Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

El problema

ESPAÑA entró en el siglo XX arrastrando desde el anterior los cuatro problemas que han condicionado su historia moderna: el religioso, el militar, el social y el catalán. Los tres primeros se fueron solucionando o diluyendo a lo largo de la centuria. El religioso, con la revolución que supuso para la Iglesia la doctrina social y el Concilio Vaticano II; el militar dejó de serlo cuando después de la mascarada del 23 de febrero de 1981 el Ejército entendió que le sacaría mucho más beneficio a profesionalizarse y mirar al exterior que a ser una permanente amenaza para el desarrollo político; el social se amortiguó hasta casi desaparecer gracias a las políticas de orientación socialdemócratas puestas en marcha en toda Europa tras la II Guerra Mundial que dieron lugar, también en España, al nacimiento de una potente clase media que se hizo mayoritaria en la sociedad. Sólo el problema catalán permanece aún como la gran asignatura pendiente que el país no es capaz de superar y que condiciona de manera determinante su vida pública. Cada vez que España logró poner en marcha periodos de normalidad institucional la dificultad fundamental para elaborar un modelo constitucional fue el encaje catalán. Ocurrió tras la proclamación de la II República y volvió a ocurrir en la Transición. Las dos veces el problema se cerró en falso.

Casi completadas las dos primeras décadas del siglo XXI, la situación no es muy diferente. Hemos considerado agotado el modelo político surgido después de la dictadura franquista. El que venga a sustituirlo se tendrá que basar en una reforma constitucional que tiene como principal reto, un vez más, el encaje de Cataluña. La España de hoy es muy diferente a la de 1931 ó 1978, pero no por ello se está en mejores condiciones para abordar con garantías de éxito la cuestión territorial. Más bien, al contrario. El desarrollo del Estado de las Autonomías no ha facilitado el encaje de Cataluña, sino que ha exacerbado el sentimiento de agravio traducido ahora en independentismo. Entre otras razones, porque el nacionalismo sólo puede justificarse por la existencia de un enemigo. Da igual el grado de autogobierno que se dé. Lo importante es poder proyectar de puertas para adentro que se está bajo la bota opresora del centralismo, aunque se sepa de forma fehaciente que la independencia es un imposible jurídico que además no solucionaría ninguno de los muchos déficits de todo tipo que soporta Cataluña. El objetivo es, simplemente, que el problema siga existiendo. Por los siglos de los siglos.

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