Es este un tiempo que asusta. Un tiempo raro en el que la lluvia es una excepción violenta que provoca daños; los dirigentes, una amenaza de la que defendernos; la ley, una justificación para los fines torcidos de la minoría que se impone; la Justicia, colonizada por las ideologías, un desconcierto que sólo provoca inseguridad, olvidando los principios y el propio Derecho. La nueva izquierda, un credo totalitario del que no se puede disentir sin ser tachado de viejo, mentiroso o fascista.

Llaman progresismo a la destrucción. El amparo a los delincuentes lo bautizan como pluralidad democrática. Su solución política es la cesión de los pilares de la democracia. Desautorizan a las mayorías, a los tribunales y a la ley ante los extorsionadores del Estado. No buscan el bien, buscan la ganancia. Cuanto peor, mejor. Ya han hecho suyo el discurso. Si antes les indultaron sin necesidad de pedir perdón ahora nos exigen a nosotros pedir perdón para regalarle el gobierno de España manteniendo sus privilegios, desprecios y prebendas.

Las negociaciones para formar gobierno están creando la carcoma del sistema. Lo curioso es que este extraño mueble sin patas trae el bicho dentro, como las maderas malas que se pican en el árbol y amenazan con destruir las vigas que sostienen nuestra casa.

Lejos quedó la serena monotonía de lluvia tras los cristales, los dirigentes que generaban admiración y respeto, la ley que era igual para todos, la Justicia unánime, técnica y precisa. La mirada limpia, el bien común, la conciencia de formar parte de un solo país que hacíamos crecer con orgullo y alternancia. Lejos, una ciudadanía que, tras la dictadura, creyó en sí misma y fue capaz de darse una Constitución que nos protegiese a todos y cada uno de los españoles declarándonos libres e iguales. Ya nada de eso sirve. El Parador de Gredos es una antigualla frente al efectismo de Waterloo.

No sé qué ha pasado para que catalanes y vascos hayan sido abandonados en manos de los que los han empobrecido. Que Inés Arrimadas, hace apenas unos años, ganara las elecciones y se viniera a Madrid bajo el ridículo argumento de que no podía gobernar. Que el País Vasco tenga por fuerza que olvidar que los que hoy se sientan a gobernar, amparaban a los criminales que sembraron de terror y muerte sus calles. Ni Puigdemont ni Otegi ni Sánchez son hombres de Estado. Son sus enemigos, los nuestros.