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COMO han pasado los años, las vueltas que da la vida. Cuando ya creía que lo había visto todo en el Gran Teatro Falla, resulta que de nuevo me sorprendo, no solo con las agrupaciones y sus repertorios sino con el público que asiste a las funciones del concurso.

Hace unos años, a cada función acudía un público, como ahora, entendido pero también temible. Un respetable que ante la más mínima oportunidad de ofensa o falta de dignidad rugía como marabunta ansiosa de atrapar a su presa. Quizás el público de Cádiz se ha hecho adulto. Quizás se está haciendo viejo, que para eso tiene tres mil años, o simplemente ha sido abducido por esa corriente estúpida de lo políticamente correcto a todas horas no vaya a ser que se moleste el tonto de turno. Ser respetuoso debe ser un camino de ida y vuelta. Hay que dar, siempre, el respeto que cada cual se merece, pero para eso primero hay que ganárselo, en este caso, en las tablas del Templo del Carnaval. Un teatro de los ladrillos coloraos que en algunas ocasiones se pone más colorao de lo que es, solamente con escuchar lo que algunas veces se escucha. Y este teatro y este público no se merecen estas cosas.

Y estamos llegando a un punto, cosa que casi no ha sucedido en años anteriores, que amparados en que todos tienen derecho a cantar en el Falla (enorme error) y al calor de la benevolencia del público (camino equivocado) se están volviendo a ver verdaderas porquerías faltas de la más mínima vergüenza. Y si encima se llevan el aplauso de Cádiz porque dan lástima los pobrecitos, como dice la buena de mi cuñada, estamos creando el caldo de cultivo perfecto para que cualquier mentecato se cuele encima de nuestro escenario, nos ofenda nada más con verlo y escucharlo y encima la gente pague por tener que aguantarlos. Me parece que está llegando el tiempo de poner pie en pared.

Siempre las agrupaciones menos buenas o malas de verdad eran agradables de escuchar porque se establecía un cachondeito del público que las hacían divertidas y algunas directamente eran devoradas por el pueblo como cualquier circo romano. Ahora no. Cariñito y que se rían de nosotros.

Yo reivindico el público del teatro de toda la vida. Un público que con gracia y si hace falta con crueldad le diera a cada uno lo que se merece; aplausos, oles, palmas, pitos y abucheos sin misericordia para que salieran pitando del escenario las contadas porquerías que se vuelven a escuchar. Este año ya han pasado chirigotas, comparsas, cuartetos y coros de auténtico juzgado de guardia, y mucho me temo que si esto sigue así irán apareciendo como las setas al olor de credenciales de autor, de subvenciones para la calle y aplausos inmerecidos por pena. Y que nadie piense que hablo de agrupaciones de fuera de Cádiz porque en este paquete hay algunas de esta capital que son de babuchazo, como cantaba un tango de Fali Pastrana el año pasado. Ojalá la babucha la tuvieran los que se sientan en el teatro o mejor una palanquita el/la presidente/a del jurado que conectara el escenario con un foso de cocodrilos hambrientos para que no vinieran más.

El Carnaval nunca ha sido políticamente correcto ni falta que le hace y lo mismo que nos volvemos locos por las mejores y si le aplaude a casi todo el mundo, debemos darle lo que se merecen a los integrantes de ese nada selecto club de lo indigno. Sobre todo porque ellos saben que son indignos y no tienen la vergüenza de quedarse en su casa.

Todos no tiene derecho a cantar en el Falla.

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