Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Echado de menos

EL jaleo electoral aturde y despista de cuestiones más trascendentes. Que no se acabe la semana sin glosar su noticia más emotiva e importante. El lunes pasado, en el Palacio Real, en el Comedor de Gala, el rey celebró la ley 12/2015 que concede la nacionalidad española a los sefardíes. Se restañan, como quien no quiere la cosa, unas heridas de más de 500 años de antigüedad.

Felipe VI, en un discurso espléndido, reconoció cuánto los hemos echado de menos; ponderó su amor a España, que prevaleció milagrosamente sobre el rencor; y agradeció que nos hayan guardado, "como un preciado tesoro", la lengua de 1492, en canciones y poemas, y muchas hermosísimas costumbres. Los amores no correspondidos son los más generosos y también los más líricos, y los sefardíes han sido unos españoles sin patria, con el corazón en la mano. En su contestación, Isaac Querub, el representante de las comunidades judías en España, lo ha resumido con la emoción a flor de piel: "Ante la trascendencia histórica de este día, algunos podrían esgrimir largas listas de agravios que generaran sentimiento de rencor hacia su patria de origen. Los sefardíes no lo hicieron en quinientos años ni lo harán ahora".

Tanto amor y tanto perdón tienen algunas explicaciones, que no les quitan mérito. La expulsión de los judíos de España ocurrió tres siglos después que la del reino de Francia y dos siglos más tarde que la de Inglaterra. En ese intervalo de tiempo ya estaba fraguando la identidad nacional española, la más temprana de la Europa moderna. Ambos hechos hicieron que los judíos españoles dejasen una auténtica nación detrás y se llevasen consigo una lengua ya hecha y unas costumbres cristalizadas. Y viceversa: que se quedasen, aun arrostrando el riesgo de la Inquisición, muchos de ellos y que contribuyesen de una manera magistral a nuestra cultura y, en especial, a nuestra literatura. Las cabezas de puente estaban sólidamente instauradas.

Y no hay que olvidar que esta ley no surge de la nada. En la República, hubo precedentes y durante la II Guerra Mundial el franquismo salvó a miles de sefardíes de las garras de los nazis. Ángel Sanz Briz y otros diplomáticos contribuyeron de la manera más noble a reparar el oprobio de una expulsión que no por común en la época fue menos injusta, y lo hicieron cuando más se nos necesitaba. Esta semana ha culminado una honda historia de reencuentro y reconciliación.

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