EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

Honra, barcos y malos políticos

  • Posición de fuerza. Se cumplen 150 años de la Guerra del Pacífico, cuando una flota española dirigida por Casto Méndez Núñez fue ordenada a bombardear Valparaíso (Chile) y El Callao (Perú)

SE han cumplido recientemente 150 años de la llamada Guerra del Pacífico, consistente básicamente en el cañoneo de las plazas de Valparaíso (Chile) y El Callao (Perú) por buques de la escuadra del contralmirante Casto Méndez Núñez, que la historia ha sintetizado en una frase: "Más vale honra sin barcos que barcos sin honra", locución no siempre entendida en su justo contexto.

Todo empezó en Cádiz, en agosto de 1862, con la salida de una expedición naval diplomático-científica compuesta por las fragatas de madera y propulsión mixta Resolución y Nuestra Señora del Triunfo, al mando del almirante Luis Hernández Pinzón. En Buenos Aires se unieron a la escuadra la corbeta Vencedora y la goleta Covadonga y tras un dificultoso paso por el cabo de Hornos, la escuadra fondeó finalmente en El Callao en octubre de 1863; allí Pinzón supo del incidente en el pequeño puerto de Talambo entre un hacendado local y un trabajador español del que resultó muerto este último.

Para entonces Perú contaba con más de 40 años de independencia. Las relaciones con España eran tensas y podían inflamarse con cualquier asunto menor mal conducido, y como el almirante Pinzón conocía su oficio presentó una reclamación que se hubiera resuelto con una indemnización, sin embargo el asunto llegó a oídos del diputado Eusebio Salazar que viajaba por los EE.UU., y que de regreso a España consiguió el nombramiento de comisario especial para Perú con la misión apaciguadora de "hacer uso de la mejor inteligencia para conseguir la paz y la justa reparación del altercado…".

En Lima el ministro de Exteriores de Perú se negó a recibirlo en su condición de comisario y para lavar la afrenta el diputado se dirigió a las islas Chincha, donde se encontraba fondeada la escuadra de Pinzón, al que mostró su nombramiento, pero no el carácter pacífico de su misión. El almirante entonces se dirigió al gobierno peruano con un ultimátum, ocupando las islas Chincha mientras se resolvía la cuestión.

Encendida la hoguera, Salazar se quitó de en medio y Pinzón encontró sus órdenes, dando nota a Madrid del ultimátum al gobierno peruano que España se apresuró a desautorizar. Pero el fuego había prendido y la indignación se había extendido entre los peruanos. Chile se solidarizó con Perú y el gobierno de España decidió negociar desde una posición de fuerza, enviando tres nuevas fragatas al mando del almirante Pareja en relevo de Pinzón. La negociación dio luz al acuerdo Vivanco-Pareja que determinaba indemnizaciones y devolvía la soberanía de las islas Chicha. Pero unos días después de la firma, unos marineros fueron atacados, produciéndose una pelea multitudinaria en la que resultaron muertos un cabo español y varios civiles peruanos, y el asunto hubiera sido más grave de no buscar refugio los españoles en la embajada de Francia.

La indignación de los peruanos con los españoles y con su propio gobierno era tal, que el 28 de febrero de 1865 el general Canseco se sublevó, dando origen a una guerra civil. El acuerdo Vivanco-Pareja era papel mojado y en vista del cariz que tomaban los acontecimientos, España reforzó el contingente naval con la poderosa fragata blindada Numancia, al mando del almirante Casto Méndez Núñez. A la llegada a Perú, Pareja decidió dejar la Numancia en El Callao y marchó a Valparaíso con la Villa de Madrid, fragata de madera con gran poder artillero. En Chile, Pareja exigió un acto de desagravio por los gritos proferidos en contra de España y como el gobierno chileno se negara a aceptar ningún tipo de imposición, dispuso el bloqueo de la costa chilena. Como quiera que para entonces Canseco se había impuesto en la guerra civil en Perú, los chilenos se envalentonaron y la corbeta Esmeralda abrió fuego sobre la goleta Covadonga causando algunas bajas entre su dotación. Abrumado por el fracaso de sus disposiciones el almirante Pareja se suicidó, quedando la expedición al mando de Méndez Núñez que como primera medida decidió reunir a la escuadra al norte de Valparaíso a la espera de órdenes concretas.

Y las órdenes llegaron de Madrid. Concretas y desproporcionadas: "…caso de no fructificar las negociaciones diplomáticas, deberá destruir o capturar las flotas peruana y chilena y, en el caso de no conseguirlo, bombardear los puertos de Valparaíso y El Callao…".

Como era de esperar la diplomacia no sólo no condujo a ninguna parte, sino que Bolivia y Ecuador se sumaron a la causa declarándose también enemigos de España. Siguiendo el guion de sus órdenes, Méndez Núñez se dispuso a destruir las flotas enemigas que se habían unido y guarecido en Abtao, en el sur de Chile, pero dado lo intrínseco del apostadero y a pesar del bombardeo, la captura de la flota enemiga fue imposible, por lo que tocaba ejecutar los bombardeos ordenados, una acción que a Méndez Núñez le parecía tan desmedida que pidió a Madrid su reconsideración: "… el mundo civilizado reprobará nuestra conducta…". Como quiera que desde Madrid se insistiera, Méndez Núñez seleccionó los objetivos en Valparaíso entre los almacenes del muelle, dando tiempo a los habitantes de la ciudad para que la abandonaran, por lo que después de cerca de tres horas de bombardeo el 31 de marzo de 1866, únicamente hubo que lamentar la pérdida de dos vidas humanas.

El Callao estaba mejor defendido, y el 2 de mayo, embutido en su uniforme de gala, el almirante dirigió el tiro desde el puente de mando de la Numancia, renunciando a ocupar el puesto blindado reservado a tal efecto, por lo que fue objeto del fuego enemigo, recibiendo ocho fragmentos de metralla que le hicieron perder el conocimiento cuando el bombardeo ya había causado 41 muertos.

Tal vez lo mejor de esta historia sea la meritoria circunnavegación del globo que hizo la Numancia para regresar a la patria y el hecho de que las escuadras inglesa y norteamericana no se hubieran aliado contra España, lo que sin duda hubiera hecho buenas las palabras que don Casto Méndez Núñez dirigió valientemente al gobierno de la nación: "Si por desgracia no consiguiese una paz honrosa para España, cumpliré las órdenes destruyendo Valparaíso, aunque para ello sea necesario combatir antes con las escuadras inglesa y norteamericana hasta el hundimiento de mis barcos antes que verlos volver a España deshonrados, cumpliendo así lo que el gobierno desea, esto es, primero honra sin Marina, que Marina sin honra".

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