Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Cornudos y apaleados

IGNORO los análisis que los mandos del PP harán de los resultados electorales, pero no abundará la autocrítica, me temo. No porque ellos sean peores que nadie, sino porque son como todos. No hay una energía renovable como la autocrítica y, sin embargo, cuánto se desaprovecha y desperdicia. Se prefiere criticar a los demás, a pesar de que es un combustible mucho más contaminante.

Es algo que se percibe en los ambientes conservadores. Los votantes del PP preocupados, como cualquier hijo de vecino, por la gobernabilidad de España, tienden a culpabilizar a aquellos que lo fueron o que podrían haberlo sido y que no votaron al PP para castigar su tibieza ideológica, el incumplimiento de su programa, la pereza para luchar contra la corrupción hasta las últimas consecuencias, la presión fiscal o la falta de reformas institucionales.

Quedan ahora estos no-votantes en una posición clásica, conocida castizamente como "cornudos y apaleados". Serían ellos los que podrían quejarse de la infidelidad a un programa donde todo venía clarísimo y se fue enseguida al infierno empedrado de buenas intenciones. Pero no. El programa no se cumplió, se les subieron los impuestos y no hubo regeneración institucional por ningún lado, pero toda la culpa del follón político que se ha montado la tienen ellos, que no votaron al PP, qué irresponsables, que han hundido a España, etc.

Hoy, que es el día de los Santos Inocentes, podemos volver a referirnos al aborto. Arriola y compañeros estrategas calcularon que oponerse siquiera sea tímidamente y por plazos les quita votos. Y se fumaron un puro con la promesa electoral de reformar la ley Aído. Sin embargo, cuando lo prometieron firmemente y hasta con recurso ante el Tribunal Constitucional sacaron una abrumadora mayoría absoluta, y esta vez, tras tanto postureo, andan abrumados porque su mini mayoría no les da.

No digo que el "efecto chupona" del voto del miedo útil no funcione ni que la sociedad española no se haya progresificado, pero, por lo visto, nada ha sido suficiente para suplir el entusiasmo y el arrastre de un voto convencido y fiel a unos principios. Quien vota con una mano en la nariz, no tiene mano de sobra para empujar a nadie. Así son las cosas y la situación está realmente complicada y fea, pero cada cual debe asumir su responsabilidad. A los que se sintieron traicionados no se les puede culpar de no haber seguido consintiéndolo.

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