Quién te ha visto y quién te ve! Casco antiguo de mis quereres, otrora aburrido y desértico en los veranos de mi infancia y adolescencia. Los de mi edad se iban (yo, no tanto) al Paseo Marítimo, donde se cocía el estío gaditano del piberío, el vacileo, los pantalones desgastados y las camisetas de acid house. El Canadá y sus bandejas de papas fritas, ay omá. En el centro, sin la oferta gastronómica de hoy, apenas lucía el Teatro Pemán como reclamo. Eran tiempos oscuros de un casco histórico con su patrimonio muy por debajo de su potencial. Lo que es la vida. El turismo, ese gran invento para una ciudad sin otra salida, ha redescubierto esta ciudad a la que nosotros, a fuerza de tanto verla, sentirla y padecerla, no le vemos todo lo bueno. Va uno al Paseo Marítimo y está medio muerto. Y el Cadi, Cadi da gloria verlo. Incluso, 3.000 años después, ¡hemos descubierto las puestas de sol en La Caleta!