Cumplo veinticinco años amarrada a esta columna y repartiendo azotes al Carnaval y en este cuarto de siglo me han puesto muchas piedras en el camino. Pero las he devuelto y tirado a la cara de tanto carnavalero nocivo para Cádiz, en tiempos, ciudad antipalurda por excelencia.

Hoy Cádiz presume de su palurdez. No hay nada más que oír hablar a tanto gracioso del Carnaval, que consiguen que en el resto de España se crean que aquí no tenemos santo ni apellido, que todos los gaditanos nos llamamos con bajunos nombres como Chele, Chano, Juaqui, Selu, Ozelito, Lolo y Kichi. Hacen creer -por cómo se presentan semejantes acémilas- que aquí no tenemos más apellido que "De Cadi".

Consiguen que en el resto de España crean que cobramos todos una paguita porque ni hay trabajo ni queremos faena o nos duelen las cervicales, pero sí que nos matamos ensayando en una accesoria.

Pero hay otros que no es que no me pongan piedras, es que me allanan el camino y además pasean el nombre de la culta Cádiz por España, una embajada cultural que va diciendo: "Cádiz no es solo Carnaval. Es mucho más".

Como el Ateneo de Cádiz, conservador del genuino tipismo y señorío gaditano, que monta para el primer fin de semana del Carnaval una excursión a Caravaca de la Cruz, para ganar el jubileo y a empaparse de la cultura del Reino de Murcia. Apúntense y quítense de Cádiz esos días de basura. ¡Chapeau por el Ateneo!

Para quitarse el sombrero.

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