Cádiz

División de opiniones

  • El debate entre aficionados a la tauromaquia y antitaurinos no es asunto exclusivo de nuestro tiempo. La discusión sobre lo que ocurre en el ruedo viene de lejos.

Desde Ernest Hemingway, San Fermín se ha convertido en una “marca España” que nos coloca brevemente en el mapa internacional. Los encierros son la más famosa manifestación de la relación de este país con el toro, un animal que podría ser nuestra bestia totémica y que nos da la piel y el nombre. Tal vez por eso, desde tiempo inmemorial, ha surgida esa necesidad de humillarle la testuz. 

Hay toros de agua, toros de fuego y el verano es la estación de sangre y arena. Este año, muy probablemente, se dejará de lancear al Toro de la Vega (aunque la sentencia que prohíbe su muerte apunta que puede seguir celebrándose “desde la tradición”) pero la existencia de pro y antitaurinos no es un invento moderno. Ya Lope lloraba al toro. Muy al contrario de lo que se pudiera pensar, artistas e intelectuales no han defendido por definición la llamada fiesta nacional, aunque sus defensores hayan encontrado, tradicionalmente, mucho mayor eco. 

Lope de Vega

Escritor

El Fénix de los Ingenios dejó escrito un poema donde se intuye su posición sobre la fiesta nacional. En sus palabras las corridas de toros son...:

 “¡Fiesta mortal! A tu inventor primero /maldiga el cielo con su mano eterna/ Mala, con toro manso; buena, fiero que mata, /Hiere, pisa y desgobierna./ La fiesta es ver morir bárbaro y fiero/ Contra la condición humana y tierna, /Los que no os hacen mal, ni mal os quieren./ ¡Bárbaros españoles, inhumanos! /Más crueles que idólatras y escitas, /Que entre la religión de los cristianos, /Leyes fieras tenéis con sangre escritas./ ¡Volved los ojos, si lo son de humanos, /con lágrimas y voces infinitas, /a aquesta imagen de dolor y miedo /del mísero don Diego de Toledo”. Clarito, ¿no?

Federico García Lorca

Escritor

El granadino universal, aquel que citaba al hombre con la muerte en el ruedo a las cinco de la tarde, se inspiró, e inspiró a otros creadores, en el espectáculo del albero. Aunque podemos reproducir infinidad de extractos de sus poemas donde mira con ojos bondadosos la tauromaquía, optamos por hacernos eco de los argumentos que utilizó para su defensa:  

“El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. 

Miguel de Unamuno

Escritor

“No me cabe duda –aseguraba don Miguel–de que nada hay más sutilmente reaccionario que mantener la afición. Mientras la gente discute la última estocada del Pavito o su escapatoria con la cupletista Carmen o Conchita, no habla de otras cosas, y es muy conveniente hacer que el público tenga hipotecadas su atención y su inteligencia en variedades de esas”. Con estas palabras, el autor de Niebla se situaba del lado  de aquellos intelectuales a los que les desagraban las corridas de toros. Sin embargo, y como recuerdan no pocos defensores de la fiesta, las razones de Unamuno para rechazar la tauromaquia no se cimentaban en una sensibilidad animalista sino que al salmantino le repelía la fiesta nacional como elemento narcotizante de la sociedad. Así, también dejó escrito:  

“Nunca he resistido –decía– una corrida pero resisto menos aún una conversación sobre toros. Me explico que haya quien goce con las emociones de una corrida de toros y busque en la plaza un drama vivo sin engañifas; pero lo que no me explico es que haya quien se pase días y días comentando una suerte de toreo o los méritos de tal matador comparados con los de tal otro”. 

José Ortega y Gasset

Filósofo

 

El mundo del toro tuvo una presencia constante en la vida de Ortega y Gasset  e, incluso, en su labor intelectual. Así, ya en su infancia, el pensador quiso elaborar su primer trabajo sobre la tauromaquia, asunto nada extraño ya que su padre fue crítico de toros y apoderado de toreros. 

Organizó festejos benéficos con el pintor Zuloaga, acudió a plazas y, a veces, a capeas en las que pudo dar algunos lances, además de cultivar una gran amistad con diestros como Belmonte y Domingo Ortega.

Podríamos seguir enumerando diferentes pruebas de su relación y su pasión por la tauromaquia aunque en sus propias palabras Ortega y Gasset resume su propio sentir a la perfección: “La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda”.

Mariano José de Larra

Escritor

Corridas de toros. Así se titula el artículo que deberían leer –todo lo que salió de su pluma debe ser de obligada lectura– de Mariano José de Larra.  La pieza, publicada en El Duende Satírico el 31 de mayo de 1828, está rematada por el cuentecillo El toreador nuevo de, nada más y nada menos, Pedro Calderón de la Barca. Háganse con el artículo, está disponible en la biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, nada en él es gratuito, comparta o no su opinión. Les dejamos un extracto: 

“Pero si bien los toros han perdido su primitiva nobleza; si bien antes eran una prueba del valor español, y ahora sólo lo son de la barbarie y ferocidad, también han enriquecido considerablemente estas fiestas una porción de medios que se han añadido para hacer sufrir más al animal y a los espectadores racionales: el uso de perros, que no tienen más crimen para morir que el ser más débiles que el toro y que su bárbaro dueño; el de los caballos, que no tienen más culpa que el ser fieles hasta expirar, guardando al jinete aunque lleven las entrañas entre las herraduras; el uso de banderillas sencillas y de fuego, y aun la saludable costumbre de arrojar el bien intencionado pueblo a la arena los desechos de sus meriendas, acaban de hacer de los toros la diversión más inocente y más amena que puede haber tenido jamás pueblo alguno civilizado”.

Ernest Hemingway

Escritor

 

“Es moral lo que hace que uno se sienta bien, inmoral lo que hace que uno se sienta mal. Juzgadas según estos criterios morales que no trato de defender, las corridas de toros son muy morales para mí”. El autor de Un verano sangriento, Fiesta y Muerte en la tarde sentía una atracción devota por todo lo que acontencía dentro y alrededor de un ruedo. “El cielo sería para mí una plaza de toros con dos entradas vitalicias y un río de truchas al lado”, dijo en una ocasión Ernest Hemingway, que además cultivó una gran amistad con diestros como Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez. 

Chaves Nogales

Periodista

 

El gran cronista sevillano escribió la que quizá la mejor biografía taurina hasta la fecha y una inmerojarable, tierna y brutal, radiografía de la época en Juan Belmonte, matador de toros, publicada en una reciente edición por Libros del Asteroide. Este fue, según las propias palabras del torero, el primer contacto con la tauromaquia del niño Juan Belmomente: “Aquella tarde de domingo, la familia de Juan ha alquilado un coche para dar un paseo por las ventas de los alrededores. Al niño le suben al pescante, junto al cochero. ‘Mira, Juan, mira el caballito’, le dicen para excitar su atención. ‘¡Arre, caballito, arre!’. El niño está contento y palmotea de júbilo. Va cayendo lenta mente aquella tarde serena y gozosa de domingo. Vuelve el coche despacito a la calle de la Feria, y el niño va todavía en el pescante contemplando el panorama del mundo con sus ojos azules muy abiertos. Al detenerse el coche junto a la puerta de la casa, un amigo se acerca presuroso: ‘¿No sabéis? —dice—. Un toro ha dado una cornada al Espartero y lo ha matado’. Gran sensación. Todos se tiran precipitadamente del coche para inquirir detalles. El niño se queda solo en lo alto del pescante, y al verse allí abandonado se formula la primera interrogación de su vida. ¿Qué ha pasado? ‘Un toro ha matado al Espartero’. ‘Un toro ha matado al Espartero’, oye repetir. Y no lo entiende. Sabe sólo que le han dejado allí en lo alto del pescante con aquel caballito cansado, que agita lentamente la cola y de tiempo en tiempo hiere el empe drado con el hierro de su pezuña”. 

Jorge Luis Borges

Escritor

 

El escritor argentino escribió el el relato antitaurino más famoso de la literatura, sin que tenga que ver con toreros, corridas y, ni siquiera, toros. La condición de defensor de los toros de Borges no le impidió, sin embargo, reconocer la calidad literario de los cuentos taurinos que Fernando Quiñones reunió en La gran temporada y con los que ganó, en 1961, el Premio de La Nación de Buenos Aires. Fragmento de La casa de Asterión: “Claro que no me faltan distacciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suel, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa”. 

Rafael Alberti

Escritor

 

Rafael Alberti tampoco escapó a la fascinación que el mundo del toro despertó en muchos de los intelectuales de su generación. Incluso, el poeta portuense fue torero por un día, exactamente el 14 de julio de 1927, cuando se vistió de luces e hizo el paseíllo en la cuadrilla de Sánchez Mejías (aquel que llorara Lorca) en la plaza de Pontevedra. No se puso delante del toro pero el escritor narró la experiencia en muchas ocasiones donde recordaba que “con cierto encogimiento de ombligo desfilé por el ruedo, entre sones de pasodobles y ecos de clarines”.

Esta pasión personal también influyó en su obra y son numerosas ls poesías taurinas que escribió el gaditano. Durante su exilio en América asistió a todas las corridas que pudo y tuvo una gran amistad con Luis Miguel Dominguín al que en Venezuela le escribió: 

“Vuelvo a los toros por ti, /yo, Rafael./ Por ti, al ruedo/ ¡Ay con más años que miedo¡/ Luis Miguel./ ¡Oh, gran torero de España¡, /¡Que cartel¡/ que imposible y gran corrida,/ la más grande de tu vida,/ te propongo, Luis Miguel./ tú, el único matador,/ rosa picassiano y oro;/ Pablo Ruiz Picasso, el toro,/ y yo, el picador”.

José Vargas Ponce

Escritor

 

Si Alberti estaba absolutamente rendido al magnetismo de la fiesta nacional, como un siglo antes otro gaditano, José Vargas Ponce (1760-1821) se erigía como el más firme detractor de los ilustrados con su obra Disertación sobre las corridas de toros. “La presente, pues, tendrá por objeto y única materia las corridas de toros que se daban en España porque son frecuentes las equivocaciones acerca de su origen y multiplicados y graves efectos, como ellas lo eran por nuestra desgracia; y de ponerlas en su verdadera luz me persuado que, haciendo algo por nuestra ilustración y desengaño, abogo la causa de la Humanidad”, escribía el Capitán de fragata, miembro y director de la Real Academia de la Historia que opinaba que la celebración de corridas de toros no producía otra cosa que “una juventud atolondrada, falta de educación como de luces y experiencias, los preocupados que la encarecieron sin hacer uso de la facultad de pensar, los viciosos por hábito, hambrientos siempre de desórdenes y, en una palabra, la hez de todas las jerarquías” (Vargas Ponce, 1807).

De hecho, en su Disertación llega a afirmar que los toros sólo pueden producir “dureza de corazón, destierro de la dulce sensibilidad y formas tan despiadadas y crueles como el que espectáculo que miran”.

Pablo Ruiz Picasso

Pintor

 

“El toro soy yo”, dijo, tajante, en alguna ocasión Pablo Ruiz Picasso. Y no es de extrañar este estrecho vínculo. De niño, el pintor malagueño iba a los toros con su padre. De hecho, el propio artista recuerda que el primer torero que vio fue Carancha, el mismo al que evoca Antonio Machado en aquellos versos (“Este hombre del casino provinciano / que vió a Carancha recibir un día...”). 

Siempre quiso ser picador –también lo reconoció el genio malagueño en incontables ocasiones– y no en vano en su primera obra conocida no dudó en retratar a uno, al igual que en su primer aguafuerte, El Zurdo, mientras que lo primero que vende, ya en París, por cien francos, son tres escenas taurinas.

Su presencia en espectáculos taurinos fue algo habitual durante toda su vida, de hecho, para celebrar su 80 cumpleaños, Luis Miguel Dominguín organizó una corrida en Vallauris en la que toreron él y Domingo Ortega en su honor.

José María Blanco White

Escritor

 

José Blanco White fue un intelectual que protagonizó “una de las trayectorias ideológicas más interesantes del fin del Antiguo Régimen, abandonando la Ilustración por el liberalismo, el catolicismo por el anglicanismo, el español por el inglés y el Guadalquivir por el Támesis”, tal y como escribe Carlos Martínez Shaw en su artículo Blanco White o el antitaurinismo mitigado. El escritor sevillano tenía un profundo conocimiento de la fiesta y sentía admiración por algunos de sus aspectos pero, sin embargo, en sus descripciones  más benévolas con el ambiente dejaba siempre caer la nota oscura, negativa, de la brutalidad del espectáculo. “Para gozar con el espectáculo que acabo de describir (una corrida) se necesita tener los sentimientos muy pervertidos”, dejó escrito en la cuarta de las Cartas de España. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios