tenían alguna dolencia: uno de ellos padecía de laringomalacia, “laringe flácida –indica la especialista–, que dificulta y puede llegar a impedir la respiración”; el segundo presentaba un cuadro grave de epilepsia con ceguera, y murió durante un ataque; una de las dos niñas tenía una infección respiratoria y, a la otra, se le detectó una miocarditis: “Para mí, fue esta última muerte la que levantó más sospecha en la causa, ya que el informe establecía dudas sobre si la causa de la muerte de la niña era típica de cardiopatía”.
El caso guardaba una similitud aterradora con otro en el que el equipo de García de Vinuesa había trabajado. Tres hermanos en Macedonia habían fallecido también con tan solo unos meses de edad, y un cuarto se hallaba gravemente enfermo. Consultaron a los especialistas por si existía una probabilidad de que el culpable fuera una enfermedad autoinmune, probablemente cardiovascular. Y, efectivamente, analizando los genomas, encontraron que todas estas muertes tenían una causa genética que podía arrojar algo de luz sobre el Síndrome de Muerte Súbita en Lactantes. La solución del cuarto niño pasaba por un transplante de médula, que la familia tuvo que solicitar en Turquía. El día antes del transplante, el pequeño murió.
El equipo de García de Vinuesa encontró una mutación, que afecta a un gen denominado CALM2 (que codifica una proteína llamada calmodulina), tanto en Kathleen Folbigg como en sus hijas. La mutación causa una arritmia latente que puede desencadenar una parada cardiaca y muerte súbita en cualquier momento, sobre todo en presencia de un estresor del organismo –fiebre, una infección–. “En 2019, con todo lo que teníamos, dos expertos mundiales en este tipo de patología, en Milán y Dinamarca, aun a falta del informe de laboratorio, determinaron que esta era la causa probable de muerte. Pero el juez dio prioridad a los escritos de Folbigg, que señalaban estado depresivo, y al informe de expertos de Nueva Gales del Sur, que establecían dudas sobre si la causa de la muerte de la última niña era típica de muerte por mutaciones en calmodulina (o calmodulinopatia).
Un año más tarde, en 2020, los resultados de la investigación, coordinada por Carola García de Vinuesa y liderada por el danés Michael Toft Overgaard, se publicaron en la revista Europace. En este articulo, un equipo de veintisiete científicos de distintos países afirmaban que la mutación en CALM2 era la causa mas probable de la muerte de las niñas y, el año pasado, cerca de un centenar de científicos –dos premios Nobel incluidos–, respaldados por la Academia de Ciencia de Australia, pidieron el indulto inmediato de Kathleen Folbigg, a la luz de estos descubrimientos, a la gobernadora de Nueva Gales del Sur (Australia), Margaret Beazley. Hasta ahora, Folbigg, sin embargo, sigue en prisión: la apelación no consiguió liberarla, aunque ya no se encuentra en una celda de máxima seguridad.
Para Carola García de Vinuesa, toda esta maraña es una prueba contundente de las limitaciones del sistema legal: “Al menos en el sistema judicial del que estamos hablando, el australiano, debería establecerse con claridad quiénes tienen las competencias, quiénes son los verdaderos expertos en un tema –desarrolla–. Cuando entran en juego parámetros científicos, ha de entrar en juego también un escrutinio muy estricto con auténticos especialistas. Para mí, en este caso, es la Academia Australiana de la Ciencia la que debería decidir cómo supervisar un caso y a quién se debe llamar”.
Diez años y cuatro hijos que no llegan a soplar dos velas. Todo un país pensando que eres una asesina múltiple. Veinte años –por ahora, de una condena de treinta– en una celda de alta seguridad, sin apenas contacto con el exterior .”La celda de seguridad era para evitar agresiones”, cuenta García de Vinuesa, que recuerda que desde que su equipo hizo públicas las conclusiones han pasado ya tres años, “en los que Folbigg hubiera podido estar libre”: “La prueba fundamental frente a nuestra conclusión, que es una conclusión científica, revisada por pares y con el apoyo de los pocos expertos mundiales que se encuentran en esta tipología, son los diarios de Folbigg: en ellos, yo sólo veo a una mujer agobiada por la maternidad, y por el temor a que sus hijos mueran, porque recordemos que era esto lo que ocurría. Sus escritos lo que reflejan, según psiquiatras expertos, es que era una buena madre”.
Carola García de Vinuesa se emociona al recordar una conversación reciente con la propia Kathleen Folbigg, “en la que nos agradecía que le hubiéramos devuelto su dignidad. Para ella, lo más maravilloso que le había pasado en los últimos años era haber recibido una tarjeta del resto de presas pidiéndole perdón, y su posterior inclusión en el régimen convencional. Me miran y me tratan de otra manera, decía. O contaba que había hecho su primer asado en años, o que había cortado un filete con un cuchillo. No sé qué he hecho, contaba, para que científicos tan prestigiosos se fijen en mi caso”.
Hay una cuestión que martillea en cuanto uno conoce el drama de Kathleen Folbigg: ¿cómo se recupera alguien de algo tan terrible? “Pues me alegro de que preguntes eso, porque muchas veces veía que para colmo el foco se ponía en cómo asumiría ahora todo esto el padre de sus hijos –indica–. Los psicólogos dicen que tendrá que hacer que nunca se va a recuperar realmente”.
García de Vinuesa subraya el ensañamiento al que sometió a Kathleen Folbigg la prensa de la época, mientras que la actual, en el país de origen de la víctima, guarda un sospechoso silencio:”Por eso no me canso de hablar al respecto, porque sé que un arma muy importante es el eco internacional”.
Tras un año de adaptación en su nuevo destino, un mundo de por medio, Carola García de Vinuesa se encuentra feliz en Londres. “La vida son ciclos”, asume, sintiendo que aún no ha completado su “ciclo español”: “El otro día, paseando, le comentaba a mi madre que lo propio sería tener una casa aquí –comenta–. Pero cuando mis hijas sean un poco mayores, y si alguien considerara que aún puedo aportar, yo estaría encantada de contribuir”.
La financiación de la que dispone el Instituto Crick, admite, “no es comparable a nada, están dentro de la vanguardia científica”, y ahora mismo García de Vinuesa se dedica a estudiar el delicado balance entre enfermedades infecciosas y autoinmunes.
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