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Coronavirus | Cádiz

Un alquiler “inviable” cerró Casa Sobrina

  • Algunos hosteleros, como Jesús Loaiza, se han visto obligados a echar la baraja de un establecimiento para salvar el resto

  • Otros han optado por hacerlo solo temporalmente, "hasta que pase este tsunami"

Escaparate del freidor de Casa Sobrina en la Calle Nueva, cerrada permanentemente.

Escaparate del freidor de Casa Sobrina en la Calle Nueva, cerrada permanentemente. / Julio González

Cuando Jesús Loaiza abrió Casa Sobrina en julio de 2019 no podía imaginar que tan solo un año y medio después se vería abocado a cerrarlo por una causa tan poderosa como una pandemia, pero tampoco por la negativa de la propiedad del local a rebajarle el alquiler. La acogedora casa de comidas se inauguró en plena expansión de un nuevo grupo de hostelería que había nacido a partir del éxito del Charlotte de la playa de Santa María del Mar. Antes había inaugurado el Bongó, en la Plaza de la Catedral, y otra sucursal de Charlotte en Jerez.

“Me he visto obligado a cerrar un negocio que estaba facturando muy bien hasta que llegó el confinamiento”, relata Jesús. “Cuando reabrimos, las restricciones fueron haciendo inviable un local en el que el negocio se basaba en un gran comedor. Los clientes ya no querían sentarse en el interior. Y yo estaba pagando de alquiler 5.445 euros, iva incluido. Intenté negociar con el propietario una rebaja, pero no me descontó ni un solo céntimo. Me acogí a la moratoria que sacó el Gobierno al principio, pero tampoco fue de ayuda. Tenía contrato hasta septiembre de 2021 y la obligación de un preaviso de tres meses. Es lo único que me ha perdonado. Es una renta completamente inviable en estos tiempos. Y no es el único local del que dispone el propietario, que tiene una buena cantidad de inmuebles alquilados, todos en lugares muy privilegiados de la ciudad. Sin embargo, otros arrendadores, como el del Charlotte, sí que están siendo muy comprensivos con la situación que estamos viviendo. Y yo lo agradezco mucho”.

Cuando cerró, en Casa Sobrina trabajaban tres cocineros y cuatro camareros, pero abrió con una plantilla de quince empleados. “También tuvimos problemas con la terraza. El Ayuntamiento sólo me dejó montar seis mesas”, lamenta Jesús. Sus tres establecimientos de Cádiz llegaron a sumar 40 trabajadores. Loaiza mantiene en activo el Charlotte de Santa María del Mar y el Bongó, aunque este último está cerrado temporalmente, a la espera de que mejore la situación. “La esperanza que tenemos todos los hosteleros es que bajen las cifras de contagio, que se vayan levantando las restricciones y podamos ver la luz a partir del verano. Pero está siendo todo muy difícil, sobre todo por el ritmo tan lento al que va la vacunación, por los continuos cambios de normativa y por la falta de apoyo de  todas las administraciones, que no nos están ayudando, cuando en otros países de Europa hace tiempo que pusieron en marcha el rescate del sector. Necesitamos ayudas de verdad, ya. Si no, este año va a ser peor incluso que 2020... Todos nos acogimos a los créditos ICO, pero hay que devolverlos y ninguno nos esperábamos que esto pudiese durar tanto...” Con todo, Jesús Loaiza confía en reabrir pronto el Bongó y recontratar a parte de los trabajadores.

Al igual que Loaiza, Javier Senese, propietario de La Vaca Atada y de La Chancha y los 20, está recibiendo, respecto al alquiler de los dos locales, dos respuestas completamente diferentes, aunque ninguna con el fatal desenlace de Casa Sobrina. Senese ha terminado demandando a la propiedad del primero de los locales, con la que le ha sido imposible cerrar un acuerdo de rebaja de la renta. Sin embargo, agradece la “comprensión y la empatía” que está demostrando la dueña del inmueble de La Chancha. Tienen un contrato por quince años y una opción de compra.

Senese se ha visto obligado a cerrar el restaurante hasta mediados de febrero, además de por las restricciones y la falta de turismo, “por precaución y seguridad para los clientes y los trabajadores ante la manera en la que se está disparando la cifra de contagios. Y no es que sea un lugar peligroso, con todas las medidas preventivas que estamos tomando. Pero estamos viendo que las restricciones horarias y de aforo no están sirviendo, en general, para frenar la pandemia”. Senese también confía en que cuando reabran La Chancha haya mejorado la situación.

Raúl Cueto, uno de los socios de Casa Angelita, en la Calle Nueva, también está negociando una rebaja de la renta del local, pero aún está a la espera de una respuesta. El bar ha cerrado unos días, “hasta que pase todo este tsunami”. “Es muy pequeño, nos estábamos defendiendo con la terraza, pero el tiempo no está acompañando, así que volvemos a la única herramienta que nos queda, que es el erte”, explica. El Bebo Los Vientos abrirá en función del tiempo y permanecen en activo Arsenio Manila y Musalima, este último de miércoles a domingo.

En otros establecimientos, los empresarios están dispuestos a cerrar hasta junio y están negociando con los propietarios de los locales un acuerdo por el que se comprometen a mantenerles el alquiler a cambio de un adelanto de las rentas, más o menos rebajadas. Y es que la mayoría de los arrendadores es consciente de que en estas circunstancias va a resultar muy complicado encontrar un nuevo inquilino.

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