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Cuarto de Muestras

Enseñanza etrusca

No crean que es la muerte la que me entristece. Es eso tan simple, feo y falso en lo que la convertimos

No sólo es Ucrania, Gaza, la mujer que han matado unos perros cuando paseaba y la otra a la que su expareja ha intentado echar a arder con gasolina. No, no es sólo este absurdo juego del escondite con el que están negociando nuestro futuro gobierno como si fuéramos tontos y tuvieran una doble baraja, una, por sí lo forman y otra, por sí no lo consiguen para contarnos que son ellos los que se han negado antes de que les dijeran que no. No, no son sólo sus trucos y sus tratos. Ni tan siquiera es esa niña que ha dejado de serlo y que va a jurar nuestra Constitución sin gobierno, sin abuelos y sin futuro cierto, símbolo de nuestra desventura. No, no es sólo que nos roben la historia y el Derecho. Tampoco es que las noticias no puedan verse sin estremecimiento y desconfianza. Es algo más que, al lado de todo esto, es muy pequeño pero que se hace grande y nos destroza el ánimo.

Son estos días de fieles difuntos, santos olvidados y calabazas; de visitas a cementerios con flores muertas; de viejos tenorios en apartadas orillas que ya nadie entiende. Estos días en el que el cambio de hora nos roba la alegría de la tarde anticipando la noche. Estos malditos días de feísmos, disfraces horrendos y sustos de mentira. Días de fiesta y miedo fingido.

No crean que es la muerte la que me entristece. Es eso tan simple, feo y falso en lo que la convertimos. Eso tan infantil a lo que la hemos relegado. La muerte, cuando la dejamos, tiene algo silencioso, triunfal y visible. Por encima de la tristeza deja un haz de memoria viva, de razón última, de sentido. Por más que nos empeñemos en esconderla en tanatorios, en meros trámites burocráticos que dejan a la familia agotada y sin consuelo, la muerte, es mucho más grande y misteriosa.

Cuando pienso en la muerte me gusta imaginarme en el sarcófago de los esposos etruscos. Moldeada en terracota, sonriendo, recostada junto a la persona que quiero, tras una buena comida, charlando amigablemente, mirando al mundo con curiosidad y templanza. Quizás nos falte una copa de Jerez en la mano. No he visto un retrato más amable de la muerte, más eterno y sagrado, más triunfal. Tendríamos que aprender de los etruscos, de su capacidad de honrar lo cotidiano, de su prodigioso sentido de la belleza, de su conocimiento de la muerte que sólo puede retratarse con la propia vida. Tendríamos que aprender a morir y a que se nos mueran los nuestros.

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