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40 años de ayuntamiento democrático

Cádiz 1979

  • La ciudad que se encontró el primer ayuntamiento democrático, hace 40 años, estaba totalmente destrozada

Carlos Díaz, firmando el acta económica junto al ya exalcalde Emilio Beltrami

Carlos Díaz, firmando el acta económica junto al ya exalcalde Emilio Beltrami / D.C.

El 3 de abril de 1979 Cádiz no existía. No existía como ciudad. Si era, por el contrario, un ente urbano con tres mil años a sus espaldas (porque parece que Cádiz siempre ha sido trimilenaria). Pero no tenía los mimbres adecuados para considerarse una ciudad como, hoy y entonces, la definimos.

Ese 3 de abril de 1979 los gaditanos y gaditanas mayores de edad estaban convocados a las urnas. Se les daba la oportunidad de votar por su gobierno municipal, lo cual ya era un avance de la democracia nacida en 1978, hoy tan denostada por unos cuantos.

No estaba mal eso de votar porque era un derecho que, en el plano local, se les había usurpado a los gaditanos, y a todos los españoles, hacía más de cuarenta años. Así que unos cuantos miles, 64.543 vecinos, fueron a depositar su voto en las urnas, ubicadas en colegios, instalaciones deportivas, dependencias oficiales. Incluso había un centro de votaciones en el cine España, una sala de verano en la barriada España.

Ganó la lista de la UCD, pero los pactos llevaron al poder a una coalición de izquierdas, PSOE, PCE y PSA, encabezada por el socialista Carlos Díaz, que semanas más tarde se convertiría, durante dieciséis años, en el primer alcalde de la nueva democracia.

Ese mes de abril de 1979, Carlos Díaz se encontró que él y sus compañeros iban a gobernar sobre una no-ciudad.

Entraron en el Ayuntamiento, como hoy en San Juan de Dios, y vieron que no tenía una estructura administrativa mínima. Apenas había funcionarios y técnicos, no había apenas agentes de la guardia municipal. No existía tampoco una estructura física que gestionar, ante la ausencia de equipamientos. Ni los más básicos.

La no-ciudad estaba en ruinas. Más del 70% de sus calles y plazas estaban destrozadas. Barrios como La Laguna, Loreto, Puntales... carecían de la más mínima infraestructura en cuestión de saneamiento, por ejemplo. Las calles de Santa María, La Merced, La Viña eran de pura tierra, sin apenas adoquines.

El casco antiguo, con el doble de residentes de los que hoy hay, estaba colapsado en su mayor parte por la infravivienda. Hoy nos lamentamos, con razón, por la presencia de humedades en muchas casas. Ayer era un milagro tener algo que se pudiese llamar casa. Era el chabolismo vertical, como había dicho un alcalde del último franquismo.

Esta pobreza habitacional se trasladaba también a los extramuros de la capital, donde la no-ciudad también soportaba imágenes indignas de una sociedad civilizada. El Cerro del Moro, perseguido desde sus inicios por la pobreza, la droga y la delincuencia, era su mayor ejemplo.

Para llegar al Cerro del Moro, como también a Astilleros, La Paz, Guillén Moreno, Puntales o la Zona Franca, nos topábamos en 1979 con una vía del tren a modo de muro de la vergüenza.

Cuando Carlos Díaz y los suyos llegaron al Ayuntamiento se encontraron con una no-ciudad que adolecía de servicios sanitarios adecuados y cercanos para sus vecinos; una no-ciudad que no tenía pistas deportivas para los más jóvenes (eso sí, entonces había muchos jóvenes en Cádiz). Faltaban también espacios culturales, con el Teatro Falla al borde de la ruina. Y sobre todo, había un persistente maltrato a los colegios públicos, casi ausentes físicamente en el apretado casco antiguo.

Ya puestos, hasta la Catedral estaba cerrada, también amenazando ruina.

Datos de la ciudad Datos de la ciudad

Datos de la ciudad

El Ayuntamiento de esta no-ciudad tenía a su hacienda en estado de quiebra. Llevaba así años, décadas. Cuando el alcalde José León de Carranza (que gobernó entre 1948 y 1969) leía sus discursos de resumen de la gestión anual reconocía la precariedad de las cuentas municipales, que nunca cuadraban. Ello no fue óbice para que fuese la no-ciudad de Cádiz la que financiase la construcción del primer puente sobre la Bahía, ante el desprecio financiero de los gobiernos del general Franco. Una aportación de cientos de millones de pesetas que dejó exhausta a la ya ahogada tesorería municipal. Una herencia envenenada para los munícipes demócratas que llegaron en 1979.

Un puente que, encima, era de pago. Tendremos que esperar hasta 1982 para que fuese una calle más de la ciudad.

Sí tenía Cádiz en 1979, como no podía ser de otra forma, sus tres 'c' con buena salud. El Carnaval recién recuperado, el Cádiz CF (en su viejo estadio pero con 9.000 socios), y las cofradías. Fiestas, entonces, con una más que limitada atracción turística exterior pues aquel año la no-ciudad apenas contaba con 1.130 plazas hoteleras (el Playa y el Parador con bastantes achaques antes de su futura demolición), seis veces menos que hoy, con el empuje de los pisos y apartamentos turísticos.

Lo cierto es que el turismo era muy nuestro. Gente de toda la vida. De ahí la importancia de las casetas de mampostería y de madera de la playa Victoria.

Cierto es que teníamos un astilleros, una fábrica de tabacos, una fábrica aeronáutica, un polígono exterior más o menos ocupado, un puerto con barcos y un comercio tradicional lleno de tiendas de confección, zapaterías y regalos. Pero también lo era que ya empezábamos a notar la crisis económica internacional (el petróleo) y la nacional, que se llevará por delante, al poco tiempo, la mayor parte del tejido industrial, y el empleo, de Cádiz.

Para abrir apetito, este diario inició unos meses antes de las elecciones de abril de 1979 un recorrido por barrios en estado de desastre. En las grandes páginas de tamaño sábana resultaba más dolorosa y vergonzosa las fotografías de todo, absolutamente todo, destrozado. Otra herencia para los nuevos.

Todo esto se encontraron Carlos Díaz y los suyos cuando cruzaron las puertas de San Juan de Dios ya envestidos como concejales y alcalde. Hoy nos puede resultar inimaginable. Haría falta una máquina del tiempo para que pudiésemos asimilar la realidad de la no-ciudad y como este grupo de ciudadanos y ciudadanas que salieron de las urnas comenzaron a arreglar, con el esfuerzo de otros y sin apenas el apoyo de quienes gobernaban más allá de Cortadura.

Por eso hoy, cuarenta años más tarde, sólo merecen nuestro elogio y agradecimiento.

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