Libro historia urbana

Juan José Jiménez Mata: "En el Cádiz del XIX se transformó y mejoró lo existente"

  • Pilar Ruiz y Juan José Jiménez Mata publican la segunda parte de la ‘Historia Urbana de Cádiz’, que esta tarde presentan en el Colegio de Arquitectos

Juan José Jiménez Mata y Pilar Ruiz posan en el Colegio de Arquitectos con su libro.

Juan José Jiménez Mata y Pilar Ruiz posan en el Colegio de Arquitectos con su libro. / Lourdes de Vicente

Si en el siglo XVII -de 1650 a 1750- Cádiz vivió su siglo de oro y se moldeó como la bella ciudad que es hoy, el siglo XIX, el de la hecatombe del cambio de siglo, fue el periodo en el que nuestros barrios y privilegiado caserío terminaron de tomar forma, “pues se transformó y se mejoró todo lo existente”.

Así lo narran el arquitecto Juan José Jiménez Mata y la historiadora Pilar Ruiz en la obra que en estos días llegará a las librerías y que hoy se presenta en la sede del Colegio de Arquitectos de Cádiz, la segunda parte de Historia Urbana de Cádiz II. Permanencia y transformación a partir de 1.800.

Juntos recorren junto a Diario de Cádiz los mayores hitos de esta evolución urbana y también arquitectónica, “una reforma que en esta ciudad se hace con más intensidad que en el resto de España, sobre todo a partir de las desamortizaciones”.

El experimentado arquitecto pasa las páginas de este manual salpicado de una innumerable y valiosa documentación gráfica y escrita, fruto de una ardua labor de investigación que les ha tomado estos tres últimos años, pero que se remonta a la tesis que firmó Pilar en los años 90, allá cuando se iba a rastrear todos los archivos gaditanos, como el del Gobierno Militar, que “parece que está en los sótanos de Capitanía General en Sevilla y es una pena porque tiene toda la información de la Junta de Fortificaciones”, dicen.

Desde aquella tesis mucho ha llovido, además de publicarse la primera parte de este manual, aunque el estudio documental de cara al actual ha sido bien distinto “pues fundamentalmente procede de las Actas Capitulares y los Archivos de Protocolo”, explica la historiadora.

Buceando en las cajas y pilas de papeles de estos fondos, así como en publicaciones y recortes de prensa han localizado imágenes inéditas de la ciudad, planos de decenas de proyectos que no vieron la luz, de numerosos edificios que se proyectaron de otra manera, fotografías y bellas ilustraciones que nos cuentan el origen de lo que hoy somos como ciudad. En muchos de estos planos se ve las exquisitas maneras de señalar en negro el estado del edificio y en rojo la reforma por hacer, “pues en Cádiz de finales del XVIII había muchas casas barrocas notables, pero el caserío era muy malo y desordenado y fue cuando empezó el cambio”.

Primero con la ordenación neoclásica, narran, “con un control exhaustivo de Alvisu y Torcuato Benjumeda y los arquitectos de la Academia”, y luego llegan “los que denominamos los nuevos arquitectos, en la época en la que surge la Escuela , con arquitectos y maestros de obras muy interesantes, que hacen un neoclásico tardío y empiezan a decorar fachadas”. De hecho, cuentan con un apartado propio.

Así, esta transformación producida en aquella alternancia de periodos absolutistas y liberales tuvo mayor empuje en las épocas liberales, y especialmente tuvieron mucho que ver “las desamortizaciones, que por cierto costaron muchas conversaciones con el Obispado y mucho dinero al Ayuntamiento”. Un apartado en el que adoptó un gran protagonismo la exclaustración de los conventos, que eran bastantes y que ocupan prácticamente un capítulo cada uno, en los que cuentan “cómo repercutió en el urbanismo de la ciudad”.

Se introduce por ejemplo una de las iniciativas estrella, la del mercado, “que se transforma mediante una operación neoclásica ilustrada”, de modo que en lo que era la huerta del convento de los Descalzos se colocó el mercado y se tuvo que regularizar una zona de viviendas nuevas”. Así, el libro ilustra lo que ocupaba el convento, el proyecto del mercado de Juan Daura, el no realizado de dos plantas de Benjumeda, así como un curioso pabellón frente al edificio de Correos, “que por cierto se quiso poner donde el Cine Andalucía para ganar espacio a la plaza de las Flores, pero no se consiguió”.

Otro proceso complicado fue el del Convento de San Francisco, en una época en la que el Ayuntamiento se situaba en la Casa Pinillos y ante “el que se levantaba una valla de cinco metros que cerraba el recinto conventual”. Concretamente costó mucho derribar la capilla de Loreto “pese a que estaba en ruinas, y es donde hoy está la plaza de San Francisco”. En cambio, la plaza de Mina se conformó “relativamente pronto”.

Incluye de este modo en sus páginas la transformación de los barrios a tenor de la caída y transformación de conventos como Santo Domingo, delante del que había un terreno ganado al mar para la llegada del ferrocarril; la apertura de la plaza de la Merced con el derribo de su convento, “donde incluso se instaló una fábrica de gas”; la historia del convento de San Agustín, la transformación de Capuchinos, el derribo del de Candelaria y la apertura de su plaza e incluso la evolución de la plaza de la Reina, en la zona del Corralón. Y del mismo modo se ilustra la reforma de las casas capitulares como la cárcel o el cabildo, la evolución de San Carlos y la nueva plaza de España, el cambio de Santa María y la Merced y una interesante mirada de la reordenación de los bordes de la ciudad, desde la Alameda, pasando por el parque Genovés, la Caleta y todo el Campo del Sur, donde se proyectó una plaza de toros.

Ocupa parte importante los teatros, la expansión de Puerta Tierra, los municipios de la Bahía, el borde portuario y el ferrocarril y las ordenanzas que marcaron el rumbo a seguir. Porque, “como decía Moneo, la arquitectura es la continua transformación de lo existente”. Y de eso se hizo mucho en el Cádiz del XIX.

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