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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

El beso

PABLO Iglesias no tiene demasiada gracia, aunque algunos se la deben de reír, por lo mucho que lo intenta. El comienzo coloquial de su discurso de ayer rozó el alipori, y fue feo cuando personalizó en Luis de Guindos y en Andrea Levy. Cuando la mala uva se transparenta tras el humor, es inquietante. Y aún fue peor por la vanidad que traslucía, dando por sentado que el beso ese que él se dio con Domènech había sido el hito de la anterior sesión de investidura. Esta vez, sin embargo, no fue el protagonista amoroso de la tarde. Para nada.

Paradójicamente, Albert Rivera, que arrancó su intervención diciendo que él no era ni tan gracioso ni tan amoroso, fue el que de verdad ("hechos son amores") demostró hallarse subyugado por un efecto psicológico muy similar al enamoramiento. Su defensa cerrada de su pacto con el PSOE resulta natural, porque es su pacto; pero su identificación espiritual con los socialistas, a los que pone por las nubes, y su neo-inquina contra Rajoy no le hacen ningún favor. Lo sacan de su puesto de centrista, donde tanto ha hecho por posicionarse.

Como es evidente que esa identificación con Pedro Sánchez no le conviene ni ideológica ni electoralmente ni incluso como imagen o como marca, he de concluir que estamos, como decía, ante un efecto colateral de un deslumbramiento casi amoroso. Lo hemos visto mil veces con nuestros amigos o incluso lo hemos sufrido en nuestras propias carnes. Cuando uno siente un flechazo, empieza a ver intachable a la parte contratante, a darle la razón en todo y a compartir sus aficiones e, incluso, sus fobias. Comparen este cuadro clínico, que conocen de sobra, con el estado actual de Albert Rivera.

La personalización de la crítica al PP en la figura de Rajoy es un tic excesivo de Pedro Sánchez que se le ha pegado a Rivera y, por otra parte, la defensa del pacto podría acompañarse de algunas críticas leves al PSOE. Sánchez bien que gasta el tiempo de sus intervenciones recordando que los programas y las ideologías de los firmantes del pacto son muy diversas.

Además, Rivera transmite una sensación de desazón y nerviosismo por el fracaso del pacto que no demuestra Pedro Sánchez. Incluso se diría que es por los celos de la posibilidad de que Sánchez se gire hacia Pablo Iglesias. Quien empezó su discurso negando su condición de amoroso fue el que le dio un temple romántico, casi pasional, a su posición y a la investidura.

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