Con la venia
Fernando Santiago
Zambombá
Caen las barajas añejas y suben las eléctricas. El paisaje comercial, amén de su desolador aspecto a causa de los múltiples cierres, muta de forma que a Cádiz, casi ya, no va a conocerla ni la madre que la parió. Una ciudad franquiciada nos espera. Abren supermercados. Muchos. Espantos en fachadas protegidas. ¿Quién pone coto a la horteridad? Sufrimos los románticos. Barrabasadas de colorines chillones. El buen gusto quedó en el olvido. Una ciudad fantasma salpicada de multinacionales (no muchas, la verdad) entre escaparates con carteles naranjas y teléfonos para alquileres. ¿Quién va a pagarle a usted, usurero, por ese cuchitril 900 euros? Ayude a ese pobre que quiere montar una tienda y crear al menos un empleo. Qué va. No hay manera. Nadie hace nada. Y a nadie, o casi, se le cae el alma a los pies. Qué pena de Cádiz.
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