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Rafael Sánchez / Saus

Sobre el maltrato y el feminicidio

17 de marzo 2008 - 01:00

CUANDO esto escribo, son ya dos las mujeres asesinadas por sus parejas, en Tarragona y Almería, en menos de 24 horas. Elevan hasta 226 las víctimas mortales desde la entrada en vigor de la Ley Integral contra la Violencia de Género en diciembre de 2004. No seré yo quien caiga en la tentación de hacer demagogia fácil contra una acción del Gobierno inspirada, sin duda, por las mejores intenciones, pero aun sin mayores armas que las que proporciona la observación cotidiana de la realidad social, me atreveré a hacer algunas consideraciones. Las que se oyen a hombres y mujeres a los que avergüenza y aterroriza por igual una estadística que es como el termómetro de una degradación colectiva que posee otros muchos indicadores, aunque este sea uno de los más escandalosos y sangrientos.

Somos muchos los que creemos que al hablar de violencia de género, doméstica, machista o como la queramos llamar, cargamos la suerte en el adjetivo y se nos olvida lo sustantivo, que es la violencia. Atroz y especialmente inaceptable, el maltrato hacia las mujeres por parte de sus parejas actuales o pasadas, cada vez más frecuente y más brutal, debiera considerarse no como un rasgo específico de la relación entre hombres y mujeres, sino como un exponente extremo de la violencia que poco a poco se va adueñando de parcelas enteras de la vida social ante la indiferencia de una mayoría que se considera al margen o preservada de ella hasta que le toca ser su víctima. La agresividad en las actitudes o en el lenguaje se ha convertido hoy en algo común en la calle, en la escuela, en los lugares de esparcimiento, en el trabajo o en el seno de las familias. Esa agresividad se alimenta cotidianamente a través de los comportamientos que se proponen desde las series de televisión o el cine. Predomina y se acepta con naturalidad el desprecio al otro, la continua falta de respeto hacia los mayores, las mujeres o los más débiles, incluso hacia los enfermos, como en el caso de ese Dr. House que sólo cura después de haber humillado y devastado al pobre que cae en sus manos o a sus familiares. Todos esos modelos, que hacen de la falta de educación y de los malos modos un rasgo del carácter exitoso, se trasladan a la mayoría generando relaciones egoístas, dominantes, desgarradas, desde las que es muy fácil escalar hacia el primer empujón o la trifulca. Una vez ahí, ya todo es posible, sobre todo cuando entre hombres y mujeres la vieja atracción ha sido sustituida por el odio y la malignidad.

No todo el problema se reduce a lo expresado, pero el fracaso de la Ley contra la Violencia de Género quizá radique en no querer afrontar el tipo de sociedad y de relaciones que estamos promoviendo. Desprestigiadas la bondad de carácter y la simple educación, ¿quién puede poner ahora el cascabel al gato de la violencia social?.

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