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Cuarto de Muestras

Retratarse

Mi desdén por las fotos viene de saber que ya me han retratado los mejores

Es tiempo de retratarse. No, no me refiero a la política, que también. Lo digo porque en estos días la gente se inmortaliza en fines de curso, graduaciones, fiestas y estrenos de verano de lo más variado. Esas fotos que ya no saldrán de los cajones a los no sé cuántos años porque las fotos, algo bueno tiene el uso desaforado de la cámara, ya no se guardan. La mayoría de las veces las fotos quitan más de lo que dan. Interrumpen la vida porque exigen atención. No salen naturales salvo que alguien nos las haga sin avisar, esas son las que me gustan, las únicas en las que logro reconocerme.

Así, sin avisar, me di cuenta un día de que mi desdén por las fotos viene de saber que ya me han retratado los mejores. No sé los años que hace, pero delante de “La Venus de espejo” sentí que un pincel me recorría la espalda como una caricia emotiva y espontanea, sentí cosquillas en la nuca y encontré mi cara borrosa en el espejo. No se lo dije a nadie, fue el principio. Otro día, muy distinto en todo, me retrató con la mirada triste, ausente y misteriosa Modigliani. Zurbarán me llevó a lo divino en procesión, vestida como Santa Dorotea, con un cesto oloroso de manzanas y rosas. Con el Bosco me busqué entre frutos rojos y acrobacias en su lujurioso Jardín de las Delicias. Y me pintó siglos después, provocativa, Sargent como Madame X. Murillo me asomó curiosa a una ventana. Romántica me retrató Madrazo y en la playa Sorolla. Me hice primavera con Arcimboldo. Y fui Eva, primera mujer, con Tiziano. En la pandemia me pintó Hopper sentada en la cama y fui el perro de Goya mirando hacia arriba el vuelo de unos pájaros que ya no existen. Antes de que surgiese la pintura moderna yo ya estaba retratada en la uva de un racimo de El Labrador y fui la dama misteriosa de El Greco y un naufragio de Turner. Picasso me dio miedo y no llegó a retratarme o sí, nunca lo tuve claro porque lo que mejor retrata Picasso de mí es mi desconcierto, quizás por eso no sepa hallarme.

La pintura me ha enseñado que vengo de muy lejos y que no acabo en mí. Que soy presente siempre. Que soy brochazo, pincelada, espátula y pincel. Que soy, sobre todo, lienzo por manchar. Que tengo la incertidumbre delicada de la acuarela. Que me dibuja lo estudiado y lo espontáneo, la voluntad y lo involuntario. Que somos revelación creadora de una paleta misteriosa. Que mirar es mirarse. Pintura somos y nos retrata.

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