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75 años del Nyassa

Ocho días, tres bodas, 742 nombres

  • En enero de 1944, 560 refugiados judíos embarcaban en Cádiz rumbo a Haifa 

  • El pasaje estaba integrado en su mayor parte por jóvenes y menores, entre ellos, cien niños

Nota de la Jewish Telegraphic Agency informando de la llegada del 'Nyassa' a Haifa

Nota de la Jewish Telegraphic Agency informando de la llegada del 'Nyassa' a Haifa / JTA

El Nyassa fue el primer barco civil que atravesó el Mediterráneo en los estertores de la II Guerra Mundial. Llevaba a bordo, rumbo a Haifa, a 742 refugiados judíos. 560, embarcados en Cádiz. De entre ellos, 100 eran niños y un tercio, mujeres. Algunos venían de campos de concentración, como los 42 prisioneros que llegaron de Miranda del Ebro. Entre el listado del pasaje, Marcel Josef Gildret, José Palomo Sagués, Max Gutchein, Alberto Adjiman Galimidi.

A los prisioneros de los campos de exterminio se les quitaba su nombre y se les daba una cifra porque no eran más que eso: unidades. Una de las principales labores de los expertos del Holocausto es recuperar las historias tras la fría sangría de números, por eso son tan importantes un puñado de cifras, unos cuantos nombres.

Estos días se cumplen 75 años de la salida del Nyassa desde Cádiz. Había partido de Lisboa el 24 de enero, entre canciones y banderas azules y blancas, y llegó a Haifa el 1 de febrero. En los ocho días de travesía, se celebraron en el barco tres bodas. Diario de Cádiz recogía en una nota la llegada de una “expedición de israelitas” que aguardaba embarcar en el buque portugués y que se alojaba en el antiguo Hotel Playa, “especialmente acondicionado al efecto”. No fue el único barco de estas características que partió del muelle gaditano: en octubre, el Guiné zarpaba llevando a un pasaje de 425 personas rumbo a Palestina.

¿Quiénes eran los “apátridas” judíos que embarcaron en Cádiz? ¿Cuál era su perfil, su situación? ¿De dónde procedían, quién se encargaba de ellos? Josep Calvet, doctor en Historia por la Universitat de Lleida y autor, entre otros, del título Huyendo del Holocausto (Milenio), apunta que la mayoría era de ascendencia asquenazí, muchos de ellos, de origen polaco. Que había alguna familia, pero que en su mayoría el pasaje estaba integrado por gente muy joven: “Adolescentes y niños que habían permanecido ocultos en Francia durante los años de la Segunda Guerra Mundial –explica–, que quizá habían nacido en Polonia, habían pasado a Alemania, después a Holanda a Bélgica, a Francia... Tras una vida huyendo, en muchos casos con sus padres muertos en campos de concentración, estaban fuertemente educados en el sionismo. Su objetivo claro era llegar al entonces protectorado de Palestina para construir el Estado de Israel: estudiaban hebreo, ingeniería agrícola... No sé si en el año 37, por ejemplo, tenían ya forjada esa idea pero, después de cuatro o cinco años de horror, lo tenían claro. Había niños cuyos padres, internados en los campos, habían sido confiados a organizaciones benéficas judías; o gente algo mayor, entre los 20 y 30 años, que había estado muy involucrada con la resistencia judía en Francia. Muchos de ellos lucharon de lado del ejército aliado en la Brigada Judía y luego, en la posterior guerra de independencia, convirtiéndose en pioneros del Estado de Israel”.

Dos circunstancias, como bien se suponían los británicos, que podían terminar estando relacionadas. Según el Yad Vashem, el principal centro en memoria del Holocausto, parece que los pasajeros del Nyassa llegaron a Israel legalmente, portando el white paper (el documento con el que el gobierno británico permitía la entrada en el protectorado). El diplomático Samuel Hoare (uno de los responsables de que España no formara parte activa de la II Guerra Mundial) señalaba en sus cartas que “habían tenido la fortuna de evacuar a cerca de 500 judíos, la mayoría apátridas, a través del puerto de Cádiz”. “Los británicos sabían lo que podía a pasar pero fueron, junto con Estados Unidos, uno de los principales salvavidas de los judíos europeos –apunta Calvet–. De hecho, hasta que llega a nuestro país la Joint, en 1942, el papel de la embajada y los consulados británicos resultó fundamental”.

La Joint. El American Jewish Joint Distribution Committee, la gran plataforma de toda la diáspora judía en nuestro país, a través de la figura Samuel Sequerra.

“A partir del 41 o el 42, empiezan a llegar muchos judíos a España –continúa–, y no hay nadie que se encargue de ellos. No hablan el idioma. Son detenidos o deportados al campo de concentración de Miranda del Ebro. Los que eran de origen  austríaco o alemán eran, para colmo, apátridas: no tenían protección ninguna. Algunos llevaban más de un año esperando el visado: había un problemón humanitario grave. Entonces, aparece la Joint: la junta estadounidense de ayuda judía, que consigue meter a Samuel y Joel Sequerra, bajo la tapadera de la Cruz Roja portuguesa para no llamar la atención”.

A efectos prácticos, la Joint “funcionaba como un consulado”. Su primer objetivo fue evitar la separación y encarcelamiento de las familias y facilitar los trámites para su salida. “Les pagaban todo: pisos, habitaciones, comidas, gastos médicos. La comunidad judía en España pudo sobrevivir gracias a ellos. Ellos fletaron el tren que salió de Barcelona a Cádiz, y ellos se encargaron de alquilar los barcos para ir a Haifa. "La Joint –señala Calvet– gastó muchísimos millones de la época en mantener buenas relaciones con la administración”.

Las expulsiones en la frontera terminaron en 1943, por la presión de los aliados

El desaparecido Moshé Yanai, que visitó hace unos años la capital gaditana para recordar su experiencia y recibir un homenaje de la mano de Tarbut Sefarad, rememoraba el periplo de su familia. Su padre pasó por los campos de concentración de Miranda del Ebro y de Nanclares de Oca, y él –por entonces un adolescente Mauricio Palomo– residía con su madre en Barcelona, donde contactaron con Samuel Sequerra y la Joint. “Nosotros sospechábamos –comentaba– que parte de lo que pagábamos a la Joint, que era todo lo que podíamos, para conseguir liberar a mi padre, iba destinado a sobornar a los funcionarios”.

“Samuel Sequerra –prosigue Josep Calvet– tuvo que ingeniárselas y hacer contactos con muchísima gente. Aparte de buscar y encargarse de los judíos, tenía que tratar con gobernadores civiles, Guardia Civil, Policía del Pirineo, redes de evasión... Estaba en el punto de mira de los falangistas más ortodoxos. Cuando trasladaron sus oficinas al Hotel Bristol, en Plaça Catalunya, un grupo de falangistas que estaban celebrando el aniversario del alzamiento, entraron, hicieron destrozos, tiraron los archivos...”

“Hasta 1940, los judíos que huían de Europa cruzaban la frontera sin problema –explica Josep Calvet–. Pero pronto se termina claudicando a las presiones alemanas y se establece que aquellas personas que entren de ‘manera irregular’ en el territorio español y sean descubiertas en un radio de cinco kilómetros de la frontera, han de ser entregadas a la policía del país del que procedan”. Se dieron devoluciones “en caliente”. Hay constancia de devoluciones que terminaron en los campos de exterminio. Hubo suicidios en la frontera, como el del filósofo Walter Benjamin.Conforme la guerra avanza, el régimen franquista comienza a aislar a los filogermánicos y a abrazar, digamos, una línea más apegada al petróleo y menos, al wolframio. Las expulsiones terminaron en 1943 debido a la presión de los aliados. Viva el poliamor.

“La actitud del franquismo con los judíos durante la II Guerra Mundial está llena de claroscuros –desarrolla Calvet–. Es difícil de explicar. Era un régimen oficialmente antisionista, Franco era amigo de Hitler, hay declaraciones antisionistas de Serrano Suñer... Pero, por acción u omisión, miles de judíos llegaron aquí y consiguieron pasar”. Pasar para no quedarse, desde luego y, en algunos casos –como el de la familia de Moshé Yanai–, una vez constaba que estaban ya fuera de jurisdicción española, quedaban expulsados del país. “No se trata ni mucho menos de blanquear el franquismo –continúa el especialista–, sino de explicar los hechos como son”.

Uno de las principales incógnitas en los barcos del 44 fue por qué, habiendo reunido al grueso de la diáspora judía en España en Barcelona, los buques no salieron de allí, sino de Cádiz: “Ni siquiera se sabía con seguridad la fecha de llegada de los barcos: en octubre, por ejemplo, los pasajeros del Guiné estuvieron semanas esperando en el Hotel Playa –cuenta Josep Calvet–. Quizá era algo tan simple como que no había barco disponible, o quizá se les prohibió salir de Barcelona por algún motivo. Incluso no es descartable el tema de la seguridad: no hay que olvidar que aún había riesgo de ser bombardeados en alta mar”.

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